Davos 2016: la puesta de largo de la «cuarta ola»

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En el año 2002, se predijo que el coche sin conductor sería tecnológicamente imposible antes del año 2040. Al final, en lugar de cuatro décadas, sólo hizo falta una. ¿Qué había pasado?

En la última década, invisible para la mayoría, irrumpió un nuevo modelo tecnológico capaz de integrar nuevas dimensiones a la computación «simple». Durante las décadas anteriores nos había asombrado el avance exponencial de la capacidad del procesamiento informático, que según la ley de Moore se duplica cada dos años.

La predicción de necesitar 40 años para poder desarrollar un coche totalmente autónomo se hizo en aquella lejana época en la que se medía la capacidad de un ordenador por «gigas» y se esperaba que la curva exponencial en algún momento se aplanaría, por los límites físicos de la materia con la que construyen los procesadores. Traducido a capacidad de PC (si tiene edad para acordarse de aquellos cacharros), la CPU de un coche autónomo necesitaría acelerarse hasta un millón de gigahertzios. 40 años de nuevas versiones, según la ley de Moore.

Vuelvo a preguntar: ¿qué ha pasado en tan pocos años? La respuesta rápida, y la que ocupó la reunión de los líderes mundiales en Davos de este año, es: La ley de Moore quedó ampliamente superada por la convergencia de diferentes sistemas y hemos pasado de la «tercera» a la «cuarta ola» dentro de la civilización industrial.

Me explico. El analista norteamericano Alvin Toffler estructuró la historia de la civilización humana por «olas», siendo la primera la agrícola (que duró varios miles de años y en la que las mayores plusvalías económicas se obtenían por la cría sedentaria de cereales y ganado, frente a los tiempos prehistóricos en los que la ganancia dependía de una buena caza). La segunda ola era la industrial (de apenas un par de siglos) y, a partir de los años 1960, se hizo dominante la de la información (contada sólo por décadas).
Otros analistas cuentan las «olas» interiores de la era industrial, siendo la primera la impulsada por la energía del carbón, la segunda la de la electricidad y la tercera la de la información. Se cuente cómo se cuente, los grandes Think-Tanks llevan unos años hablando de la llegada de la «cuarta ola», que va sustancialmente más allá de la era del procesamiento lineal y simple de la información.

La reunión anual de las autoproclamadas élites mundiales en Davos, con poca presencia desde la desgobernada España, ha tenido este año una especial relevancia: el estudio de esta nueva etapa tecnológica y civilizatoria y, sobre todo, de sus consecuencias para la economía, la política y la sociedad. Contó con Klaus Schwab, el economista alemán que fundó y preside Davos, como ponente principal. En consecuencia, medios generalistas como El País («Los robots, la cuarta revolución industrial» del 8/2/2016, y otros artículos recientes) se han hecho eco de algo hasta ahora relegado a Think-Tanks cercanos a la Fundación Rockefeller y de la CIA.

¿Qué hace que esta «cuarta ola» se considere ya sustancialmente diferente de la sociedad de la información de la tercera ola? ¿Por qué es tan importante?

En un documento repartido a los asistentes de Davos que contiene una serie de estudios de fondo sobre las características, el impacto y las políticas que requiere la sociedad dominada por la incipiente «cuarta ola”, el propio Schwab explica que la novedad principal consiste en la fusión de diferentes áreas tecnológicas que hasta ahora apenas se tocaban (que se enseñaban en carreras diferentes, para entendernos). Sus interconexiones producen nuevas oleadas de innovaciones imposibles hace tan sólo una década, dotando áreas claves como la inteligencia artificial y la robótica, ahora sí, de un sentido real más allá de las promesas incumplidas de las décadas pasadas de la sociedad de la información simple. Las nuevas capacidades de procesamiento masivo de patrones (visuales, de comportamiento,…), el avance y el enorme abaratamiento de los sensores, la interconexión permanente y de alta velocidad entre dispositivos heterogéneos, el acceso en tiempo real a enormes volúmenes de información (el Big Data) o el salto a nuevas combinaciones tecnológicas (biomecánica, “impresión” de tejidos y tal vez órganos,…) representan un avance revolucionario hacia máquinas, dispositivos o «redes» que se integrarán de una manera completamente nueva a la vida humana en general.

