Cuando despertó, la bestia seguía su marcha

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Testimonio de un joven hondureño, amputado por el tren (la bestia) en el que emigran miles a Norteamérica. Deportaciones, amputaciones, muertes y violaciones en un itinerario salvaje hacia los Estados Unidos.

Tenía 17 y se le había metido en la cabeza que debía irse a Estados Unidos, sólo allí, en el norte, veía la solución. Ya había hecho un intento a los 16; ahora confiaba en que lo lograría. Tomó todas las precauciones, logró sobrevivir a los asaltos, las carreras por tomar el tren. Fue testigo de las tragedias de otros, y casi logró salir indemne. José Luis Fernández nunca imaginó que sería un desmayo provocado por el calor, el que le truncaría los sueños y el cuerpo.

José Luis Fernández Cruz cerró los párpados por unos segundos. Cuando despertó, el tren lo arrastraba y luchaba cuerpo a cuerpo para evitar ser destrozado. La bestia casi lo logra, él perdió un brazo, una pierna y parte de la otra mano. Ahora, en Honduras, en donde nació, y de donde huía hacia el norte para buscar trabajo, coordina una organización que reúne a cientos de personas con discapacidades provocadas por el mismo viaje que él intentó hacer.

El joven hondureño, músico, guitarrista y bajista, perdió el conocimiento y cayó en los rieles del tren. Pasó dos años en hospitales mexicanos, entre cirugías y terapias de rehabilitación. Él sintió como si fueran 20. Si no es por los vecinos de Delicias, en Ciudad Juárez, el poblado más cercano al sitio donde José Luis Fernández dejó su cuerpo en piezas, hubiera sido deportado aún con las heridas abiertas. Fueron esos seres anónimos, los que buscaron ayuda para que recibiera atención médica y le pudieran dar la prótesis de la pierna.

¿Cómo llega a formarse un colectivo de discapacitados por la migración?

Cofamipro es una organización de madres buscando a sus hijos desaparecidos. Ellas se dieron cuenta que existían personas como nosotros y se interesaron incondicionalmente y nos fueron a buscar a nuestras casas y  apareció uno y otro, luego otro, el caso que nos dimos cuenta  que en la ciudad habíamos 30 personas como yo.

Ellas decidieron que nos uniéramos, que nos organizáramos, siempre nos dan el acompañamiento. Somos muchos con nuestra propia lucha, estamos tratando de salir adelante con proyectos, como por ejemplo, plan de vivienda, seguridad alimentaria. Un compañero que tienen nueve hijos, nos gustaría que hubiera becas para los niños.

Analizo esto de las migraciones, en Honduras, por ejemplo, al año son 2.400 millones de dólares en remesas, son la columna de la economía del país. Miles de familias se mantienen gracias a esas remesas que mandan. Casi dos millones de hondureños están en Estados Unidos y que igual que nosotros han emprendido ese viaje. Yo le digo a mis compañeros que esto  es como la guerra y en la guerra hay hombres caídos, en nuestro caso, nuestra guerra es la pobreza y la falta de oportunidades y el desempleo, es una situación forzada, en la guerra siempre hay caídos y lamentablemente los caídos en esta ocasión somos nosotros.

Lo justo sería que el gobierno nos apoye, al menos en planes de vivienda o de seguridad alimentaria, porque justo por eso nos fuimos, por no tener ni siquiera una casa donde vivir. La meta o el propósito por lo que uno migra es por una necesidad. Lamentablemente a muchos esa ilusión o ese sueño se nos convierte en una pesadilla. Calculamos que en Honduras hay unas 600 personas discapacitadas por la migración.

Un viaje cada vez más complicado y peligroso.

Son tantas cosas que se ven en ese camino, en el tren. Muchachas que las violan, de maras, que llegan a asaltarlo a uno y uno se queda allí preguntando “quiénes eran”, saber si son policías, o si son mara, o si son zetas… Son tantos los peligros.

Me acuerdo de una vez que un guatemalteco quiso agarrar el tren y llevaba una mochila y le pesaba, y en  lo que logramos subirnos, le gritamos que tirara la mochila para que no cargara peso y pudiera correr bien. Pero en ese trayecto el tren iba acelerando más, y cuando él tiro la mochila y se agarró de la escalera, el tren lo jaló y cayó entre las vías y el tren le pasó encima, prácticamente lo partió en pedazos y nosotros sólo vimos que temblaban algunas partes del cuerpo.  Hubo un silencio como de cinco horas, todos quietos, pensando lo que le había pasado al pobre muchacho.

Una vez estaban violando a una muchacha y escuchábamos los gritos, era hondureña, pues nosotros deseamos ser como súperman y poder ayudarla, pero no podemos hacer nada porque son grupos que andan muy bien armados.  Si uno quiere hacer algo, lo matan y lo entierran en una fosa común y no pasa nada.

Y además de los peligros del crimen organizado, está el del tren.

El último tren al que subí fue uno de Torreón a Juárez. La noche antes estaba bajo un puente, íbamos tres, estábamos acampando, llegó un señor y nos llevó a su casa y nos dio comida y donde dormir. Habíamos comido bien, dormido bien y al siguiente día a las seis de la mañana tomamos el tren  en un lugar que se llama Delicias. Yo iba en la parte donde van acoplados los vagones, en una como gradita, iba sentado y no aguantaba mis pies, me estaban apretando los zapatos, se me hincharon los pies de tanto que había caminado y en esas estaba, cuando de repente quedé en oscuras y me caí. Fue como un desmayo, imagínese, yo me cuidé para no dormirme, para que no me vieran los de migración, para que no me asaltaran, pero jamás pensé que me iba a desmayar y más en el calor insoportable que hace en Chihuahua y que tenía días sin comer, debido a eso fue el desmayo y me caí.

