Consumo de paco. Argentina. Lo que no se conoce

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Cómo actúa sobre el lóbulo frontal que diferencia al hombre del chimpancé. Violencia y la conversión de Dr Jekyll en Mr. Hyde.

Por lo general se da en chicos de barrios marginales y en grupos, para protegerse

Si alguna vez drogarse implicó ser un rebelde, un alguien de clase media en ascenso, con esperanzas, en medio de una sociedad de abundancia, esas épocas ya han pasado. Y es que hoy la Pasta Base de Cocaína (PBC) o paco (porque en realidad ni siquiera los toxicólogos terminan de ponerse de acuerdo en cuanto a si hay diferencias entre ambos) se instaló cómodamente entre los más marginales de los marginales. Tanto, que se la conoce como “la droga de los pobres”. El genocida más grande de la historia actual, la describen los especialistas. Y es que el paco directamente lima, y no metafóricamente hablando, el cerebro de quienes lo consumen. Hasta el punto de que lesiona el lóbulo frontal, donde se ubican los 18 milímetros de células cerebrales que nos separan de nuestro pariente más cercano, el chimpancé. La región que el psicólogo soviético Alexander Luria bautizó como “el lóbulo de la civilización”.

“Ahí es donde se aloja la capacidad de frenar los impulsos, de controlar la motricidad y la agresión, de pensar en las consecuencias de los actos, de tener moral, creencias espirituales. Como cualquier tipo de cocaína, el paco tiene una acción muy fuerte a nivel vasoconstrictor, y una de las zonas en las que actúa selectivamente es esa”, explica el psiquiatra argentino Eduardo Kalina, especialista en adicciones.

Es entonces cuando se libera a Mr. Hyde (en inglés; escondido, en español), el monstruo que todos llevamos dentro. Es entonces cuando las personas pueden convertirse en seres capaces de crueldades espantosas. De hecho, Robert Stevenson, el autor de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, fue cocainómano y su novela, el vehículo que le permitió describir lo que él mismo sentía en sus momentos de mayor dependencia.

Algo fundamental a la hora de entender la gravedad de lo que implica el paco es que, aún cuando sus efectos son siempre devastadores, pueden serlo casi completamente según el tipo de persona que lo consuma. Algo que casi nadie dice públicamente. No es lo mismo que lo fume una persona adulta, de clase media a alta, escolarizada, a que lo haga un chico de menos de 20 años (en realidad, los casos que se conocen suelen comenzar entre los 8 y los 15) que no va a la escuela y que vive en una villa miseria. Porque la acción que ejerce la droga es diferente según la nutrición, la educación y la formación cerebral de quienes la consumen.

“Hasta los 25 años, el cerebro no está estructurado –describe Kalina–. Si un chico de 15 años fuma un simple cigarrillo de tabaco, ya está marcando al 89% de sus receptores cerebrales y no tiene la madurez cerebral para discernir. El hábito y la sensación se les fija, vuelven a fumar y ahí es donde llega el anhelo de más tabaco.”

Lo que la droga hace (y la nicotina está considerada científicamente como una droga) es modificar las neuronas, y la persona pierde su autonomía más interna. Aún en el caso de las sustancias consideradas “livianas”, como la marihuana, se agregan más efectos: de acuerdo con Joseph di Franza, de la Universidad de Massachusetts (Estados Unidos), “el 12,2% o más de quienes usan drogas ilícitas están consumiendo además radiaciones, fertilizantes cancerígenos, y la combustión constante a que se somete la zona de la boca y garganta da como resultado cambios en el ADN de la boca, del cuello y del cerebro. Es decir, cáncer”.

Según Kalina, “el problema del paco es que lo consume gente muy joven y con cerebros inmaduros. Un cerebro que ha sido cultivado resiste mucho más, porque el cerebro es como un músculo al que hay que ejercitar para que no entre en decadencia. Estos chicos que consumen paco minuto a minuto, en general, nunca han hecho nada con los suyos”.

