Arundhati Roy es escritora, ganadora del I Premio Internacional de Periodismo «José Luis López de Lacalle» (2002) y autora, entre otras, de las obras El dios de las pequeñas cosas (1998) y El álgebra de la justicia infinita (2002)…. Allá por 1988, exactamente el 3 de julio, el U. S. S. Vincennes, un crucero armado con misiles fondeado en el Golfo Pérsico, derribó de un disparo fortuito un avión de unas líneas aéreas iraníes y mató a 290 pasajeros civiles. A George Bush I, que estaba en aquellos días de campaña para la Presidencia, le preguntaron si tenía algún comentario que hacer sobre este incidente. Su respuesta, de una gran delicadeza, fue la siguiente: «Yo no pediré jamás disculpas en nombre de los Estados Unidos. Me trae sin cuidado lo que haya ocurrido».
DEMOCRACIA IMPERIAL(I)
«Me trae sin cuidado lo que haya ocurrido». ¡Qué excelente norma de conducta para el nuevo imperio estadounidense! Quizá fuera más apropiada una ligera variación sobre este tema: los hechos pueden convertirse en lo que más nos convenga a nosotros que sean. El apoyo de la opinión pública de Estados Unidos a la guerra contra Irak se ha fundamentado en un edificio de muchos pisos de falsedades y engaños, coordinados por el Gobierno estadounidense y ampliado sin el menor espíritu crítico por los medios de comunicación.
Aparte de las inventadas vinculaciones entre Irak y Al Qaeda, nos colocaron el despropósito aquel, pura ficción, de las armas de destrucción masiva de Irak. George Bush el joven llegó al extremo de afirmar que, para Estados Unidos, sería «suicida» no atacar Irak. Era un despropósito con un objetivo. Bush empaquetaba una vieja doctrina en un nuevo envase: la doctrina del ataque preventivo, o dicho de otra manera, Estados Unidos pueden hacer lo que le dé la gana, y no hay más que hablar.
Se ha librado la guerra contra Irak, se ha ganado y no se han encontrado armas de destrucción masiva. Ni una. A lo mejor habrá que ponerlas antes de descubrirlas. Además, los que somos más quisquillosos vamos a necesitar que nos expliquen las razones por las que Sadam Husein no hizo uso de ellas cuando su país sufría una invasión.
No faltan quienes argumentan que qué más da que Irak no tuviera armas químicas y nucleares, qué más da que no mantuviera conexiones con Al Qaeda, qué más da que Osama Bin Laden sintiera por Sadam Husein el mismo odio y la misma aversión que siente por Estados Unidos. Bush el joven ha dicho que Sadam era un «dictador homicida».Así pues, en línea con estos razonamientos, Irak necesitaba un cambio de régimen.
¡Qué importa que, hace 40 años, la CIA, bajo la presidencia de John F. Kennedy, contribuyera a orquestar un cambio de régimen en Bagdad! En 1963, a consecuencia del triunfo del golpe de Estado, el partido Baaz llegó al poder en Irak. Con las listas que le había proporcionado la CIA, el nuevo régimen baasí procedió a la eliminación sistemática de doctores, profesores, abogados y personalidades políticas de los que se sabía que eran izquierdistas. En 1979, como resultado de las luchas internas entre facciones del propio partido Baaz, Sadam Husein se convirtió en presidente de Irak. En abril de 1980, mientras se dedicaba a asesinar chiíes, el consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Zbigniew Brzezinksi, declaraba: «No tenemos la percepción de que entre Estados Unidos e Irak exista incompatibilidad de intereses de importancia». Washington y Londres han sido el sostén de Sadam, tanto públicamente como de manera encubierta. Le han financiado, le han proporcionado equipo y armamento y le han suministrado los materiales de doble uso para fabricar armas de destrucción masiva. Le prestaron su apoyo en los ocho años de guerra contra Irán y en el gaseamiento de los kurdos en Halabja en 1988, crímenes que, 14 años después, han sido recalentados y servidos como razones para justificar la invasión de Irak.
La cuestión está en que si Sadam Husein era tan perverso como para merecer que se dirigiera contra él el más elaborado intento de asesinato de la Historia y el más abiertamente confesado (el ataque con que se inició la operación Conmoción y pavor), no cabe entonces ninguna duda de que aquellos que le prestaron su apoyo deberían ser juzgados, como mínimo, por crímenes de guerra.¿Por qué no figuran las caras de miembros de los gobiernos de Estados Unidos y del Reino Unido en la infame baraja de los hombres y las mujeres más buscados? La razón es que, cuando se trata del Imperio, los hechos no cuentan.