En concreto, Schwab nombra la inteligencia artificial, la robótica, el Internet de las cosas, los vehículos autónomos, la «impresión 3D», la nanotecnología, la biotecnología, los nuevos materiales, el almacenamiento de la energía y la computación cuántica como los principales vectores interconectados de las «innovaciones rupturistas» que moldearán el mundo de la «cuarta ola» durante las próximas décadas.

No podemos entrar en detallar el potencial de cada una de estas áreas, pero unas breves pinceladas bastarán para hacernos la idea de hasta qué punto la nueva civilización tecnológica en la que entramos, sin haber asimilado todavía la anterior, cambiará nuestras vidas:

La computación cuántica, que termina con la tradicional reducción de la realidad a bits (0 ó 1) para hacerla computable, multiplicará rápidamente la capacidad de resolver problemas y «poner inteligencia» a realidades que aún ni nos imaginamos. Si bien la llegada de esta tecnología puede demorarse aún un poco, los primeros modelos creados por la Universidad de Bonn y el Instituto Max Planck han demostrado su viabilidad y enorme potencial, mientras que al otro lado del Atlántico se está trabajando ya en la construcción de prototipos reales.

Por otro lado, las nuevas tecnologías de generación y, sobre todo, almacenamiento descentralizado de la energía cambiarán a fondo la enorme industria energética. Una empresa tecnológica, Tesla, además de construir coches eléctricos (cada vez más) auto-pilotados, está construyendo la primera megafactoría de baterías que producirá grandes acumuladores de energía eléctrica para independizar casas y comunidades vecinales de la red eléctrica convencional, ese costoso y corrupto dinosaurio centralizado heredado de la era industrial.
Por supuesto, este proceso necesitará su tiempo tiempo porque las resistencias de un sistema sostenido y defendido durante 150 años política y militarmente por países y multinacionales petroleras serán brutales. Las eléctricas tampoco renunciarán voluntariamente a los beneficios billonarios que les reporta su sistema de generación y distribución de la electricidad. El infame «impuesto al sol» que Rajoy impuso en complicidad con éstas para penalizar la autoproducción y, sobre todo, el auto-almacenaje de electricidad, es un botón de muestra de que las multinacionales se toman muy en serio esta amenaza para su negocio. Pero la llegada de placas solares y baterías mucho más eficientes, ligeras y baratas descentralizará sin lugar a duda el modelo energético actual aunque la ley nos convierta en «piratas» del sol, única fuente de energía y de la que se han apropiado legal y financieramente unas pocas multinacionales.

Estas dos revoluciones tecnológicas (enorme capacidad computacional y el cada vez menor peso y coste de los acumuladores de energía) darán también grandes impulsos a un replanteamiento de los sistemas de transportes y logística. La irrupción de vehículos (terrestres, marítimos y aéreos) sin conductor (ya funcionan con menos accidentes que los conducidos por humanos) será imparable. Dentro un tiempo el conductor o piloto nos parecerá tan innecesario como el conductor de un ascensor. En megápolis como Nueva York o Sao Paulo, se está planteando ya un sistema de drones auto-pilotados para el transporte de personas, de helipuerto en helipuerto ubicados en los tejados de los edificios como alternativa rápida a los taxis y a un precio no muy superior. Los drones de carga ya abastecen algunas pequeñas islas del mar del norte en Alemania, sustituyendo los tradicionales barcos de correo.

