Presidente de la FAO de 1952 a 1956 escribió en el año 1969 estas palabras que siguen teniendo plena actualidad.
«Es imposible no comprender la justa rebelión de esos pueblos más pobres frente a las insinuaciones de que deben dejar de reproducirse para poder mantener el equilibrio entre las posibilidades naturales y las necesidades vitales de las poblaciones del mundo.
En primer lugar, porque estos pueblos miserables no tienen interés en mantener un statu quo, pues su participación en el banquete de la Tierra se vio siempre reducida a las pocas migajas que de vez en cuando caían de la mesa de los ricos.
En segundo término, porque no les parece razonable tratar de restablecer el equilibrio a costa de los más desequilibrados, de aquellos que hasta hoy sufrieron más las consecuencias de ese desequilibrio.
En tercero, por ser ese desequilibrio una consecuencia social de los defectos y errores de las estructuras económicas vigentes, que fueron impuestas por las grandes potencias que hasta hoy explotaban económicamente al mundo. Les corresponde a estos mentores de la economía mundial encontrar una salvación para la crisis en lugar de querer transferir el problema a los pueblos hasta hoy dominados por la fuerza económica de esas grandes potencias.
El gran economista Colin Clark expresa muy bien este estado de ánimo de los pueblos coloniales y subdesarrollados frente a la economía neomalthusiana, cuando pregunta: «¿El hombre debe ser encarado como un fin o como un medio?» y «¿La economía fue hecha para servir al hombre o el hombre a ésta?» y cuando afirma que «no se puede vacilar en la contestación. Ningún líder político, por más poderoso que sea, y ningún economista, por más sabio que se juzgue, tiene el derecho de interferir en el nacimiento de los niños. No. Las cosas deben ocurrir en sentido inverso. Son los padres de los niños los que tienen el derecho de exigir a los primeros ministros y a los economistas que organicen el mundo en forma tal que los niños dispongan de alimentos para nutrirse».[…]
Nuestra Civilización después de saquear al mundo de modo impune, deshumano e imprevisor, reconoce hoy que están por agotarse las riquezas naturales, confiesa su bancarrota y aconseja a los pueblos-marginales que restrinjan su natalidad con el fin de reservar los restos del asalto para exclusivo beneficio de los actuales grupos privilegiados. Pero los tiempos cambian. Los pueblos hambrientos pasaron de la resignación a la rebeldía, y por eso los pueblos ricos deberán pasar, sin pérdida de tiempo, de las explicaciones hipócritas a la acción creadora.
De ahí la necesidad impostergable de decir algunas cosas duras e inconvenientes para romper el círculo cerrado de nuestra contradicción social. Esta sólo pudo sustentarse y sobrevivir amparada por el silencio cómplice y por el falso respeto de los grupos dominantes e interesados, que crean una errónea opinión pública sobre la base de engañosos slogans.
Son cosas de este género las que resolvemos decir al mundo por medio de este documento. Cosas inconvenientes, ciertas, pero indeseables y que, no obstante, deben ser dichas en alta voz. Tengamos el coraje de decir, como el abate Pierre, eterno disforme con la miseria del mundo, aquello que «no debía» ser dicho y que «no agradará a los corazones de piedra, a los estómagos llenos, a las conciencias tranquilas, pero que ciertamente agradará a todos aquellos que tienen hambre de justicia y de amor».
*Tomado de: «El libro negro del hambre», Ediciones Voz de los sin Voz