Año 2001. Caída del modelo de la convertibilidad, crisis económica y política. Una brecha en los ingresos (que de acuerdo con cifras del mismísimo INDEC) que a mayo del 2002 se había abierto 26 veces entre el 10% de los hogares más ricos y el 10% de los más pobres. “La única manera de reducir el daño que es la PBC es erradicando la miseria. Llevamos más de una década sin tener trabajo, el rol que tendría que tener un padre de llevar el sustento a su casa, hoy no lo tiene. Y si no tiene eso, no tiene tampoco el respeto de su familia. Hoy la madre es la que lleva la comida”, describe a NOTICIAS una de las madres del paco, que prefiere permanecer en el anonimato.

Su pedido es lógico. El movimiento Madres en Lucha se inició en Lomas de Zamora en el 2005 y se expandió hacia la Capital Federal, Lanús, Avellaneda, Quilmes, Florencio Varela, Almirante Brown, Berazategui, Esteban Echeverría y Presidente Perón, entre otros partidos del conurbano. Isabel Vázquez (madre de Emanuel Vázquez, ex consumidor de paco, asesinado a quemarropa el martes 24 de febrero pasado) y Alicia Romero son algunas de sus fundadoras. ¿Por qué? Porque tenían hijos que habían caído en la adicción, pero también porque veían cómo se sumaban a diario más y más muertos vivientes en las calles.

Para las madres que luchan contra el paco, se trata de una “droga de exterminio de los más pobres”. Amenazadas por los traficantes y luchando contra zonas liberadas que tornan inútil hacer denuncias ante las autoridades policiales, recorren el país tratando de consolidar una red de ayuda comunitaria para los consumidores, porque ya hay menores de 6 años que no solamente consumen PBC, sino que también roban, se prostituyen y matan por conseguir el dinero necesario para tener sus dosis diarias.

De acuerdo con el Tercer Estudio Nacional en Población de 12 a 65 años hecho por el Observatorio Argentino de Drogas, en el año 2006 hubo un 0,5% de personas que consumieron PBC. Y ahí se acaban los datos, no hay estadísticas oficiales más actuales. Esa cifra no pareciera decir mucho, si no se tiene en cuenta que en apenas 3 años el consumo aumentó en un 200%.

A esto se suma que los tratamientos escasean (sólo hay un centro de día en Capital Federal para los mayores de 18 años, y otro para los menores): solamente el 12,6% de los consumidores de pasta base han sido vistos por médicos, mientras que el 60,3% confiesa haber participado de algún delito para poder sentir el sabor de la droga.

En sus recorridos puerta por puerta por villas y barrios comunitarios, las madres del paco se pueden encontrar con dos adictos en una misma casa, y muchas veces esas mismas personas también son alcohólicas, lo que complica el cuadro. Eso, sin contar con que el paco se vende también en las puertas de las escuelas y un chico puede entrar a clase drogado sin que absolutamente nadie le cierre el paso ni se haga cargo.

“Esto pasa porque los pibes no tienen un proyecto concreto de vida, la sociedad los rechaza cuando buscan su primer trabajo. Esta es una droga de exterminio: vinieron por los nuestros, y eso hace que el paco también sea un tema político”. Y es que un paco sale 2 pesos, y los consumidores pueden fumarse un promedio de 200 por día; 200 unidades de la droga más adictiva que hay en estos momentos. “Que esto pase en nuestros barrios es tener al enemigo adentro”.

Diferencias. El primer caso que Eduardo Kalina vio fue el de un chico brasileño. Al hacerle una resonancia magnética de cerebro, el científico se encontró con que el muchacho (de 16 años) tenía su cerebro más dañado incluso que el de una mujer de 73 años con Síndrome de Parkinson (ver Cerebro primitivo). El contraste fue notorio cuando se lo comparó con el de otras dos chicas de clase media, con educación, ninguna en el estado terminal de ese primer joven. Aunque llegaron a estar en emergencia, tuvieron la capacidad de decir que se sentían mal y de pensar que debían cambiar algo. Pero en el caso de los cerebros mal nutridos y débiles (tanto a nivel físico como psicológico), la sensación de carencia y deseo imparable aumenta.

