CRISTIANOS BAJO LA BOTA COMUNISTA (extracto)

2620

María Vladimirovna llegó a Murmansk hace más de 50 años. Es una de las

Juan Sarmiento: Abuela María, ¿cómo fue su llegada a Murmansk?


María Vladimirovna: Yo nací en Bielorrusia y, junto con mi esposo, vine de muy joven a Murmansk para trabajar en el puerto de esta ciudad.  Soy católica al igual que lo era mi esposo.  Mis padres me bautizaron al poco tiempo de nacer.


Juan: En tiempos de la ex-Unión Soviética, ¿cómo vivía Ud. su fe, puesto que al igual que otros muchos cristianos habrá encontrado muchas dificultades en esos años?


María: Sin duda, fueron años muy duros, difíciles, me refiero a cómo vivíamos nuestra fe.  Para empezar, todas las iglesias, ortodoxas y católicas o fueron cerradas, acondicionadas para funcionar como fábricas de jabones, de lamparillas eléctricas, o destruidas.  Sí destruidas.  Los objetos e imágenes, como iconos y libros sagrados ahora los vemos en las tiendas y en los vendedores ambulantes.


Fueron saqueadas, incendiadas, y en algunos casos convertidas en museos.  Otras en sala de conciertos, escuelas musicales, bibliotecas comunales.


El cura párroco de la iglesia en la que yo fui bautizada en Bielorrusia, un día desapareció; después de unos años nos enteramos que lo habían encerrado en un campo de concentración no muy lejos de esta misma ciudad de Murmansk en donde ahora vivo con mi hijo.  Decir y manifestar que uno era cristiano, ya sea católico u ortodoxo, significaba como en el caso de mi padre, perder el trabajo.  Y esto era lo más leve que podría ocurrirte. Aquí en Murmansk recuerdo que nos obligaban a participar en las manifestaciones de octubre cuando se conmemoraba la revolución socialista.  Recuerdo que todos los años, pasaba por los lugares de trabajo el comité responsable de la organización de estas manifestaciones.  Además de registrar tu nombre para luego saber si habías participado o no de la manifestación, tomaban nota también de tus ideas o creencias religiosas.  Claro, nadie decía «soy católico o soy ortodoxo, o luterano, o bautista» pero siempre había infiltrados en los lugares en que trabajabas, en el edificio en donde vivías, en las tiendas, en el correo, me entiende… ¡Todo se sabía!


Juan: En su caso, ¿cómo pudo sobreponerse a esta realidad tan dura?


María: A pesar de todo, nosotras y digo «nosotras» porque éramos todas mujeres, nos reuníamos en casa de una vecina todos los domingos para conversar entre nosotras, tomar el te… y claro, para rezar juntas el rosario, leer el catecismo que teníamos de nuestras madres… Yo aún conservo el catecismo de mi madre escrito en polaco.  Reunimos en distintas casas todos los domingos, y algunas veces entre semana para rezar juntas, hablar de nuestras vidas, comentar cosas, pero fundamentalmente rezar y leer nuestros catecismos, nos ayudaba a revivir nuestra fe y seguir siendo cristianos.


Juan: Dado que hasta la llegada de los claretianos no era posible participar en la liturgia católica, ¿podían asistir a la misa ortodoxa?


María: Yo participé en alguna que otra celebración, pero siempre con el temor de que me vieran entrar y rezar.  Eso significaba, que a la semana siguiente me llamaran del comité de seguridad y empezaran con las preguntas de rigor.  Dejé de ir porque el cura ortodoxo que oficiaba no era el que conocíamos.  Luego supimos que el que hacía las veces de sacerdote en las celebraciones no era sino un seminarista puesto por el mismo comité, para informar de la vida y actuar de los feligreses.  Ni qué hablar de las confesiones, claro. Imagínese, todo lo que decíamos en secreto al cura pasaba al comité.  En fin, ¡qué años!


Al llegar la Perestroika empezó a visitarnos un cura católico lituano: en alguna otra ocasión, también otro cura católico que venía desde San Petersburgo.


Juan: Desde el 2000 ya tiene Ud. y la comunidad católica un cura párroco y al H. Josef.


María: Gracias a Dios y a nuestra insistencia tenemos la presencia de Uds. entre nosotros.  Recuerdo que nos reunimos una vez y decidimos escribir al Obispo en Moscú y entre otras cosas le pedíamos la presencia estable de un cura entre nosotros.  Y así fue que llegaron los Claretianos, estamos todos muy contentos y damos gracias a San Miguel Arcángel, que es el nombre de nuestra parroquia, porque él también nos ayudó a mantener viva la fe, a conseguir un párroco, y ahora soñamos en construir lo que será la primera Iglesia católica en estas lejanías.