Ya, pero todo eso es pasado, nos dicen. Sadam es un monstruo al que hay que parar los pies sin tardar ni un minuto más. Sólo Estados Unidos está en condiciones de hacerlo. Es una técnica eficaz, esta utilización de la moralidad urgente en el presente para echar tierra sobre los diabólicos pecados del pasado y los malévolos planes del futuro. Indonesia, Panamá, Nicaragua, Irak, Afganistán… la lista sigue y sigue. En estos mismos momentos, hay unos cuantos regímenes brutales a los que se está empezando a poner guapos de cara al futuro: Egipto, Arabia Saudí, Turquía, Paquistán, las repúblicas de Asia Central…
El imperio no descansa y la democracia es la excusa que le sirve de moderno grito de guerra; una democracia servida a domicilio por unos carniceros. La muerte es el modesto precio que la gente tiene que pagar por el privilegio de probar este nuevo producto: democracia imperial instantánea (póngala a hervir, añada petróleo y luego bombardee).
En los últimos meses, mientras el mundo se dedicaba a mirar, la invasión y la ocupación de Irak por los estadounidenses han sido retransmitidas en directo por la televisión. Una civilización con una antigüedad de 7.000 años caía en la anarquía.
Antes de que comenzara la guerra de Irak, la ORHA (Oficina de Reconstrucción y Ayuda Humanitaria) remitió al Pentágono una lista de 16 lugares que había que proteger a toda costa. El Museo Nacional era el segundo de la lista. Ahora bien, el museo no fue sólo saqueado, fue profanado. Era un depósito de todo un patrimonio cultural de la Antigüedad. El Irak que hoy conocemos era parte del fértil valle de Mesopotamia. La civilización que floreció a lo largo de las orillas de los ríos Eufrates y Tigris produjo la primera escritura del mundo, el primer calendario, la primera biblioteca, la primera ciudad y, efectivamente, la primera democracia del mundo. El rey de Babilonia, Hammurabi, fue el primero en codificar una legislación que gobernaba las relaciones sociales entre los ciudadanos. Era un código en virtud del cual las mujeres abandonadas, las prostitutas, los esclavos y hasta los animales tenían derechos. El Código de Hammurabi pasa por ser no sólo el acta de nacimiento de la legalidad, sino también el punto de partida para comprender lo que es el concepto de justicia social. El Gobierno estadounidense no ha podido escoger un lugar más inapropiado en el que escenificar su guerra ilegal y exhibir su grotesco desprecio hacia la justicia.
En la lista de la ORHA, el último de los 16 lugares que había que proteger era el Ministerio del Petróleo. Fue el único que recibió protección. ¿Pensaba quizás el Ejército ocupante que a lo mejor, en los países musulmanes, las listas se leían de arriba abajo? La seguridad y la protección del pueblo iraquí no eran asunto suyo. La defensa del patrimonio cultural de Irak, o lo poco que de sus infraestructuras pudiera seguir en pie, tampoco eran asunto suyo. Ahora bien, la seguridad y la protección de sus campos petrolíferos sí que lo eran; por supuesto que lo eran. Y fueron «objeto de protección» prácticamente desde antes de que empezara la invasión.
El 2 de mayo, Bush el joven lanzó su campaña para 2004 con la esperanza de ser reelegido presidente de Estados Unidos. En lo que probablemente constituye el vuelo más corto de la Historia, un reactor militar aterrizó en un portaaviones, el U. S. S. Abraham Lincoln, que se encontraba tan cerca de la costa que, según la agencia de noticias Associated Press, representantes del Gobierno reconocieron que «el enorme barco se había situado de manera tal que proporcionara el mejor ángulo para la retransmisión de la alocución de Bush por televisión, con el mar de fondo en lugar de la costa de San Diego». El presidente, que no ha llegado a cumplir el servicio militar en el Ejército, salió de la cabina del piloto con un traje de lo más extravagante (una cazadora de piloto de bombardero del Ejército de Estados Unidos, botas de reglamento, gafas de piloto, casco). Saludó con la mano a los soldados que le vitoreaban y proclamó oficialmente la victoria sobre Irak. Puso un exquisito cuidado en anunciar que se trataba de «nada más que una victoria en la guerra contra el terrorismo…que todavía continúa».