“El primer paco que me fumé me dejó reduro como si fuera que hubiera tomado merca; después a los cinco segundos que terminé de fumar se me fue y quedé careta así otra vez como estoy ahora… Después al mismo tiempo se les corta el mambo a todos y allá otra vez tienen que volver a consumir otra vez”, explica un varón de 15 años.

Responsables. Punteros políticos y policía son los más señalados como los que manejan este negocio. Los afectados, los investigadores, los científicos, todos están de acuerdo en esto. “La Policía del País Vasco gana entre 3.000 y 5.000 dólares, está muy orgullosa de su trabajo, tiene una alta jerarquización y cuenta con el respeto de la población, son casi incorruptibles –comenta Kalina–. Pero en la Argentina no es el caso, y el hecho de que la población tenga una imagen tan mala de la Policía es realmente grave”.

Alicia Romero, una madre del paco, coincide a medias. “La solución no es poner más policías, sino que nosotros los vecinos nos organicemos para sacar la inseguridad de nuestros barrios. Sabemos que la inseguridad la provoca la droga de la calle, es el principal factor de violencia, de robos”.

A esto se suma que el paco no solamente es consumido por chicos y jóvenes que tienen la calle como hogar diario, sino que también es una fuente laboral alternativa. En algunas casas se compra Pasta Base, se la fracciona, se la vende a los vecinos… Así lo describe un chico de 18 años, habitante de una villa de Capital: “La gente que la vende, la mayoría, tiene hijos, no quieren trabajar por un sueldo de 500 o 600 pesos. Ellos con la pasta base llegan a hacer 2 lucas por mes, así nomás. Y cuando tenés clientes, tenés varios, porque hay gente que crece, es como todo, es una escala. Un día empezás vendiendo 70 pesos, mañana y al otro día haces 140, y cuando te querés acordar, hay gente que está vendiendo para vos. Yo acá conocí a dos o tres que ya tenían sus cuatro o cinco cabezas de gato que les vendían la droga. Eran padres de familia, con sus 4 o 5 pibes que querían darles de comer. Aparte progresaban se hacían de la nada, vos crecés al toque con eso.”

Todo, al compás de la decadencia física, mental y psicológica. Un mundo del que es muy peligroso salir y también seguir viviendo en los mismos barrios, “porque todo el mundo está contaminado, consumiendo, fabricando, revendiendo en las cocinas”. Más allá de los minoristas fraccionadores, los expertos dan como una de las respuestas al gran aumento en el consumo del paco, al hecho de que esas cocinas no son hechas específicamente para la producción de PBC, sino para fabricar clorhidrato de cocaína: con los sobrantes, nace el paco y redondea un negocio ya de por sí redondo.

Las madres contra el paco piensan que, fundamentalmente, “hay que reconstruir” aquellos proyectos de vida que hubo alguna vez en las clases más desprotegidas: estudiar, trabajar, vivir para superar el presente.

“Con la cocaína se obtiene lo que yo denomino el efecto espinaca o Popeye –resume Eduardo Kalina–. Esto es algo que va con lo que sucede en la cultura actual, donde todo tiene que ser rápido, veloz, con las cocaínas fumadas por ejemplo esto es más notorio todavía. Actúan en pocos minutos. Este es un mundo sin futuro, en el que todo lo que existe es el hoy: las consecuencias no importan, ni a los que venden ni a los que consumen las drogas”.

Y concluye: “No hay planes, todo es al minuto. Si seguimos así, a los sobrevivientes, los que no se mueran por consumir la droga, va a haber que alojarlos en “pacarios”, porque será necesario tenerlos muy medicados, una vez que el cerebro ya está muy afectado se pueden convertir en verdaderas bestias desenfrenadas. Llegan a tener un nivel no visto de descontrol sobre sus acciones, con un grado de destrucción pocas veces visto. Pero el país se niega a pensar en esto”.