El año 2004 son unos 130 los cadáveres que la Camorra ha dejado en las calles de Nápoles.. La tragedia es que tenga que ser un cura el que grite estas cosas a los cuatro vientos, porque los políticos aquí no tienen vocación de servir al pueblo», El padre Luigi firmó su sentencia de muerte el pasado mes de marzo, cuando una muchacha de 14 años llamada Annalisa Durante cayó abatida a balazos a sólo 30 metros de la Iglesia de San Giorgio Maggiore. La joven murió porque un chaval de 17 años no tuvo el menor escrúpulo en utilizarla como escudo humano para defenderse de un grupo de pistoleros que, en un ajuste de cuentas entre clanes mafiosos, trataban de matarlo a él. Ahí fue cuando el padre Luigi dijo basta. En el funeral de Annalisa se despachó a gusto contra la Camorra e hizo un feroz llamamiento a los ciudadanos de Forcella para que plantaran cara a los mafiosos y los expulsaran de su barriada. «El grano que muere debe producir otro fruto. A partir de hoy, Forcella ya no tendrá miedo a nadie», exhortó a sus fieles, quienes respondieron a sus palabras con una clamorosa ovación. La respuesta de los mafiosos, por supuesto, no tardó en llegar.«Han intentado acabar conmigo en al menos cinco ocasiones», admite abiertamente el cura… Los últimos párrocos mártires de la Camorra fueron Peppino Diana y Peppino Puglisi, asesinados ambos en 1996.
EL PADRE LUIGI Merola disfruta de un privilegio nada envidiable: es el único sacerdote en Italia escoltado por tres guardaespaldas armados con pistolas. Su pecado ha sido romper con el tradicional silencio ante la Camorra napolitana, que extorsiona y asesina
Fuente: CRONICA
IRENE HERNANDEZ. Nápoles
Domingo, 26 de Diciembre de 2004
A simple vista, Luigi Merola parece un tipo de aspecto normal: 31 años, vaqueros desgastados, cazadora azul marino sobre los hombros, amplia sonrisa Sólo hay dos cosas en él que le distinguen del común de los mortales. La primera son los tres fornidos sujetos, con el dedo siempre cercano al gatillo de sus pistolas, que le siguen a todas partes. Y la otra es el pequeño alzacuellos que asoma por el borde de su cazadora.
Don Luigi es párroco de la Iglesia de San Giorgio Maggiore, situada a pocos metros de la catedral de Nápoles en uno de los barrios de la ciudad más castigados por la guerra entre clanes mafiosos.Y, dada su férrea oposición a la Camorra, es uno de los principales objetivos de los capos del crimen organizado. Tanto es así que el padre Luigi disfruta del nada envidiable privilegio de ser el único sacerdote en toda Italia con escolta oficial para evitar que sea abatido a tiros por un asesino a sueldo de la Mafia.
«Estoy dispuesto a dar la vida combatiendo a la Camorra», afirma a CRONICA sin amedrentarse. «Es verdad que, después de recibir las primeras amenazas de muerte, me entró miedo. Pero mi misión es dar la cara por mis fieles y denunciar el mal allí donde se encuentre. Y aquí, en Nápoles, el mal lo encarna la Mafia. La tragedia es que tenga que ser un cura el que grite estas cosas a los cuatro vientos, porque los políticos aquí no tienen vocación de servir al pueblo», denuncia envuelto por el halo de luz que entra por la vidriera del altar de la Iglesia y que le confiere un aspecto celestial.
En lo que va de año, son casi 130 los cadáveres que la Camorra ha dejado en las calles de Nápoles. Y si el de don Luigi aún no ha engrosado esa funesta lista es gracias a los tres agentes que, armados con revólveres y equipados con un potente automóvil Alfa Romeo, se ocupan día y noche de velar por su seguridad. Porque lo que está claro es que muchos mafiosos pagarían sin pestañear los cerca de 15.000 euros que en Nápoles cuesta un asesino a sueldo para matarle.
El padre Luigi firmó su sentencia de muerte el pasado mes de marzo, cuando una muchacha de 14 años llamada Annalisa Durante cayó abatida a balazos a sólo 30 metros de la Iglesia de San Giorgio Maggiore. La joven murió porque un chaval de 17 años no tuvo el menor escrúpulo en utilizarla como escudo humano para defenderse de un grupo de pistoleros que, en un ajuste de cuentas entre clanes mafiosos, trataban de matarlo a él.
Ahí fue cuando el padre Luigi dijo basta. En el funeral de Annalisa se despachó a gusto contra la Camorra e hizo un feroz llamamiento a los ciudadanos de Forcella para que plantaran cara a los mafiosos y los expulsaran de su barriada. «El grano que muere debe producir otro fruto. A partir de hoy, Forcella ya no tendrá miedo a nadie», exhortó a sus fieles, quienes respondieron a sus palabras con una clamorosa ovación.