El tren me jaló y el mismo golpe me despertó, caí embrocado, el tren me cortó una pierna y yo del dolor quise agarrar mi pierna con mi brazo y también me agarró el brazo y quise sacar mi brazo, con mi otra mano y también me arrancó la otra mano y pues en ese momento lo único que quería era morirme, porque ni siquiera perdí el conocimiento y ni siquiera pude tirarme a que me matara el tren porque no podía ya moverme. Pasaron los vagones y los amigos con los que iba no pudieron hacer nada, porque ni se dieron cuenta de que me caí, por el ruido insoportable que hace el tren. Ellos más delante notaron que yo no estaba y pues me buscaron entre los vagones y miraron adentro del tren y lo que vieron fueron unas manchas de sangre y pensaron que yo me había muerto. Lo que hicieron es que se entregaron a migración en Juárez y les comentaron que me había caído y que el tren me había matado en tal parte. Los agarraron y los mandaron para su lugar de origen, eran un guatemalteco y un hondureño.

Cuando pasaron los vagones, pude sentarme y miraba mi pierna y mis brazos deshechos y cómo había quedado, me decía: “qué barbaridad, cómo me pudo pasar esto a mí, tanto que me cuidé y cómo es  posible…”. Y andaba un señor allí, que iba pasando, se dio cuenta y enseguida llamó a la Cruz Roja. Es un milagro de Dios que yo esté con vida, porque lo que me pasó, es para que estuviera muerto. En el hospital lo que hacía era llorar y llorar, como los niños. Pensaba  en mi familia, me fui con la ilusión de ayudarlos a  ellos y que iba a ser una posibilidad y no una carga para ellos, era muy dolorosa esa situación. Pensaba en mi papá que me decían “José Luis no te vayas porque te puede pasar algo”,  eso me destrozaba mi corazón…  esa es la dura realidad de la migración, que no sólo afecta a uno, sino que a toda la familia y a tantas personas.

La migración y sus tragedias no se detienen.

Lamentablemente la gente sigue migrando, son miles y miles todos los días y sigue cayendo gente del tren. Unos dicen: “prefiero morir en el camino, que morirme aquí de miseria”. Cuando mataron a las 72 personas en Tamaulipas, fuimos con unos amigos a unos buses donde viajaban migrantes de Honduras y esa misma semana seguía yendo más gente, yo le preguntaba a un amigo: “¿Qué es lo que tiene que pasar para que la gente deje de migrar? Si no  lo les da miedo esto, no sé que más tiene que pasar”. Les digo a los jóvenes “No se vayan para Estados Unidos, pueden salir adelante en su propio país”, y me responden: “¿En dónde encuentra uno trabajo, pues?”. Entonces como que me noquean y no encuentro qué decir.

En mi país hay un montón de jóvenes sanos y fuertes y que no trabajan porque no encuentran trabajo. Las personas de las aldeas, de las comunidades, migran a la ciudad porque creen que aquí van a encontrar trabajo, abandonan sus tierras y llegan a la ciudad y encuentran que no hay trabajo y no les queda más que migrar a Estados Unidos, y lamentablemente unos van a fracasar en ese intento de poder superarse.

En la organización, somos en El Progreso 30 personas discapacitadas y a nivel nacional son como 600 casos de personas mutiladas por el sueño americano.

¿El Estado les da algún tipo de apoyo?

Hasta ahora no, lamentablemente es una indiferencia increíble con estas personas, hacen la vista gorda. Estamos luchando para que esto cambie y yo en lo personal trato de hacer incidencia. Esto tiene que parar de alguna manera. Para evitar que se siga cayendo gente de ese tren, no quiero ver personas que vengan en mis mismas condiciones.

¿Y el Estado mexicano? Las autoridades saben lo que sucede en el tren…

Los centroamericanos tenemos a México de paso, no tenemos intención de quedarnos en México. Sólo que nos dieran libertad de cruzar sin tanto retén, sin tanta inseguridad. O que nos den una visa especial para que podamos pasar. Para los centroamericanos, es más fácil sacar una visa americana, que una mexicana. Otro gran peligro es que el mismo gobierno no puede lidiar con los narcos, el crimen organizado, los zetas, las maras y tantos peligros y las presas fáciles para estos grupos son los migrantes y por eso tanta muerte, tanta matanza con personas migrantes. Lo primero debería ser que no nos viéramos obligados a migrar.

Otro asunto es que se desconocen las cifras, las dimensiones de la migración y de las historias de fracaso.

Imagínese que solo en el Progreso y alrededores hay identificados 420 personas desaparecidas desde hace 20 años. Son 420 familias que están en zozobra sin saber nada, si sus familiares, si su hijo está muerto o está vivo. Quizás estas personas están en el desierto, sólo los huesos, tal vez en el camino los mataron y los enterraron.

Se habla muy poco, de los migrantes discapacitados…

Yo, José Luis, ando para arriba y para abajo, pero no todos tienen esa oportunidad. Algunos no salen de su casa y allí están.  También pasa que cuando los deportan los mandan en vuelos, pero no son vuelos donde vienen todos los migrantes, los mandan en vuelos comerciales y a  por ellos llega el familiar al aeropuerto, lo recibe, lo lleva para su casa y está allí no más, ni siquiera los meten en comunicación con los demás.

A mí, me mandaron en un vuelo comercial. Entonces, casi no hay ni rastro de esas personas, algunos se quedan en México, porque no quieren regresar a sus países así, mutilados. Todo ese tipo de cosas suceden en la migración.