Entre «primero los americanos» (o los mexicanos, como aparece ahora en Tijuana) y el «sí se puede» que gritan las personas migrantes de las caravanas, se mueven dos visiones del mundo. La primera nos lleva a un pasado animal competitivo. La segunda, a un futuro espiritual cooperativo.
Sorprende escuchar en Tijuana al grupo antiinmigrante repitiendo la consigna de Trump al iniciar su gobierno: «Los americanos primero». Ahora escuchamos: «Los mexicanos primero». Hace un año, el brexit mostró un movimiento emergente llamado «Gran Bretaña primero». Hace unos meses, Mateo Salvini llegó al gobierno de Italia gritando: «Prima gli italiani» («Los italianos primero»). En Brasil ganó Bolsonaro el 28 de octubre gritando: «Brasil primero». En ese mismo mes, en España, un nuevo partido, Vox, llenó la plaza de toros de Vistalegre con un lema. ¿Adivinan cuál? «Los españoles primero». Y las encuestas señalan que logrará entrar en el Parlamento en las próximas elecciones.
Los que bucean en la historia para encontrar el origen de esta consigna señalan que se usó por primera vez en Estados Unidos en 1884 para ganar una lucha comercial contra el Reino Unido. Luego fue adoptada por los republicanos en 1894, instrumentalizada por Wilson en 1915 para oponerse a la entrada en la Primera Guerra Mundial, usada por el Ku Klux Klan en 1919 y utilizada de nuevo por grupos aislacionistas en la Segunda Guerra Mundial.
Parece que estos primeristas que quieren estar primero son buena gente. Por ejemplo, señalan medios como El Faro que entre los instigadores del grito anticaravana «los mexicanos primero» en Tijuana hay tipos geniales como Iván Riebelling, acusado de secuestro y violación, detenido por amenazar con armas de fuego y deportado de Estados Unidos.
Pero vayamos a otra consigna. Esta es la que han repetido en la caravana cada vez que han logrado pasar una frontera: «Sí se puede». Eso gritaron al pasar la primera frontera, la de Guatemala. Y lo volvieron a gritar cada vez que pasaban una valla, un cerco policial, un retén de migración o un río, como cuando pasaron el Suchiate y el helicóptero de la Policía quería impedirles cruzar el «paso de Los Rojos». Curiosamente se llama así, igual que aquella caravana que cruzó el mar Rojo de la cual nos habla la Biblia en el Éxodo. Entonces eran «primero los egipcios», pero los israelitas gritaban: «Sí se pudo». Pronto, en la tierra prometida, los israelitas repitieron el error y gritaron a los demás pueblos: «Primero los israelitas» (el pueblo elegido, nada menos). La consigna «sí se puede», aunque fue usada por Obama en su campaña —«Yes, we can»—, es de César Chávez, el líder chicano que desde los años 60 demostró que con peregrinaciones y con no violencia organizada se lograban cambios.
De modo que tenemos hoy dos consignas. Una nos lleva al aislacionismo, al nacionalismo y —si la historia se repite— a la guerra. La otra nos lleva a una humanidad más unida y menos desigual. Las dos hablan de fraternidad, pero la primera es una fraternidad cerrada —nosotros frente a los otros—, como la de los nazis denunciada por Hannah Arendt: la fraternidad de la raza aria. Al extranjero solo le ven las manos, pues puede ser mano de obra. La otra es una fraternidad abierta que camina a formar una sola familia humana. Es una fraternidad universal que se descubre sencillamente si al extranjero no le miramos las manos, sino el rostro, como dice Levinas.
Mientras sigamos pensando un mundo donde haya primeros y segundos, necesitaremos un mundo con muros. Muchos muros. Porque, por desgracia, no solo tenemos primeros y segundos. Hay terceros, cuartas… y últimas. Lo que no entendemos es cómo estos próceres primeristas se declaran muy creyentes en un Señor que proclama con insistencia que los últimos serán los primeros y los primeros los últimos. Así pues, mucho ánimo a esa caravana de últimos y últimas que están al pie del muro. Ustedes son la avanzadilla de un nuevo mundo que tendrá que agradecerles el vencer el miedo. Al levantar la vista veremos una tierra que ponga «libertad» sin muros, donde sonarán las campanas desde los campanarios para que todos y todas entiendan que sí se pudo.
Por José Luis González Miranda – Misionero en Centroamérica –