Otra tendencia de gran impacto es la fabricación-impresión 3D. No es una simple evolución de los aparatosos gadgets de utilidad (todavía) dudosa que ya se pueden comprar por tan solo unos cientos de euros. En realidad, es un modelo completamente diferente de fabricación automática, descentralizada, a pequeña escala, de bajo coste y con un mínimo desperdicio de materias primas. En su versión integrada, combina la fabricación automatizada tradicional en la que “fresadoras” (mecánicas, químicas o láser) quitan materia a una pieza en bruto con “impresoras” que agregan materia a través de inyectores y otros procesos. Esto permite crear productos sofisticados «de uno en uno» con una precisión, un uso de materiales nuevos y un coste sin precedentes. No es el futuro: piezas claves en los motores de avión de última generación que necesitan una alta durabilidad y fiabilidad se fabrican así – y los repuestos ya no se «piden a fábrica» sino se «imprimen» en el propio taller.

Para comprender las consecuencias sociales de este proceso, es importante darse cuenta de que la «impresión 3D» llevará la histórica dialéctica entre la «idea» y su «manu-factura» a una situación de síntesis cada vez más difícil:
El artesano fabricaba con sus propias manos objetos basado en la información que su maestro le había transmitido, añadiendo sus propias ideas de mejora para mantenerse competitivo. Lo importante era el trabajo manual mientras que la información «estaba ahí».
En la primera era industrial, el fabricante necesitaba miles de obreros para convertir sus propias «ideas» en productos en un proceso no sólo masificado sino también desintegrado en el que cada trabajador manual sólo conocía su parte del proceso de fabricación, además de no ser ya dueños de sus herramientas (la maquinaria).
En la segunda y tercera era industrial, la automatización de las fábricas aumentó aún más el peso relativo de la información frente al del trabajo (siempre hablando en términos de plusvalía económica), permitiendo estandarizar y despersonalizar los procesos de producción hasta el punto de poder separar por completo el conocimiento del trabajo, ahora ya perfectamente subcontratable al mejor postor que, siguiendo la dinámica capitalista de maximización de beneficios tenderá a bajar sus costes con contratos de explotación y mano de obra esclava.
En la economía de la cuarta ola, el conocimiento llega a representar prácticamente el 100% del valor del producto final. El valor añadido económico se genera ya no con el trabajo (responsable de buena parte del coste marginal de un producto, es decir de lo que cuesta fabricar una unidad más una vez arrancada la producción) sino con la «propiedad intelectual»: con el diseño del producto, encapsulado en una archivo que se puede usar infinitas veces para «imprimir» el producto, con un coste marginal potencialmente ínfimo (el coste de las materias primas y el desgaste de la máquina).

Las consecuencias económicas y sociales son enormes: lo mismo que la película que nos bajamos ha dejado de ser un producto tangible, el DVD fabricado en una fábrica y vendida en una tienda, muchos productos se podrán imprimir en el futuro en casa o las «fotocopiadoras» de barrio.

Esto nos lleva a otra de las grandes tendencias, la nueva robótica. No sólo sustituirán al ser humano en la realización de tareas mecánicas sencillas como las que podían llevar a cabo los robots de la tercera ola. No sólo podrán asumir actividades físicas cada vez más complejas (robots agrícolas, de limpieza, de conducción, de vuelo, de producción descentralizada…) sino tendrán una «mente» basada en una inteligencia artificial cada vez más parecida a la humana. Las máquinas no sólo jugarán mejor al ajedrez que los humanos (eso ya lo consiguieron las de la tercera ola) sino podrán ser mejores abogados o médicos por tener mayores capacidades de procesar inputs sensoriales y grandes masas de información a través de algoritmos inteligentes que incluso tendrán capacidad de aprendizaje complejo.

Las consecuencias

Podríamos seguir enumerando novedades que traerá la «cuarta ola», pero el objetivo de este artículo no es fascinar o asustar con lo vendrá, sino analizar qué consecuencias tendrá en nuestra sociedad para así poder actuar en consecuencia.