Era importante anunciar rotundamente la victoria porque, de acuerdo con la Convención de Ginebra, un ejército victorioso tiene que cumplir las obligaciones legales de toda fuerza de ocupación, una responsabilidad con la que el Gobierno de Bush no quiere cargar. Además, a medida que se acercan las elecciones del 2004, podría ser necesaria otra victoria en la guerra contra el terrorismo si de lo que se trata es de ganarse votantes indecisos. A Siria ya la están engordando para la matanza.
Parece que las diferencias entre campañas electorales y guerra, entre democracia y oligarquía, se van diluyendo a toda velocidad.
Según un sondeo de Gallup Internacional, el apoyo a esta guerra emprendida «unilateralmente por Estados Unidos y sus aliados no ha sido superior al 11% de los encuestados en ninguno de los países europeos. No obstante, los gobiernos de Inglaterra, Italia, España, Hungría y otras naciones del este de Europa recibieron toda clase de parabienes por hacer caso omiso de la opinión de la mayoría de sus pueblos y por apoyar la invasión ilegal. ¿Qué nombre hay que darle a esto? ¿Nueva democracia? (¿Como el nuevo laborismo británico?).
En agudo contraste con la venalidad demostrada por sus gobiernos, el 15 de febrero, varias semanas antes de la invasión, más de 10 millones de personas se manifestaron públicamente en cinco continentes contra la guerra, en la más espectacular demostración de moralidad pública que se haya visto jamás en el mundo. Fuimos despreciados con el mayor desdén.
La democracia, la vaca sagrada del mundo moderno, está en crisis. Además, se trata de una crisis profunda. En su nombre se cometen toda clase de atropellos. Se ha convertido en poco más que una palabra hueca, un bonito caparazón vacío de todo contenido o significado. Puede ser lo que cada cual quiera que sea. La democracia es la puta del mundo libre, dispuesta a vestirse y a desnudarse, a satisfacer los gustos más dispares, a disposición de quien quiera usar y abusar de ella a voluntad.
Las democracias modernas llevan suficiente tiempo implantadas para que los capitalistas neoliberales hayan aprendido cómo subvertirlas. Han conseguido dominar las técnicas de infiltración en los instrumentos de la democracia (el poder judicial independiente, la prensa libre, el Parlamento) y a moldearlos de acuerdo con sus propósitos. El proyecto de globalización empresarial ha hecho saltar el código. Elecciones libres, prensa libre, poder judicial independiente son expresiones que significan bien poco cuando el mercado libre las ha reducido a mercancías que se venden al mejor postor. La democracia se ha convertido en un eufemismo del imperio para designar el capitalismo neoliberal.
La maquinaria de la democracia ha sido subvertida de manera eficaz. Políticos, la aristocracia de los medios de comunicación, jueces, poderosos grupos empresariales y de presión e integrantes del Gobierno se imbrican unos con otros para formar un elaborado entramado de turbios intereses que mina el equilibrio paralelo de controles y contrapesos entre la Constitución, los tribunales de Justicia, el Parlamento, la Administración y, quizá lo más importante de todo, los medios de comunicación independientes que conforman la base estructural de una democracia parlamentaria. Esa imbricación está dejando de ser sutil y elaborada prácticamente por días.
El primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, tiene, por ejemplo, participaciones de control en los principales diarios, revistas, canales de televisión y empresas editoriales de Italia. En Estados Unidos, Clear Channel Worldwide Incorporated es el mayor propietario de emisoras de radio del país. Cuenta con más de 1.200. Su consejero delegado realizó aportaciones de cientos de miles de dólares a la campaña electoral de Bush. Organizó patrióticas «manifestaciones por Estados Unidos» en apoyo a la guerra a lo largo y ancho del país y, a continuación, enviaba a sus periodistas a cubrir la información como si se tratara de noticias candentes. La era de conformación de la opinión ha cedido el paso a la era de la conformación de la información. Dentro de poco, las redacciones de los medios de comunicación se quitarán la careta y empezarán a contratar directores de teatro en lugar de periodistas.
A medida que el mundo del espectáculo se vuelve, en Estados Unidos, cada vez más violento y proclive a la guerra, y a medida que las guerras que libra Estados Unidos se vuelven cada vez más espectáculo, empiezan a salir a la luz coincidencias de lo más interesante. El decorador que levantó en Qatar el estudio de 250.000 dólares desde el que el general Tommy Franks orquestaba teatralmente el suministro de noticias sobre la operación Conmoción y pavor ha sido también responsable de construir decorados para Disney, MGM y la película Good Morning America.