Pero además de aquel sermón, y como ya venía haciendo desde que hace cuatro años desembarcó en la barriada de Forcella, el sacerdote continuó predicando con el ejemplo, con más ahínco que antes: denunciando con saña a los camellos que vendían droga por la calle, acosando incansable a los cabecillas mafiosos que se creían dueños del barrio, exigiendo una y mil veces a las fuerzas de seguridad y a las autoridades políticas que intervinieran en la zona «Para que usted me entienda: me he visto en ocasiones obligado a hacer de policía porque, hasta hace poco tiempo, si yo no desempeñaba esa función aquí no la hacía nadie», resume don Luigi con más pesar que vanidad.
La respuesta de los mafiosos, por supuesto, no tardó en llegar.«Han intentado acabar conmigo en al menos cinco ocasiones», admite abiertamente el cura. «Una vez incluso vino un tipo a verme a la Iglesia y me dijo que si no les dejaba tranquilos con sus negocios se verían obligados a ponerme freno y a aplicarme la sentencia que me correspondía. Yo le pregunté que a qué sentencia se estaba refiriendo y él me respondió haciéndome ante la cara el signo de la cruz».
A pesar de que aproximadamente cada 60 horas el crimen organizado deja un nuevo cadáver en las calles de Nápoles, a pesar de que la mitad de los ciudadanos de esta ciudad caótica han sido en algún momento extorsionados por la Mafia, el padre Luigi está convencido de que es posible acabar para siempre con la Camorra.«He tratado de hablar con algunos capos mafiosos, de dialogar con ellos, y le aseguro que es imposible. Toda esa gente está irremediablemente perdida. Es inadmisible conseguir que vuelvan a retomar el camino del bien. Son hombres sin alma, cristianos que se han podrido por dentro y a los que ya es impensable recuperar. Lo único que podemos hacer ahora es concentrarnos en los niños y tratar de evitar que caigan en las garras de la Camorra».
DINERO FACIL
Pero don Luigi sabe que no es una tarea fácil. Los cerca de 60 clanes mafiosos que operan en Nápoles tienen a su disposición unos recursos económicos prácticamente ilimitados. La Camorra mueve dinero, mucho dinero. En Nápoles se calcula que 100.000 euros al día, y eso sólo con el tráfico de drogas.
Mientras que un chaval debe de conformarse con ganar 25 miserables euros a la semana trabajando de aprendiz de panadero, si se dedica a pasar droga y a cobrar sobornos por cuenta de la Mafia se embolsa entre 50 y 100 al día. Si hace carrera y es ascendido a controlador de zona, sus ingresos pueden aumentar hasta 500 euros. Y si no tiene reparos en convertirse en un asesino a sueldo, ganará entre 10.000 y 20.000 euros por cada trabajito que lleva a cabo. La Mafia es tan generosa que hasta garantiza a sus esbirros que, aun en el caso de que la Justicia eche sus garras sobre ellos y vayan a parar con sus huesos a prisión, seguirán cobrando sus sustanciosos salarios y sus familias continuarán disfrutando de protección y cobertura sanitaria.
La Camorra recluta a sus miembros en la miseria, algo muy fácil dado el elevadísimo índice de paro que arrastra Nápoles, el más alto de toda Italia. Las estadísticas oficiales señalan que nada menos el 42,7% de los napolitanos en edad de trabajar carece de colocación. Y hay barrios en los que el nivel de desempleo llega hasta el 61,7%. A eso hay además que añadir que una de cada dos familias napolitanas tiene cuatro o más hijos, lo que agudiza la situación de pobreza. Sin embargo, donde no falta nunca trabajo es en las filas de la Camorra.
«Es cierto que no existe en el mundo ningún empleo que sea tan rentable como trabajar para una familia mafiosa», reconoce con amargura el padre Luigi. «La pobreza y la ignorancia son los principales aliados con los que cuenta la Camorra. Yo he llevado a cabo una pequeña investigación al respecto y he descubierto que el 90% de las personas que trabajan para la Mafia no tienen ni siquiera los estudios elementales. Por eso, la mejor manera de combatirla es invirtiendo en la formación de niños y jóvenes y creando puestos de trabajo».
Pero el párroco no habla sólo de formación cultural, sino también de creación de una conciencia ética. «A los chavales de hoy lo que más les preocupa es llevar las zapatillas de marca, los pantalones de marca, la camiseta de marca. Conozco a padres de familia que eran honrados trabajadores y que se metieron en el crimen organizado para poder dar a sus hijos todos los caprichos que les pedían. Esos niños corren el peligro de engrosar el día de mañana las filas de la mafia para poder dar satisfacción a sus ansias consumistas, que se ha convertido en la droga de nuestros días».
