Doña Francisca Ramírez, la campesina salida de las entrañas de Nueva Guinea (Nicaragua), unida a otros campesinos pobres de la zona, pone en jaque al todopoderoso régimen de Daniel Ortega, presidente nicaragüense
Es una muestra de lucha solidaria entre campesinos, que han sufrido dictaduras como la de Somoza, guerra durante 11 años, y ahora un régimen que quiere poner en venta el país a otras oligarquías y poderes económicos.
Dos décadas antes de esa guerra sandinista (1979-90), cuando los Somoza reinaban en Nicaragua, ese territorio, entonces de selvas vírgenes, fue colonizado con campesinos desplazados de las ricas tierras del Pacífico, una estrategia de la dictadura para aliviar los conflictos agrarios causados por la expansión voraz de los cultivos algodoneros que se tragaban las pequeñas huertas.
A una de esas familias desplazadas pertenece Francisca. “Mis abuelos y mi papá vivían bien allá en occidente con su poco de tierra, pero entonces los mandaron forzados a esa zona lejana. Allí no había nada, solo monte, solo selva, y a los lugares donde se iban asentando los llamaban colonias”.
“Estaban nuestras tierras en riesgo y dijimos: ‘Esto no puede ser’. Comenzamos a organizarnos y el movimiento se fue extendiendo poco a poco”
Tenía siete años cuando su padre los abandonó en plena guerra. “Mi mamá quedó íngrima con la carga de los hijos. Éramos cinco. Y entonces me dediqué a trabajar con ella para ayudarla a criar a mis hermanos, que hoy me quieren como si fuera su madre”.
Desde los 12 empezó a viajar hasta Managua con una vecina a vender en los mercados productos agrícolas comprados a los finqueros de la zona, y sabe por tanto lo que significa ganarse cada centavo. Ahora es dueña de su propia tierra y de una pequeña flota de camiones para sacar granos básicos, tubérculos y jengibre, una empresa familiar en la que participa con su marido y sus hijos.
En 2014 se enteró de que había firmado un tratado para la construcción del canal inter-oceánico con un empresario chino llamado Wang Ying, le pareció bien. Como a la gran mayoría de los nicaragüenses. El canal es la gran panacea que ha estado por siglos en el imaginario nacional, y las noticias eran halagadoras.
Vendiendo humo a los pobres
Habría riqueza y prosperidad para todos. El ministro para Políticas Públicas de Ortega anunció que el producto interior bruto crecería, solo en los primeros años de la construcción, entre el 10% y el 14% anual, y que se emplearía a 50.000 obreros nicaragüenses con salarios nunca vistos.
Se trataba de la obra de ingeniería más formidable jamás emprendida por la humanidad, con 286 kilómetros de largo y un costo de 50.000 millones de dólares (unos 46.000 millones de euros), capaz de generar ingresos anuales por 5.500 millones de dólares (5.000 millones de euros). Los trabajos estarían terminados en un plazo de apenas seis años, con legiones de chinos a cargo de los aspectos técnicos.
El Consejo Nacional de Universidades anunció cambios drásticos en los planes de estudio, que incluirían el chino mandarín y nuevas carreras relacionadas con el canal, hidrología, oceanografía, ingeniería náutica. La agricultura debía orientarse a producir los alimentos preferidos por los chinos.
Pero aún había más. En ese mismo plazo empezarían a funcionar también un oleoducto, un ferrocarril inter¬oceánico de alta velocidad, una autopista de costa a costa, un mega-aeropuerto, un puerto marítimo automatizado en cada extremo del canal, nuevas ciudades, complejos de turismo, zonas de libre comercio. Aladino es un personaje chino, y también el genio que vive dentro de la lámpara maravillosa. Ahora este tenía nombre. Wang Ying.
“¿Cómo quedaría mi corazón de saber que yo estoy en otro país con mucho dinero pero que en Nicaragua no se ha arreglado nada?”
