OBTIENEN millones revendiendo coches. Viven en mansiones de lujo. Hacen fiestas con marisco con la miseria al lado. Durante seis meses el periodista ha observado el delictivo proceder de algunas ONG y lo denuncia para que se ponga fin al descontrol
CORRUPCION: PERMITANME QUE ACUSE A VARIAS ONG (EXTRACTO)
OBTIENEN millones revendiendo coches. Viven en mansiones de lujo. Hacen fiestas con marisco con la miseria al lado. Durante seis meses el periodista ha observado el delictivo proceder de algunas ONG y lo denuncia para que se ponga fin al descontrol
La guerra, la corrupción y el caos han convertido Camboya es un país en venta. Las niñas se ofrecen en los burdeles de las afueras de la capital por 10 dólares. Los bebés no se adoptan, se compran en redes de tráfico ilegales. Los bosques, las minas, los políticos o los policías tienen su precio. Y estos días, incluso los flamantes coches de algunas ONG tienen colgado el cartel de «se vende».
El negocio funciona así, según revelan a CRONICA fuentes de Cruz Roja en el país asiático: las organizaciones implicadas importan los coches aprovechando las exenciones fiscales por razones humanitarias y los revenden después a precio de mercado. «La diferencia son miles de euros por unidad. El mismo sistema sirve para otros productos de lujo», asegura un cooperante con 15 años de experiencia en el país.
El contrabando de productos es el último abuso en una larga historia de excesos cometidos por el personal expatriado en este rincón del sureste asiático desde su llegada a principios de los 90.Pero ha sido en los últimos dos años cuando el resentimiento de la población ha empezado a dirigirse hacia las ONG y el gueto de opulencia creado alrededor de algunas de ellas. Las mejores mansiones de la capital, Phnom Penh, que no son propiedad de ministros o diplomáticos están alquiladas por ONG que a menudo cuentan con personal de servicio, chófer privado y dinero suficiente para vivir la agitada vida nocturna de la capital camboyana.
Las fiestas que se celebran en Phnom Penh son legendarias. Vino de cosecha, marisco y bailes hasta el amanecer mientras a unos pocos metros lisiados de la guerra civil que destrozó el país en los años 70 y 80 piden limosna arrastrándose por el suelo.«Con poco dinero se puede vivir mucho mejor aquí que en Nueva York, París o Londres», admite un cooperante asiduo de la noche de Phnom Penh, donde varios restaurantes y pubs de moda viven exclusivamente de la clientela de las ONG y los organismos internacionales.
Camboya es, con más de 200 ONG y la mitad del presupuesto del país ligado a la ayuda exterior, el lugar del mundo que recibe más asistencia por habitante. Si mañana desaparecieran las organizaciones humanitarias, la mayoría de las cuales ha prestado una ayuda vital, el sistema sanitario y gran parte de los servicios sociales quebrarían.
El país es un buen ejemplo de la contradicción que vive estos días el mundo de la solidaridad: las ONG tienen más influencia, dinero y capacidad para mejorar los lugares a los que acuden que nunca. A la vez, su imagen se encuentra en el peor momento de su historia debido a los abusos de unas pocas y a los descuidos de no tan pocas.
«¿Se están convirtiendo las ONG en los nuevos colonialistas de Africa?», se preguntaba recientemente el columnista africano Georgianne Nienaber en el diario New Times de Ruanda al expresar el creciente malestar de las comunidades del Tercer Mundo ante los excesos del movimiento humanitario.
Desde Kigali a Bogotá, y desde Vientiane a Kabul, las ONG han perdido la imagen impoluta que les ha seguido allí adonde iban durante décadas y que les ha mantenido inmunes a la crítica. CRONICA ha investigado durante los últimos seis meses las actividades de decenas de ONG en algunas de las zonas más necesitadas del mundo.
El descontrol en los gastos, las peleas por hacerse con proyectos, el proselitismo tanto de organizaciones cristianas como musulmanas, el desequilibrio entre la ayuda ofrecida y la realmente necesaria y la exhibición de un nivel de vida que distorsiona la realidad local se encuentran entre las irregularidades más comunes en los cuatro países estudiados: Afganistán, Sri Lanka, Indonesia y Camboya.
El tsunami que en diciembre de 2004 arrasó las costas del Océano Indico provocó la mayor donación privada de la Historia y llenó las arcas del movimiento solidario como nunca antes, haciendo que modestas organizaciones dispusieran repentinamente de cajas millonarias. Decenas de ellas han sido creadas desde entonces exclusivamente para centrarse en la reconstrucción de los países afectados por el maremoto, muchas sin las garantías mínimas ni sistemas de control sobre el dinero que reciben.
En Banda Aceh, la capital de la arrasada provincia indonesia de Aceh, el precio de las viviendas de los mejores barrios se ha triplicado debido a la competencia de las ONG por hacerse con las casas más grandes y mejor situadas. K. L., un funcionario del Gobierno local, asegura que decidió desalojar a toda su familia después de que una ONG le ofreciera 4.000 dólares al mes por su casa familiar de 200 metros cuadrados. «Con ese dinero hemos alquilado una casa más pequeña y hemos ahorrado, pero otros vecinos tienen el problema de que no pueden acceder a casas por culpa del precio», asegura.