Es una cruel ironía que Estados Unidos, que cuenta con los más ardientes y vociferantes defensores de la libertad de expresión, y con la más elaborada legislación para protegerla (hasta hace poco), haya restringido tanto el espacio en el que la libertad puede expresarse. Por no se sabe qué extraños vericuetos, toda esa fanfarria que acompaña la defensa legal y conceptual de la libertad de expresión en Estados Unidos sirve para enmascarar el proceso de rápida erosión de las posibilidades de ejercicio real de dicha libertad.
El imperio de los medios de comunicación de Estados Unidos está controlado por un reducido grupo de personas. El presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones, Michael Powell, hijo del secretario de Estado, Colin Powell, ha propuesto incluso una mayor desregulación del sector de las comunicaciones, que le llevará a una concentración todavía mayor.
Aquí tenemos, pues, la mayor democracia del mundo dirigida por un hombre que no fue legalmente elegido. El cargo se lo dio el Tribunal Supremo de los Estados Unidos. ¿Qué precio ha pagado el pueblo estadounidense por este presidente espurio?
DEMOCRACIA IMPERIAL (II)
En los tres años que lleva de mandato George Bush el joven la economía estadounidense ha perdido más de dos millones de puestos de trabajo. Los gastos militares rayan en la extravagancia, el bienestar de las empresas y los regalos fiscales a los ricos han producido una crisis de financiación del sistema educativo. Según un estudio del Consejo Nacional de Legislaturas Estatales, los estados que integran la nación redujeron en 49.000 millones de dólares su aportación a los servicios públicos, sanidad, beneficios sociales y educación en 2002. Este año prevén ahorrar otros 25.700 millones. En total: 75.000 millones de dólares. El presupuesto inicialmente solicitado por Bush al Congreso para financiar la guerra de Irak fue de 80.000 millones de dólares.
¿Quién está pues pagando la guerra? Los pobres de Estados Unidos. Sus estudiantes, sus parados, sus madres solteras, los pacientes de sus hospitales y los enfermos en casa, sus maestros y sus trabajadores sanitarios.
¿Y quiénes combaten en la guerra? Una vez más, esos mismos pobres. Los soldados que se cuecen en Irak al sol del desierto no son los hijos de los ricos. De entre todos los parlamentarios de la Cámara de Representantes y del Senado, sólo uno de ellos tiene un hijo combatiendo en Irak. El ejército de voluntarios de Estados Unidos depende, a la hora de la verdad, de lo que reclute la pobreza: pobres blancos, negros, latinos y asiáticos en busca de un medio de vida y de educación. Las estadísticas federales demuestran que los afroamericanos constituyen el 21% del total de las fuerzas armadas y el 29% del Ejército, aunque no representan más que el 12% de la población total del país. ¡Qué ironía esa desproporcionada representación de afroamericanos en el Ejército y en las prisiones!, ¿no? Quizá deberíamos ver el lado positivo y considerar estos datos como un ejemplo de la eficacia de las medidas en favor de las minorías.
Este año, en el que Martin Luther King habría celebrado su 74 cumpleaños, el presidente Bush denunció el programa de medidas de apoyo a las minorías de la Universidad de Michigan, que favorece a negros y latinos. Las calificó de «discriminatorias», «injustas» y «anticonstitucionales». El éxito de los esfuerzos por impedir que los negros aparezcan en los censos electorales del Estado de Florida, a fin de posibilitar la elección de George Bush, no era ni injusta ni anticonstitucional, por supuesto. Me imagino que tampoco lo serán las medidas de apoyo a los chicos blancos de Yale.
Así pues, estamos enterados de quienes son los que pagan la guerra. Estamos enterados de quienes son los que combaten en la guerra. Ahora bien, ¿quién se va a beneficiar de ella? ¿Quién se va a llevar a su casa los contratos de reconstrucción, que se calcula que pueden alcanzar un valor de 100.000 millones de dólares? ¿Irán quizá a parar a los pobres, a los desempleados y a los enfermos de Estados Unidos? ¿Irán quizá a parar a las madres solteras? ¿O a las minorías negras y latinas?
La operación Liberación iraquí, nos asegura George Bush, tiene por objeto la devolución del petróleo iraquí al pueblo iraquí. Es decir, la devolución del petróleo iraquí al pueblo iraquí pasando por las multinacionales empresariales, como Bechtel, como Chevron, como Halliburton. Una vez más, se trata del estrecho e impenetrable círculo que conecta entre sí las camarillas dirigentes de la empresa, las Fuerzas Armadas y el Gobierno. La promiscuidad, la polifecundación mutua resulta escandalosa.