Las preocupaciones de Francisca empezaron cuando llegó a sus manos el Acuerdo Marco de Concesión e Implementación del Canal de Nicaragua, transformado en la Ley 840 por la Asamblea Nacional en un plazo récord de 72 horas. El texto apareció primero en inglés en La Gaceta el lunes 24 de junio de 2013. Es algo que no sucedía desde que William Walker, el filibustero que se apoderó del país en 1855 y se hizo elegir presidente, publicaba en ese idioma sus leyes y decretos en El Nicaragüense, el periódico oficial de entonces.
Conocen el texto de cabo a rabo
“Nos comenzamos a reunir 10, 20 productores campesinos a valorar cada artículo, y nos aprendimos la ley. Memorizamos los 25 artículos porque teníamos que contrarrestar todas las mentiras que el Gobierno decía. Por ejemplo, la ley dice que el agua es la prioridad para el canal, pero vimos que el gran lago Cocibolca iba a volverse un pantano”.
La alarma fue creciendo en la medida en que más campesinos se sumaban a aquellos círculos de estudio, ahora en diferentes comarcas. Todos se sentían amenazados. “Estaban nuestras tierras en riesgo, y dijimos: ‘Esto no puede ser’. Comenzamos a organizarnos. El movimiento empezó en las colonias de La Fonseca, El Tule y Puerto Príncipe y se fue extendiendo poco a poco en la medida en que la gente fue conociendo la ley”.
El protagonismo de esta señora la coloca en la estela de mujeres valientes de la historia reciente que han luchado por la democracia y la libertad en Nicaragua. Aunque su presencia en la arena política termine siendo efímera, su ejemplo ya ha quedado grabado en la memoria. A diferencia de sus antecesoras, Doña Francisca no ha entrado a la política por la puerta de las abstracciones sobre los problemas colectivos, sino por la vivencia directa de los suyos. En otras palabras, no salió a buscar la política con fusiles ni pancartas sino que la política vino a su casa para intentar arrebatarle sus tierras. Por eso su mérito es mayor.
Estas mujeres rurales mantienen abiertas las llagas por donde supuran las contradicciones de un gobierno que se autodenomina de izquierda: la saña contra los más pobres, la insolidaridad con los migrantes y la inquina hacia quienes pretendan oponerse a sus planes de rapiña. Por eso el orteguismo se siente desafiado, y aunque ninguna de estas señoras sea una amenaza real para su estabilidad, como no puede ensillarlas en la oligarquía ni el pro-imperialismo, las percibe como el desafío latente al que todo régimen autoritario se enfrenta todos los días y a todas horas, y cuyo ejemplo teme que se reproduzca, incluso dentro de sus propias filas, porque al fin de cuentas lo que cada una representa es el legítimo derecho a la resistencia ante una dominación ilegítima.
Ello explica que el ensañamiento con Doña Francisca pretendiera ser aleccionador. Las dimensiones de la represión de los últimos días de noviembre estuvieron en correspondencia con la movilización creciente de una protesta campesina que amenazaba contagiar a la Capital. Había que reprimir el ejemplo con lecciones.
Y el régimen autoritario respondió como mandan los manuales de las dictaduras: impidiendo la coordinación, censurando la comunicación, obstaculizando el derecho al libre desplazamiento y asaltando a sangre y fuego las movilizaciones.
El gobierno mandó a reprimir la coordinación (una vez más) entre los focos de la resistencia. Si los campesinos de Nueva Guinea se hubieran quedado protestando en las profundidades de sus colonias no hubiera habido ningún problema, igual que los grupos de El Tule, Nueva Segovia, Rivas o Carazo. El problema era (y siguiendo) que concertaran entre sí una estrategia común y que además escalara hacia otras organizaciones de la sociedad civil y hacia los partidos que habían sido expulsados de la Asamblea Nacional. Por eso había que impedir la coordinación.
La familia dueña de los medios de comunicación más influyentes del país, saboteó con el uso de la fuerza los intentos de los medios independientes de informar sobre los alcances de la movilización campesina y de la represión de su guardia pretoriana. Había que negar, ignorar y borrar de la opinión pública lo que en realidad estaba pasando para recrear una realidad ficticia.