Pocos curas hay en Nápoles como él, por no decir ninguno. Atrás quedaron los tiempos en que había sacerdotes tan molestos para la Mafia que ésta no dudaba en liquidarlos a tiros. Los últimos párrocos mártires de la Camorra fueron Peppino Diana y Peppino Puglisi, asesinados ambos en 1996, víctimas de la guerra de clanes.
Es tal el poder del que hoy disfruta la Mafia y el miedo atávico que genera, que la inmensa mayoría de los sacerdotes prefiere mirar para otro lado y no predicar contra el crimen organizado.«Un grave error, porque un cura puede cambiar un barrio, como yo lo estoy demostrando en Forcella», advierte don Luigi, orgulloso de que su distrito cuente ahora con escuela, alumbrado público y seguridad en las calles. «A lo mejor es preciso que los fieles recen con más fe para que Dios les envíe sacerdotes más comprometidos en esta lucha», concluye.
Habla por propia experiencia, porque lo cierto es que don Luigi se ha visto en ocasiones muy solo en su cruzada contra la Mafia. Las altas instancias religiosas no sólo miran con recelo su particular guerra contra el crimen organizado sino que hasta se han permitido darle un toque de atención a través del cardenal Michele Giordano, quien recientemente invitaba a don Luigi a calmar su ansias batalladoras, «porque un sacerdote debe de educar a los jóvenes y a las familias, no hacer de policía».
Pero, erre que erre, don Luigi sigue predicando la guerra sin cuartel contra la Mafia. «Nápoles está al borde del colapso a causa de lo mucho que están aumentando los ataques criminales. Yo sólo soy un humilde siervo de Dios que pide un compromiso mayor en la lucha contra el crimen organizado. Vencer esta batalla es todavía posible. Si es necesario lo haré yo solo. La clave es precisamente no tener miedo. No hay muro que no se pueda saltar y, de la misma manera, también la batalla contra el crimen organizado se puede vencer». Sin embargo, don Luigi no se considera ningún héroe: «Los que me definen así no han entendido nada», sentencia haciendo voto de humildad.
Es posible que él no tenga miedo, pero su señora madre sí. Ambos viven bajo el mismo techo en una vivienda a 18 kilómetros de Forcella. «Ella sí que sufre. Todos los días espera angustiada a que regrese a casa, torturándose al pensar que es posible que esa noche no vuelva porque han acabado conmigo de un balazo».
BAÑO DE SANGRE
Cerca de 850 muertos en los cuatro últimos años y aproximadamente 130 en lo que va de año son motivos más que suficientes para mostrarse preocupado. A pesar de que Nápoles se sitúa a la cabeza de Italia en número de agentes de las fuerzas de seguridad por habitante (hay un policía por cada 238 ciudadanos), hasta el momento nada ni nadie ha logrado detener el reguero de sangre.
La situación es tan desesperada que el Gobierno baraja incluso la posibilidad de desplegar al Ejército en la ciudad para tratar de poner orden, o de rebajar la edad penal de 18 a 16 años y la de imputabilidad de 14 a 12 primaveras. Al fin y al cabo, el 20,2% de los napolitanos tiene menos de 14 años y muchos de esos chavales ya han sido reclutados por la Mafia.
Se calcula que en Nápoles existen 82 clanes mafiosos con un ejército total de 7.000 hombres. Una situación no muy diferente de aquella que existía cuando nació la Camorra, allá por el año 1341, cuando sus bandas eran una policía privada que vigilaba el tráfico del puerto.
Fue también muy temprano, a los 13 años, cuando el padre Luigi sintió la llamada de Dios, durante un campamento organizado por misioneros destinados en Africa y que contaban a los niños los horrores con los que convivían a diario. Al momento, Luigi Merola decidió que también quería ser como aquellos hombres, dispuestos a dejarse la vida por ayudar a los demás. Ingresó en el seminario de Capodimonte, donde estudió seis años de Teología y dos de Moral. Ordenado a los 24 años, se estrenó como cura en una parroquia de Maranbo, a 18 kilómetros de Nápoles, antes de ser trasladado a la de Forcella.
En octubre de 2000 desembarco en el barrio como vicepárroco de la Iglesia de San Giorgio Maggiore. En abril pasado, fue ascendido al puesto de párroco. «Pero mi Iglesia está sobre todo en las calles, en los tres kilómetros cuadrados en los que viven los 9.000 habitantes de Forcella y donde los clanes se matan entre sí», advierte.
El padre Luigi se santigua ante la imagen de Cristo, dispuesto a abandonar San Giorgio Maggiore y a adentrarse a pie por las calles del barrio. Sus guardaespaldas, todos ellos buenos cristianos, se santiguan también, como hacen siempre que entran y salen de la Iglesia. Algo que, dada la imparable energía que destila el padre Luigi, sucede medio centenar de veces al día.