Bajo la apariencia de contribuir al desarrollo en el mundo, un reducido grupo de empresas transnacionales norteamericanas controlan a nivel mundial y comercializan las semillas, granos y productos químicos empleados en la siembra. A través de las semillas transgénicas y sus patentes, se han hecho con la llave de la cadena alimentaria
(EXTRACTO)
Alternativa Latinoamericana
-¿En qué consiste la industria de los agronegocios y qué se esconde tras esa supuesta labor de «contribuir al desarrollo en el mundo?»
-En primer lugar, la industria de los agronegocios es una infraestructura productiva mundial de alimentos, controlada por unas pocas corporaciones privadas. Se basa en algo tan antiguo como la agricultura y la producción de alimentos, algo que forma parte del proceso de desarrollo de la humanidad que pasa de recolectora a domesticadora y productora de alimentos básicos para todos. Por eso se habla de la «privatización» de un bien que es común; una manera de apropiarse unos pocos, de algo que nos pertenece históricamente a toda la humanidad. Es transformar a la agricultura en «industria».
El gran negocio comienza en EEUU con los hermanos Rockefeller y su idea de poner en marcha un proyecto de expansión mundial, de diversificación de sus negocios, de dominio, de poder y por supuesto de dinero. Son ellos los que ponen en marcha la denominada «Revolución Verde,» que comienza en los años 50 en México y que luego se completa con su otro proyecto, la llamada «Revolución Genética».
Para ayudar a toda esta expansión, se ponen en marcha dos argumentos que poco a poco van tomando fuerza. Uno, problematizar el crecimiento de la población del mundo -una perspectiva que ya había empezado con Malthus-. Y por otro, la idea de que sólo un sistema de «libre mercado» podría asegurar el alimento a esa creciente población.
«La Revolución Verde ha sido una revolución química llevada adelante por corporaciones petroquímicas que han impuesto el uso de herbicidas y pesticidas a muchos de los países pobres que no tenían posibilidad de comprarlo sin los créditos facilitados por del Banco Mundial».
-¿Quién controla hoy los alimentos y cómo?
-Fuera de las corporaciones que comercializan los alimentos, como Cargyll que se dedica a los granos, y los especuladores que operan en la Bolsa de valores, el control de los alimentos está realmente en manos de cuatro corporaciones. F. William Engdahl las llama «los cuatro jinetes del apocalipsis de los transgénicos» y son las siguientes: Monsanto Corporation, Du Pont Corporation y su Pioner Hi-Brend International, y Daw Agro Sciences -todas americanas-, y Syngenta, que es suiza. Estas corporaciones utilizan como su mayor arma los transgénicos, o semillas genéticamente modificadas.
El Congreso de los Estados Unidos concedió a estas corporaciones un derecho exclusivo de patente sobre estas semillas, y lo hizo supuestamente para proteger a estas semillas y evitar que fueran contaminadas con DNA (material genético) ajeno al del genoma de la planta -evitando que fueran transformadas o substancialmente alteradas-.
«Durante un tiempo la Unión Europea no permitió transgénicos por cuestiones científicas y de salud, pero en 2006 cambia de opinión».
-¿Que papel juega en todo esto el «boom» de las semillas modificadas genéticamente?
-Estas «semillas modificadas,» ahora patentadas, son un producto que va al mercado. Las corporaciones dueñas de estas patentes usan estrategias para colocar su producto en el mercado mundial. Engdahl, en su libro «Semillas de destrucción», explica tres fases estratégicas en la colocación de semillas modificadas genéticamente por parte de las grandes corporaciones. La primera es unirse a…, o comprar compañías locales de cierta importancia. La segunda es asegurarse de obtener patentes locales de técnicas de ingeniería genética sobre variedades, o bancos de semillas relevantes. Finalmente, tienen que vender sus semillas a los agricultores o campesinos, y al hacerlo les hacen firmar un compromiso por el cual no pueden quedarse con semillas de por otro, la idea de que sólo un sistema de «libre mercado» podría asegurar el alimento a esa creciente población.
«La Revolución Verde ha sido una revolución química llevada adelante por corporaciones petroquímicas que han impuesto el uso de herbicidas y pesticidas a muchos de los países pobres que no tenían posibilidad de comprarlo sin los créditos facilitados por del Banco Mundial».
-¿Existen países que no hayan sucumbido a la «invasión» de los transgénicos?
-Probablemente sí, porque el mecanismo que estas corporaciones usan para introducir sus semillas transgénicas de alguna forma depende de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Por lo que, es posible que no todos hayan sucumbido aún a los transgénicos. Pero es difícil saberlo a ciencia cierta. Por ejemplo en 2004, el 56% del poroto -brotes- de soja y el 28% de algodón en el mundo, eran transgénicos. En el Tercer Mundo estas semillas se impusieron fundamentalmente por el nivel de vulnerabilidad que estos países tenían y por la complicidad de sus gobiernos y élites -como fue el caso de Argentina-. Pero en otros lugares se impusieron por la fuerza, como se aplicó en Iraq después la invasión, como parte de la terapia de shock económico.
Durante un tiempo la Unión Europea no permitió transgénicos por cuestiones científicas y de salud -se cuestionaban los efectos de estos alimentos sobre la población-; pero en 2006 cambia de opinión. No es fácil saber cuántos transgénicos existen ni en qué países. Por el momento Estados Unidos, Canadá y Argentina son los que tienen el mayor índice de contaminación de granos genéticamente modificados.
-¿Qué labor ha desempeñado y desempeña en todo esto la Organización Mundial del Comercio y el Banco Mundial?
-La OMC ayudó a imponer el marco legal en el que se patentan las semillas transgénicas. El marco legal lo forman los «Derechos de Propiedad Intelectual Relacionados con el Comercio» (Trade Related Intellectual Property Rights), unas normas que todos los países miembros de la OMC debían aprobar para proteger las patentes de las plantas. Es así como las semillas se transformaron en productos con patente. En el 2003, atendiendo a una demanda de Estados Unidos, Canadá y Argentina (los países más contaminados por los transgénicos), un panel presidido por el juez suizo Christian Haberli falla en contra de la Unión Europea por «no cumplir con sus obligaciones» como miembro de la OMC -lo que podría suponer multas anuales de cientos de millones de dólares-.
Por otro lado, el Banco Mundial desde su creación ha sido un instrumento de dominación de occidente, principalmente de Estados Unidos. Las conexiones de la élite norteamericana con el Directorio del Banco Mundial han ayudado a financiar proyectos para sistemas de riego, presas, etc. elementos necesarios para la puesta en marcha de la «Revolución Verde». La Revolución Verde ha sido una revolución química llevada adelante por corporaciones petroquímicas que han impuesto el uso de herbicidas y pesticidas a muchos de los países pobres, que no tenían posibilidad de comprarlos sin los créditos facilitados por el Banco Mundial.
«Existen estrategias legales pero también ilegales para imponer las semillas genéticamente modificadas a los agricultores, campesinos o países».