El ya mencionado documento estratégico de Davos dedica un amplio espacio a analizar el impacto que «la cuarta ola» tendrá en nuestro mundo. Presenta estudios de importancia estratégica de primer orden, como el análisis del «nuevo orden mundial» que predice el director del Instituto de Economía Digital del MIT, Erik Brynjolfsson, y que será consecuencia del inevitable reajuste entre los tres factores productivos de la economía (Trabajo, Capital y Conocimiento).

De hecho, si observamos con atención las tendencias de los cambios económicos, políticos y sociales más recientes, ya es posible ver los primeros indicios de que las innovaciones de esta época van a forzar (si no hay una reacción social en contra) una nueva vuelta de tuerca a la reducción del poder político y económico de los trabajadores, ya no sólo del manual, sino ahora también al del trabajador intelectual no creativo, uno de los grandes ganadores de la tercera ola.

La descentralización de la fabricación mediante «impresión» 3D, la mayoría de edad de la inteligencia artificial y los grandes avances en la robótica cambiarán invariablemente los procesos de producción (y de los trabajadores de las fábricas), transporte y logística (y de sus empleados) y mantenimiento (y de los técnicos reparadores). Se perderán millones de puestos de trabajo en aquellos lugares en los que la amortización de la inversión en tecnología resulte más rentable que seguir pagando sueldos porque llegará el momento en el que técnicamente sólo se necesitarán muy, pero muy pocos trabajadores. Donde esta fórmula no sea favorable a la tecnología, se producirá un endurecimiento de las condiciones laborales hacia la precariedad o esclavitud para poder competir, al menos durante un tiempo, con los procesos productivos automatizados. Muy posiblemente, en algún momento la expansión de los procesos productivos automatizados en las zonas enriquecidas del mundo (Norte o Sur) y los cambios en las expectativas de los clientes a poder obtener cualquier producto «aquí y ahora» llevarán a una relocación de determinados procesos de fabricación de vuelta al mundo enriquecido sin crear empleo en éste, pero aumentando aún más el paro en el resto del mundo.

En Davos insistieron también en que «la política» debe crear nuevas formas de gobernanza (más «participativas» y aprovechando las nuevas tecnologías) y creando un «estado innovador» (más activo para quitar barreras al desarrollo de los nuevos mercados que la cuarta ola generará, pero evitando que se genere un colapso social). El neurocientífico y Director de Geopolítica y Futuros Globales del Geneva Centre for Security y ponente en Davos, Nayef Al-Rodhan, incluso propone la definición de un nuevo código moral y su inclusión en el «software» de los nuevos robots, ya que éstos tendrán cada vez más influencia sobre los comportamientos humanos debido a que interactuaremos con ellos con creciente intensidad y a través de superficies de usuario cada vez más «humanas». Los asistentes de voz cada vez más “inteligentes” de los smartphones son sólo el principio.

Algunos países están planteándose cambios significativos en su sistema de protección social para absorber las consecuencias sociales de esta revolución tecnológica y social que empiezan a llegar. A pesar de no tener actualmente problemas de paro, Alemania se está planteando una iniciativa lanzada originalmente en Finlandia: dando por válido que colectivos profesionales enteros afrontarán enormes cambios estructurales y, seguramente, el desempleo en proporciones hasta ahora desconocidas, se propone crear un salario social, incondicional y para toda la población adulta. Éste sustituiría todo el sistema contributivo actual de protección por desempleo, bajas temporales, rentas básicas, becas universitarias y pensiones no contributivas. No sería tan alto –los primeros modelos parten de mil euros mensuales– como para desincentivar actividades para «ganarse unos eurillos adicionales», pero suficiente para impedir un colapso del mercado interior. Se financiaría con los fondos liberados de las actuales cajas sociales, la simplificación de la administración de estas y un impuesto sobre robots.