La labor humanitaria en Indonesia, ha devuelto la esperanza a las zonas arrasadas, se ha visto mermada por acusaciones de proselitismo y la inoperancia de grupos que meses después de haber llegado a la zona apenas han iniciado sus trabajos. «Cada vez que les preguntamos cuándo van a empezar nos dicen que están reunidos», protesta T. Gunawan, jefe del arrasado subdistrito de Leupung, en la costa oeste de Aceh.
EL DINERO DEL TSUNAMI
La mayoría de las ONG desplazadas a las zonas devastadas por el tsunami sólo ha gastado una mínima parte del dinero que recibieron.Para el comisario europeo de Asuntos Administrativos, Anti-Fraude y Auditoría, Siim Kallas, ha llegado el momento de poner orden en un mundo que durante décadas ha estado exento de los controles normales en empresas privadas o gobiernos.
«Actualmente una gran cantidad de dinero está siendo dirigida a causas nobles a través de organizaciones de las que sabemos poco», aseguraba el pasado mes de marzo Kallas al recordar que los donantes tienen derecho a saber dónde y cómo se gasta el dinero que entregan.
El tsunami y la avalancha de ONG que se ha desplazado a las zonas afectadas -sólo en Aceh hay más de 500 extranjeras- ha marcado de forma más clara que nunca la línea entre las organizaciones profesionales y aquellas que carecen del compromiso solidario, el personal cualificado o la estructura organizativa para llevar a cabo su trabajo. Una falta de preparación que, en algunos casos, llega a ser surrealista.
Recientemente, estando en Afganistán, un cooperante español llegó al país con cerca de 100.000 euros y se acercó a este corresponsal para preguntar «si sabía dónde podía gastar el dinero» que había recibido en subvenciones públicas. El país al que se refería es, tras décadas de guerra, uno de los tres más pobres del mundo, con un analfabetismo rural que ronda el 80% y una mortalidad infantil que impide que uno de cada cinco niños llegue a cumplir los cinco años.
Los abusos siguen siendo parte de una minoría, pero amenazan el trabajo de otros que, como en el caso de Afganistán, se juegan la vida a diario en sus misiones.
Una duda similar es la que lleva a muchos voluntarios a callar ante los abusos de sus colegas. «Existe una ley del silencio.Nadie quiere hacer público lo que ve por miedo a que pueda verse manchada gente que trabaja honestamente», asegura un veterano activista que ha estado en varios países asiáticos y que asegura encontrarse desmoralizado. «A mí me han pagado billetes en primera para ir a ayudar a un país como Afganistán. Me pasé todo el vuelo pensando a cuánta gente se podía haber salvado con ese dinero», dice.
ATRAER A LOS MEDIOS
Uno de los principales problemas de las ONG es que la mayoría ha perdido la independencia que les otorgaba el apellido de No Gubernamentales. La lucha por hacerse con las subvenciones estatales y los proyectos humanitarios gestionados por los Estados obliga a la mayoría a dedicar una parte importante de su tiempo y de su personal a las relaciones públicas. Rara es la ONG que estos días no invierte una suma importante de su dinero en pagar viajes a periodistas para tratar de que informen de sus proyectos, una práctica que está prohibida por los propios medios de comunicación en países como EEUU pero que se lleva a cabo de forma regular en otros como España.
La consecuencia ha sido una presión por obtener la atención de los medios que puede llegar a afectar su efectividad en situaciones de crisis. El pasado mes de octubre, durante las labores de rescate del terremoto que dejó más de 80.000 muertos en Pakistán, muchos de los helicópteros que debían distribuir ayuda despegaban con menor capacidad de la disponible para hacer sitio a equipos de televisión, prensa y radio.
Lloyd Hanoman, que trabaja en la costa este de Sri Lanka tras el tsunami con la organización Free The Children, asegura haber sido testigo de la creciente competencia entre diferentes ONG por plantar su bandera en proyectos que pueden reportarles cobertura mediática, sea o no necesaria su presencia. «En algunos casos han llegado a las manos», lamenta este cooperante canadiense que se vio sorprendido por las trifulcas que tuvieron lugar en la localidad de Ampara tras el maremoto.
El senador estadounidense Charles Grassley ha impulsado en EEUU un paquete de normas destinadas a las ONG y cuya base son los códigos de conducta que ya se aplican a las grandes corporaciones americanas tras el escándalo Enron. Para Grassley, el tsunami y la reconstrucción de las zonas afectadas ha puesto de manifiesto la capacidad de reacción y asistencia de las ONG, pero también la necesidad de reinar sobre el caos y la falta de garantías que rigen entre las más de 60.000 organizaciones registradas en todo el mundo.
Los defensores de las medidas aseguran que el objetivo no es limitar las actividades de las ONG, sino evitar que, como en el caso de Camboya, lo que empezó como un proyecto solidario pueda terminar por convertirse, en algunos casos, en un concesionario de coches todo terreno.
Cronica El Mundo , David Jimenez
número 540