El conflicto ocurre en la República Democrática del Congo, en África central. El corazón de esta guerra son los recursos naturales que posée el Congo y las corporaciones multinacionales que los extraen.
Amy Goodman / La Jornada
Es el conflicto más letal desde la Segunda Guerra Mundial. Más de 5 millones de personas han muerto en los últimos 10 años, y no obstante sigue virtualmente sin ser tomado en cuenta y sin que se informe sobre ello en Estados Unidos. El conflicto ocurre en la República Democrática del Congo, en África central. El corazón de esta guerra son los recursos naturales que posée el Congo y las corporaciones multinacionales que los extraen.
Las perspectivas de paz han mejorado ligeramente: un acuerdo de paz fue firmado en las provincias orientales del Congo, en Kivu. Pero sin un proceso de reconciliación y veracidad que abarque a todo el país, así como una renegociación de todos los contratos mineros, sin duda alguna continuará el sufrimiento.
En el informe más reciente de la mortalidad en el Congo, International Rescue Committee encontró la inquietante cifra de 5.4 millones de “muertes en exceso” ocurridas desde 1998. Estas muertes van más allá de aquellas que habrían ocurrido normalmente. En otras palabras, una pérdida de vidas humanas en la escala de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001 en Nueva York, pero cada dos días, en un país que tiene la sexta parte de la población de Estados Unidos.
Y un poco de historia: después de respaldar a los aliados en la Segunda Guerra Mundial, el Congo obtuvo su independencia y en 1960 eligió como primer ministro a Patrice Lumumba, un progresista, un panafricanista. Poco después fue asesinado en un complot que implicó a la CIA. Estados Unidos instaló y respaldó a Mobutu Sese Seko, que dominó tiránicamente y saqueó la nación durante más de 30 años. Desde su muerte, el Congo ha estado en guerra; de 1996 a 2002, provocada por las invasiones de los vecinos Ruanda y Uganda, y desde entonces el conflicto continúa.
Un aspecto particularmente horripilante del conflicto es la masiva violencia sexual utilizada como arma de guerra. La activista de derechos humanos Christine Schuler Deschryver me contó acerca de los cientos de miles de mujeres y niños sujetos a la violación:
“Ya no estamos hablando de las violaciones normales. Hablamos de terrorismo sexual, porque han destruido (no se pueden imaginar lo que ocurre en el Congo)… Hablamos de un nuevo tipo de cirugía para reparar a las mujeres, porque están totalmente destruidas”. Ella describía el daño físico perpetrado a las mujeres, a los niños: uno, dijo, tan bebé que tenía 10 meses de edad. Son actos de violación que implican la inserción de palos, pistolas y plástico derretido. Deschryver estuvo en Estados Unidos como invitada de V-Day, una campaña de Eve Ensler para poner fin a la violencia contra las mujeres, en un intento por generar conciencia pública de este genocidio y apoyar al hospital Panzi en Bukavu, el pueblo de Deschryver.
Maurice Carney, director ejecutivo de Amigos del Congo, en Washington, afirma: “Básicamente son dos tipos de violación los que ocurren en el Congo: uno es la violación de mujeres y niños, y el otro es la violación de la tierra, los recursos naturales. El Congo tiene tremendos recursos naturales: 30 por ciento del cobalto del mundo, 10 por ciento del cobre, 80 por ciento de las reservas mundiales de coltán. Uno tiene que entender la influencia de las corporaciones en todo lo que ocurre en ahí”.
Entre las compañías a las que Carney culpa por avivar la violencia están el OM Group, con sede en Cleveland, líder mundial en producción de químicos especiales basados en el cobalto y uno de los abastecedores principales de químicos especiales con base de níquel. Está también el gigante de la química Cabot Corp. Cabot produce coltán, conocido también como tantalio, un componente difícil de extraer, pero que es clave en todos los circuitos electrónicos, sobre todo los de los teléfonos celulares y otros artículos de ese tipo. Se afirma que la demanda masiva de coltán es responsable de alimentar la segunda guerra del Congo, entre 1998 y 2002. Un antiguo director ejecutivo de Cabot es ni más ni menos que el actual secretario de Energía del gobierno de Bush, Samuel Bodman. Freeport McMoRan, con sede en Phoenix, que absorbió la enorme concesión minera de Phelps Dodge en el Congo, también está en el juego.
Naciones Unidas ha publicado varios informes que son muy críticos con la ilegal explotación que las corporaciones hacen de los minerales del Congo. Una revisión realizada por el gobierno congoleño de más de 60 contratos mineros hace un llamado para que se renegocien o se cancelen de inmediato. Dice Carney: “Ochenta por ciento de la población vive con 30 centavos de dólar al día, o menos, mientras miles de millones de dólares salen por la puerta trasera para ingresar a la bolsa de las grandes compañías mineras”. Una cuestión importante para nosotros en Estados Unidos es: ¿cómo pudieron morir en un país cerca de 6 millones de personas en una guerra y sus enfermedades asociadas, en menos de 10 años, y ser virtualmente invisibles?
Traducción: Ramón Vera Herrera
*Amy Goodman es conductora de Democracy Now