Valoración crítica

Puede parecer una propuesta muy tentadora, una especie de nirvana capitalista, pero quiero hacer un alto en el camino para someterla a una valoración crítica:
Para empezar: nadie da dinero gratis, y menos el capitalismo financiero y tecnológico que nos domina. Quien paga manda, y el mínimo vital incondicional formará parte de un nuevo contrato social en el que los trabajadores dejan de serlo, renunciando a su poder político que han tenido históricamente a través de la asociación en el trabajo, aceptando el sueldo ciudadano tal vez hasta como la culminación histórica de sus reivindicaciones. Así no le importará a nadie que el nuevo régimen económico acabará con el sistema salarios mínimos (¿para qué si todo el mundo recibe lo suficiente para vivir? ¡si no quiere aceptar un trabajo mal pagado que no lo haga!) ya que será el estado el garante del mínimo vital de sus ciudadanos; ya no la empresa del de sus empleados. Ésta se hará internacionalmente más competitiva al bajar aún más los costes de los últimos reductos de masa salarial del personal “poco o mal cualificado”. De esta manera, el (no-)trabajador de un país enriquecido formará parte de una especie de ejército laboral de reserva, al que no le importará ganarse de vez en cuando unos euros extra con salarios que en otras partes del mundo serían de hambre, pero que aquí serán un ingreso extra, apreciado pero no necesario para sobrevivir.

Así, el salario ciudadano, junto a un conjunto de ideologías disociadoras de la sociedad, como las ideologías de género y del control demográfico, es sólo una de las maneras con las que se impone una nueva antropología para «moldear el nuevo hombre» para aquel «nuevo orden mundial» que pone en su centro el capital financiero (cada nueva ola necesitará financiación para sus ingentes inversiones) y el «capital intelectual» (con su concepto de la educación como «criadero de talento») en lugar del hombre trabajador y generador tejido social solidario.

Visto así, no extraña que se trate de una propuesta lanzada desde los sectores más liberales y afines al gran empresariado: quieren seguir sometiendo la política a la economía, desarticular los últimos restos de protagonismo social que se pueda oponer a sus planes, mantener como única fe posible la creencia en la omnipotencia de la técnica y sus tecnócratas, socializar el coste de los cambios y quedarse con los beneficios. Por otro lado, no quiere perder sus mercados de consumidores y preservar, en la misma jugada, la complicidad social que tanta agilidad y competividad ha dado a los países del norte de Europa.
En cambio, en la España profunda, que sigue existiendo, los populismos podemitas y de un PSOE que no se quiere quedar atrás, son tan cortos de mira que han hecho suya esta propuesta de la derecha liberal.

En cualquier caso, desvincular la remuneración del esfuerzo tiene todo el potencial de corroer los mismos fundamentos de nuestra cultura construida sobre el trabajo humano como única fuente de valor económico y como única medida de la economía.

A juzgar por las ponencias de Davos y los estudios de otros Think-Tank, a los poderosos del mundo les importa poco el impacto que tendrá la «cuarta ola» en las personas o regiones empobrecidas del planeta. Desde luego, las estructuras de explotación de sus recursos naturales y minerales seguirán intactas y, si cabe, se volverán más violentas puesto que las materias primas seguirán representando un “coste” que la dinámica capitalista siempre intentará reducir.. Los parados del tercer mundo (en el sentido de regiones excluidas, puesto que el esquema geográfico Norte-Sur funciona cada vez menos) son tratados como «población sobrante», en línea con las políticas de control demográfico (léase, de exterminio) propuestas en la ONU y las reuniones de otros años de Davos. En cambio, las élites, cada vez más reducidas, buscarán separarse del resto de los mortales empujando las tendencias transhumanistas que las nuevas tecnologías eventualmente hagan posibles (aumento de la esperanza de vida a través de la manipulación genética para unos pocos, la bioelectrónica para superar los límites del cerebro, etc.). Su visión del final del camino (similar a las visiones de Huxley y Orwell) es una sociedad de cuatro castas: las “élites” (políticas, económicas y culturales –la cara amable–) del poder, los “subvencionados” (ejército de reserva para la administración y el ejercicio del poder territorial y sectorial del imperio), los “esclavos” (ejército de reserva para el trabajo manual insustituible por máquinas) y “los que sobran” (seres humanos a los que algunas filosofías postmodernas autodenominadas progresistas ya niegan el derecho a la vida por carecer de “auto-conciencia” (no nacidos, enfermos terminales, los siguientes serán los dementes…).

