Crisis migratoria en Centroamérica

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https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Caravana_migrante_13.jpg

Un hombre posa su cabeza contra un árbol, completamente exhausto, con las piernas llenas de barro. 

A su lado, una niña, su hija, también empapada en tierra mojada, lo mira con preocupación mientras juega con sus manos. La imagen forma parte de un trabajo periodístico del fotógrafo Federico Ríos, para The New York Times. Él y la periodista Julie Turkewitz acompañaron a decenas de migrantes a través del conocido como Tapón de Darién, la selva que separa Colombia y Panamá, uno de los pasos fronterizos terrestres más impenetrables del mundo.

“La historia del colapso de Venezuela en una sola imagen”, resumió en Twitter el investigador Michael Deibert al compartir la fotografía.

La imagen revela el auténtico calvario de millones de migrantes de América Latina que atraviesan el continente por rutas imposibles para intentar llegar a Estados Unidos o a otros países de la región, a veces huyendo de segundos o terceros países en los que habían intentado establecerse previamente y no lo consiguieron. Según la Agencia de la Organización de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), en 2021 se contabilizaron unos 5,1 millones de migrantes transfronterizos en el continente americano. Venezuela (con 4,6 millones) es el segundo país en el mundo con el mayor número de refugiados. Detrás de todo ello, un sistema político y económico organizado alrededor del neocapitalismo internacional (en sus versiones tanto liberal como comunista) que los discrimina y descarta.

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El Tapón del Darién y la frontera que separa México de Estados Unidos son los puntos con mayor mortalidad. Desde América del Sur, muchos migrantes cruzan a pie la frontera terrestre desde Colombia hasta Panamá, un área selvática y pantanosa de 266 kilómetros. La posibilidad de morir en esta infernal travesía es muy grande y la mayoría de los que la inician desconocen lo que se van a encontrar: pueden morir arrastrados por el agua de los ríos en sus crecidas, comidos por el barro o precipitados por los barrancos débiles que construyen las lluvias.

También pueden ser violados, desaparecidos o asesinados por los grupos armados que están allí. Los niños se enfrentan al agotamiento, o la falta de hidratación, las diarreas o las infecciones en medio de esa fuerte humedad. A pesar de ello, más de 200.000 personas, (33.000 son niños, muchos de ellos bebés y mujeres embarazadas) han intentado atravesar este tapón en 2022, más del doble que el año anterior. Y si logran salvar el paso por este Tapón, saben que la mayor barrera va a aparecer más adelante: encontrar alguna forma de llegar a Estados Unidos, donde en el pasado año 2022 los agentes fronterizos de ese país detuvieron a más de 2,3 millones de personas.

Estas personas no se juegan la vida por alcanzar un “sueño”, el “sueño americano”, sino que se la juegan porque su vida ya ha sido amenazada y pretende ser descartada. Son víctimas de la violencia, de los conflictos armados, de la falta de empleo, del hambre, del saqueo económico a su país, de la falta de democracia y de libertad. Una organización política y económica que no pone en primer lugar el derecho de cada persona a poder vivir y a desarrollar su vida con dignidad, desde la concepción hasta su muerte natural, no puede ser una organización que se llame democrática ni justa.

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Pero también es de justicia pedir a los inmigrantes que arriesgan su vida en ese esfuerzo por la supervivencia que no se olviden de todos los que quedan atrás. Ellos han superado todos los muros de iniquidad que han ido atravesando: desde la infranqueable naturaleza de la selva, del mar o de los desiertos, hasta los muros de la corrupción mafiosa organizada de todos los que se aprovechan de su necesidad y de su vulnerabilidad; o los muros de las legislaciones “democráticas” y sus inmensas barreras burocráticas, que los dejan agotados, deportados o en la ilegalidad. Cuando consiguen residir y trabajar en algún lugar del mundo donde su vida no corra peligro, ellos son los más capacitados, existencial y moralmente, para seguir luchando por todas las personas –compatriotas o no– que también están etiquetadas como ‘descartables’, sin que su vida importe. Por ello, nos negamos a verlos reducidos al conformismo pasivo y denigrante del asistencialismo y el paternalismo y, desde la dignidad que han demostrado, creemos que están llamados a protagonizar redes de solidaridad con todos los que seguirán intentando luchar por la dignidad de su existencia. Para ellos y para nosotros sigue siendo una prioridad el grito: ¡Todos responsables de todos o todos esclavos!.

Editorial de la revista Autogestión

Revista Autogestión 147 «Jóvenes a pesar de todo… ¡Sí a la vida!¡Sí a la solidaridad!