Cuenta Messe Venant, pigmeo de Camerún, que la creación de parques nacionales en las selvas ecuatoriales han culminado con la expulsión de sus pobladores ancestrales alejándolos de sus formas de tradicionales
Pigmeos de Camerún o de Congo, masáis de Kenia y Tanzania, indios de la Amazonia… exclaman que la protección de la biodiversidad no tiene por qué atentar contra los derechos de los pueblos indígenas, y rechazan que la puesta en marcha de un espacio protegido lleve inexorablemente al desplazamiento de la gente que ha habitado allí durante siglos.
Los pueblos indígenas han visto en las últimas décadas cómo tenían que marcharse a la fuerza de las tierras en las que habían vivido sus antepasados para dar la bienvenida a parques nacionales y reservas de fauna salvaje. Pero el fenómeno arranca mucho antes, en 1872, cuando se aprobó el primer parque nacional de Estados Unidos, el de Yellowstone, que comportó que los indios absaroka «cedieran» el 90% de sus tierras al gobierno, puntualiza Josep Maria Mallarach, miembro de la comisión de áreas protegidas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Mallarach lamenta que el modelo de Yellowstone se haya exportado a todo el mundo y cita dos ejemplos, el de Kruger (Sudáfrica), el primer parque nacional de África, de donde se expulsó a los zulúes, y el Serengeti, entre Tanzania y Kenia, donde se hizo lo propio con los masáis. Tanto el Serengeti como el Kruger son ahora paraísos para el denominado turismo de safari: «Mientras los indígenas han tenido que marcharse a la fuerza teniendo que afrontar la miseria, la desintegración social…, ha llegado el turismo de lujo».
La situación se repite en otros países africanos; en los últimos 40 años, en Camerún, Guinea Ecuatorial, Gabón, Nigeria, RD Congo y República Centroafricana se ha desplazado a 250.000 personas para abrir nuevos espacios protegidos.
Los estudios realizados por el antropólogo norteamericano Mat Chapin levantan ampollas; su informe Un reto para los conservacionistas, editado en diciembre del 2004 por el World Watch Institute, es un duro alegato contra la labor de las ONG ecologistas más poderosas en los países pobres. Chapin denuncia que «mientras hay multinacionales que extraen recursos de territorios vírgenes, hay ONG que hacen la vista gorda pues las multinacionales financian sus proyectos»