Cuando se inician grandes ciclos históricos, predominan las incertidumbres aunque el discurso dominante y totalizador, por no decir, totalitario, suele ser muy eficaz a la hora de secuestrar ideas divergentes y presentarlas como frívolas, folklóricas o aberrantes. Toda nueva época entra con savia nueva, con una utopía (en este caso tecnológica) que se presenta como incontestable. Por eso es tan importante analizar sistemáticamente la realidad desde la perspectiva de los empobrecidos de la tierra (los Sin Voz que tenemos que encontrar nuestra propia voz); no para parar la «cuarta ola» sino para reforzar en ella todo lo que facilite la solidaridad y la autogestión. Proponerse la acción política, económica, social o cultural sin un profundo conocimiento de esta nueva realidad y sin un método dinámico para mantener el dedo en el pulso del constante devenir de sus nuevas tendencias causaría un gran perjuicio a los empobrecidos de la tierra, tanto del Sur como del Norte.

Este análisis sólo podrá convertirse en acción solidaria y liberadora si existe un tejido social capaz de actuar sobre las causas de las injusticias y los sufrimientos que creará una sociedad cada vez más tecnocéntrica. La historia ha demostrado que ha avanzado hacia una mayor humanidad cuando ha existido un tejido social solidario (no dominado por la competitividad ni el consumismo) y autogestionario (no manipulado por los paternalismos soberbios de la “derecha” ni por los autoritarismos intolerantes de las “izquierdas” oficiales): todavía disfrutamos de los beneficios sociales que el movimiento obrero arrancó en su lucha dialéctica a la agresión capitalista, resistiendo los intentos de apropiación comunista. El grave riesgo del momento histórico actual consiste en que empezamos la travesía con la sociedad desestructurada y con su núcleo esencial, la familia, debilitado, relativizado y anulado. Si no cambiamos eso, el poder podrá actuar sin contrapeso dialéctico en su eterno sueño del “fin de la historia”.

Sin la defensa y vivencia de una antropología solidaria y cristiana, la que, como Cristo, se encarna en los pequeños, débiles y últimos de la sociedad, viviendo con ellos su alegría y esperanza, no hay cimientos sobre los que construir el “contrapeso humano”. Si fallamos en construirlo, viviremos en un doloroso desierto de soledad, en la ausencia de una comunidad humana en la que se puede confiar hasta el punto de embarcarse a luchar con todas las consecuencias contra la utopía transhumanista que transpira la “cuarta ola” por los cuatro costados y por una sociedad que vuelva a poner el ser humano en el centro. Por tanto, urge crear espacios reales de nuevas asociaciones (comunidades) de personas (y familias) con decidida voluntad política de cambio en este cambio real de época.

Una cosa está clara: estamos en el principio de una nueva era y durante su génesis habrá mucha ebullición en todos los ámbitos. La Implacable corriente de la historia arrastrará a los individuos, aunque sean personas con capacidad crítica, hacia donde no quieren ir.

Sólo la asociación entre personas dispuestas a vivir la amistad con todas sus consecuencias (como la ridiculización, difamación y persecución por parte del poder y sus medios, especialmente de los que se arrogan representar al “pueblo” y se las dan de “progresistas”) además de comprender la importancia de analizar la realidad desde la perspectiva de los empobrecidos y la necesidad de plantearse la lucha correspondiente, puede aportar a la nueva sociedad el elemento que más necesita: el contrapeso humanista contra la deriva transhumanista.

Autor: Rainer Uphoff