Amadles para hacerles vivir. Para que se desarrolle en ellos una vida que merezca el nombre de humana. Para que su inteligencia se amplíe, para que ellos no permanezcan en el atraso, para que sepan discernir el bien del mal, rehusar la mentira, reconocer la grandeza de la obra de Dios…La llamada es para cada uno de ellos, incluso para el más miserable, para el más ignorante, para el más tranquilo, para el más depravado de entre ellos.Vuestra primera tarea será haceros cargo, tomar clara conciencia de vuestra misión. Delimitar los que os han sido confiados: tripulantes, grumetes, simples marineros, aprendices, patrones de pescadores y capitanes, miembros de profesiones conexas, como obreros y obreras de la pescadería y de las fábricas conserveras, así como patrones de estas profesiones.
Todos ellos, unidos, son vuestra parroquia; Dios os los ha confiado para que les ayudéis, para que reflexionéis por ellos sobre los problemas de su vida humana en plenitud, para que les conduzcáis a esta plenitud.
Amadles.
Amad lo bueno que hay en ellos, su sencillez, su sinceridad, su audacia, su vigor; sus cualidades de luchadores encarnizados jamás rendidos; su paciencia delante de las pruebas; sus tradiciones marineras; la grandeza humana de ser austeros consigo mismos y generosos cumplidores de su deber de proveer el pan a los que Dios les ha confiado.
Amadles hasta el punto de no poder soportar que ellos sean demasiado desgraciados.
Prevenid sus desgracias. Apartad de ellos las causas de su ruina. Alejad de sus hogares el alcoholismo, las enfermedades venéreas, la subalimentación, la tuberculosis. Vuestro papel no es sólo consolarles, dejándoles en sus necesidades, cuando vosotros coméis y os vestís con exceso. Es necesario que os duelan sus desdichas, la falta de higiene de sus casas, la calidad defectuosa de su alimentación, la mala educación de sus muchachos, sus desenfrenos y sus ignorancias. Es necesario que todo lo que les rebaja os desgarre a vosotros mismos.
Amadles para hacerles vivir.
Para que se desarrolle en ellos una vida que merezca el nombre de humana. Para que su inteligencia se amplíe, para que ellos no permanezcan en el atraso, para que sepan discernir el bien del mal, rehusar la mentira, reconocer la grandeza de la obra de Dios, participar en la naturaleza, gozar de todas las bellezas, para que ellos sean hombres y no bestias.
Que os duela el error establecido en sus corazones no dejándoos indiferentes.
Que os fastidien las ilusiones con las que les han alimentado. Que os irriten los periódicos materialistas de que se les ha provisto. Que os molesten sus prejuicios.
Puesto que su mal es vuestro mal, desde que les amáis, los lleváis en vuestro corazón con Cristo, ansiando que ellos vivan con Él en la luz.
Cristo «era la luz verdadera que, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre» (Juan 1, 9).
Amadles para hacerles vivir de la luz de Cristo.
Toda luz de la razón natural, todo conocimiento, todo saber humano es luz de Cristo. Cristo es la ciencia suprema. Desde que les abrís a la verdad vais imprimiendo en ellos la imagen de Dios. Cuando ellos desarrollan su inteligencia, cuando ellos comulgan con el universo se acercan a Dios, le asemejan, ya caminan hacia Él.
Cristo aporta otra luz, la luz que orienta su vida hacia lo esencial; Él extrae la respuesta a las preguntas más angustiosas: ¿Por qué viven? ¿Para qué viven, a qué destino han sido llamados? Nosotros sabemos que hay una gran vocación de Dios sobre cada uno para hacerles felices en la misión de Él mismo, cara a cara; sabemos que han sido llamados a la dilatación de su mirada hacia la totalidad de Dios.
La llamada es para cada uno de ellos, incluso para el más miserable, para el más ignorante, para el más tranquilo, para el más depravado de entre ellos. La luz de Cristo, ilumina en las tinieblas por todos ellos. Tienen necesidad de esta luz. Sin esta luz no son más que desgraciados.
Amadles para darles conciencia de su destino, para que ellos aprecien su dignidad de hombres llamados por Dios al más alto conocimiento, para que estimen todas las cosas en relación al plan de Dios.
Amadles apasionadamente en Cristo para que su semejanza se acabe en ellos,
para que se rectifiquen interiormente,
para que tengan respeto de su grandeza y de toda criatura humana,
para que ellos tengan la inquietud por la verdad y el derecho,
para que ellos acaten los bienes, la mujer y el honor del prójimo,
para que ellos reconozcan a cada uno un derecho semejante a la vida,
para que la vida de Cristo esté en ellos,
para que el amor con que Cristo les ha amado opere en ellos,
para que todo su ser espiritual se desarrolle en Dios,
para que encuentren a Cristo como término de su mirada y de su amor,
para que les sean difíciles los sufrimientos de Cristo,
para que su sufrimiento acabe la Pasión de Cristo,
para que amen a todos sus hermanos en Cristo.
Amadles apasionadamente.
Y si les amáis, sabréis lo que es preciso realizar por ellos.
¿Responderán a vuestro amor?…
¿Tendréis éxito en vuestros trabajos?…
Sí, sin duda; pero parcialmente, lentamente. Dios quiere, sobre todo, vuestro esfuerzo. Y no se pierde nada de los que se hace en el amor.