El barrio de La Boca suspira miseria. Entre las calles de una de las zonas más turísticas de la capital porteña se reparten estructuras de metal y madera que cobijan a familias enteras
Son espacios ocupados. Casas destartaladas al pie de La Bombonera, el mítico estadio que vio forjar la leyenda de Diego Armando Maradona, asentamientos precarios a la vuelta de la esquina del Caminito de la Boca, abarrotada de extranjeros, cámaras de foto y restaurantes donde la cultura tanguera sobrevive convertida en un atractivo turístico casi obsceno. Es, según los vecinos de toda la vida, “cartón-piedra”. Un espectáculo que se despliega por la mañana y que se desmonta por la tarde. La realidad de La Boca tiene mucho más que ver con los conventillos, con la falta de expectativas y con la pequeña villa que se ha formado cerca del puerto. Una barriada construida en el barro, sin cloacas, y sin agua corriente, donde el narcotráfico es una forma de vida.
El conventillo es la vivienda icónica del barrio. Pilares de madera, fachadas de chapa coloreada con la pintura sintética que les sobra a los barcos que arriban al puerto… Lo que hasta hace unos años era un estilo de vida basado en la miseria, ahora se ha convertido incluso en un peligro constante para sus habitantes. Las casas se caen, algunas por su propio peso, otras incendiadas. Las asociaciones vecinales sospechan que detrás del fuego está un plan de las urbanísticas para remodelar el barrio con el fin de hacerlo un atractivo aún más turístico. Para ello, dicen, primero hay que echar a la población más pobre.
“Desalojar al sujeto social no deseado”. Lito Borello, secretario de la organización vecinal Los Pibes, define así lo que los sociólogos han definido como gentrificación: un proceso urbanístico para remodelar zonas humildes de las ciudades y rehabitarlas con un sector de población de mayor poder adquisitivo. No es un fenómeno nuevo. Barrios como el neoyorkino Brooklyn, ahora reconvertido en el epicentro del fenómeno cultural hipster o el mismo Rabal de Barcelona ya atravesaron este proceso. En Buenos Aires, la zona de Puerto Madero, un área abandonada una década atrás, pasó a ser con los años un centro de negocios con altos rascacielos. Un paisaje más similar al de Miami que al de la capital argentina. Precisamente, la constructora que remodeló esa zona es la que ahora ha instalado sus oficinas en La Boca.
“Los incendios son muy sugestivos”, reconoce el activista, quien asegura que nadie investiga nunca el origen del fuego. Para él, para la asociación y para los vecinos del barrio, se trata de un plan que cuenta con el amparo del Gobierno de la ciudad. La inmobiliaria estudia el terreno, paga a un grupo de “sicarios” para que prendan los lugares incómodos del barrio y al poco tiempo empiezan a construir. Así ocurrió con ‘La Usina del Arte’, un centro cultural que no está pensado para los vecinos del barrio y que está construido sobre las cenizas de antiguos conventillos. “Hay connivencia del Gobierno, en el barrio lo sabemos, pero esto es como las brujas, no podemos demostrar su existencia”, explica.
Lito nos hace un recorrido por el barrio “real”. Su organización lleva más de quince años luchando por los derechos de los más pobres de la zona. La principal herramienta a la que se agarran es la Ley 341. Este texto que contempla la legislación de la ciudad de Buenos Aires nació a mediados de la década pasada al calor de la lucha de las asociaciones. Permitía la financiación de proyectos urbanísticos para gente desfavorecida con un interés muy bajo a devolver en 30 años. Así, muchos vecinos pudieron construir viviendas unifamiliares con garantías básicas: pilares de hormigón, salidas de aires, gas, agua corriente electricidad… por un precio mensual de unos 1.500 pesos (unos 100 euros). Este valor es aún más notable si se tiene en cuenta que el alquiler de una habitación sencilla en pleno centro de Buenos Aires ronda entre los 3.000 y los 4.000 pesos.
El responsable de Los Pibes lamenta que con la llegada del actual presidente argentino, Mauricio Macri, al Gobierno de la capital porteña en 2007, el presupuesto de la ley quedó muy reducido, aunque sigue siendo una de las piezas clave a las que se agarran estos activistas para construir asentamientos dignos.
Uno de ellos es la cooperativa de viviendas que inauguraron en marzo del año pasado. Después de siete años de trabajo autogestionado y con el crédito a bajísimo interés que obtuvieron gracias a la Ley 341, en el seno de La Boca se erige en la actualidad un edificio de unas cuatro plantas en el que viven hasta 32 familias. La mayoría de quienes ahora viven en las casas de la cooperativa, antes lo hacían en casas endebles que se fueron quemando con el tiempo. Uno de los inquilinos de la habitación se llama Luciano Álvarez. Vive allí con su mujer y su hijo pequeño desde hace casi un año. Desde el balcón, a lo lejos, se divisa el Río de La Plata en su desembocadura, en un paisaje lleno de contrastes, como la propia Argentina. A pocos metros de la vivienda se extiende la villa con sus edificios de ladrillo visto regados con marañas de cables negros. Luciano reconoce que el cambio de vida para muchos de sus vecinos ha sido abismal. Cuenta que la mayoría no sabían lo que era ver el sol al levantarse cada mañana. Vivían dentro de un galpón, insertado en el medio de la villa. Despertarse con la luz del sol fue, según explica, “un cambio cultural”.
El trabajo de Los Pibes, en conjunto con el del resto de organizaciones dedicadas a la cuestión de la vivienda en La Boca, es doble. Por un lado está la denuncia. Pero por otro, el trabajo coordinado para que nadie se quede en la calle cuando una casa se derrumba. En ese momento, cuando se activa la alarma, se pone en marcha una maquinaria humana para realojar a las familias que en cuestión de minutos ven calcinada su casa, su pasado, sus recuerdos y su ya enigmático futuro.
Martín (nombre ficticio) pega patadas a los escombros que han quedado a las afueras de su casa mientras espera a que se cueza el arroz que está cocinando. La cena estará lista para cuando vuelva su madre, que se manifiesta en la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, por la liberación de una activista apresada a finales del pasado diciembre. Martín creció con la palabra lucha en la boca. Su casa está situada frente a la sede de Los Pibes. Fueron realojados con la ayuda de la organización cuando su casa quedó derrumbada. “Este barrio es muy gitano -bromea- como España”. Charlamos sobre sus años en Madrid, cuando malvivía en el barrio de Carabanchel. Quiere ser marinero. Entre él y algunos chicos del barrio están pensando montar una flota de pequeños barcos para traer la pesca al barrio directamente. Reconoce que es una profesión dura. Pero muchas veces la vida no te deja otra opción, lamenta con la mirada en el suelo y una media sonrisa en la boca. Él se siente afortunado de dormir todas las noches bajo un techo sin goteras, que no tiembla cuando pasan los autos por la carretera. Desde el balcón de arriba, un abuelo sonríe sin dientes mientras mira al chico orgulloso.
Autor: Alberto Ortiz Jiménez