Véase, por ejemplo, lo siguiente: el Consejo de Política de Defensa es un órgano de asesoría del Pentágono cuyos miembros son designados por el Gobierno. El Centro de Integridad Pública, con sede en Washington, descubrió que nueve de los 30 integrantes del Consejo de Política de Defensa tienen vinculaciones con empresas a las que, entre los años 2001 y 2002, se les adjudicaron contratos de Defensa por valor de 76.000 millones de dólares. Uno de ellos, Jack Sheehan, general retirado de Infantería de Marina, es vicepresidente de Bechtel, la gigantesca empresa internacional de ingeniería. Riley Bechtel, presidente de la misma empresa, forma parte del Consejo de Exportación del presidente. Un ex secretario de Estado, George Shultz, que forma parte asimismo del Consejo de Administración del grupo Bechtel, es presidente del consejo asesor del Comité de Liberación de Irak. Cuando le preguntaron en el diario The New York Times sobre si le preocupaba que pudiera darse algún conflicto de intereses, respondió: «No me consta que Bechtel vaya a sacar de esta circunstancia ningún beneficio en particular. Ahora bien, si hay algún trabajo que hacer, Bechtel es una de las empresas que podrá hacerlo».
A Bechtel se le ha adjudicado un contrato de reconstrucción de Irak por importe de 680 millones de dólares. Según el Centro de Política Solidaria, Bechtel aportó cientos de miles de dólares a los gastos de la campaña republicana.
Como arco que corona todas estas trampas y que las hace parecer minúsculas ante la formidable magnitud de su malevolencia, se encuentra la legislación estadounidense antiterrorista. La USA Patriot Act (Ley de los Patriotas de Estados Unidos de América), aprobada en octubre de 2001, se ha convertido en la norma tipo para las leyes antiterroristas en el mundo. Fue aprobada en la Cámara de Representantes en una votación con un resultado mayoritario de 337 votos frente a 79. Según The New York Times, «muchos legisladores afirmaron que había resultado imposible un auténtico debate o siquiera una mera lectura de esta norma».
La Patriot Act inaugura una nueva era de vigilancia automática sistemática. Difumina las fronteras entre la expresión y la actividad delictiva al crear un espacio en el que los actos de desobediencia civil se interpretan como infracciones de la ley. Se detiene indefinidamente a centenares de personas bajo la acusación de «combatientes irregulares»: en la India han sido miles; en estos momentos, en Israel, se encuentran detenidos 5.000 palestinos.Quienes no son ciudadanos no tienen ninguna clase de derechos, por supuesto. Pueden terminar simplemente desaparecidos, como muchos bajo la férula de aquel antiguo aliado de Washington, el general Pinochet. Más de 1.000 personas, muchas de ellas musulmanas u originarias de Oriente Próximo, han sido detenidas sin que se les haya permitido contactar con representantes legales.
Además de pagar los costes económicos de la guerra, los estadounidenses están pagando esas guerras de liberación con sus propias libertades. Para el ciudadano de a pie, el precio de la nueva democracia en otros países es la muerte de la verdadera democracia en su propio país.
Entretanto, Irak se prepara para su liberación (¿no será que desde un principio habían querido decir liberalización?). El diario The Wall Street Journal informa de que «el Gobierno de Bush ha preparado planes de enorme calado para reconstruir la economía de Irak a imagen y semejanza de la de Estados Unidos».La Constitución de Irak va a ser modificada. Su legislación en materia de comercio y las leyes fiscales y sobre propiedad intelectual van a reescribirse con el fin de adaptarlas a una economía capitalista de corte estadounidense.
El Instituto de Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID) ha invitado a las empresas del país a presentar ofertas para la adjudicación de contratos que van desde la construcción de carreteras hasta el abastecimiento de aguas, pasando por la distribución de libros de texto y el establecimiento de redes de telefonía móvil.
Poco después de que Bush II anunciara su intención de que los agricultores estadounidenses alimentaran al mundo, Dan Amstutz, un destacado ex directivo de Cargill, el mayor comerciante de cereales del mundo, fue puesto al frente de la reconstrucción de la agricultura de Irak. Kevin Watkins, director de política de Oxfam, declaró que «poner a Dan Amstutz al frente de la reconstrucción de la agricultura de Irak equivale a poner a Sadam Husein en la Presidencia de una comisión de derechos humanos».
Los dos hombres que aparecen como candidatos a dirigir las actividades de gestión del petróleo iraquí han trabajado con Shell, BP y Fluor. Fluor está metida en un pleito interpuesto por trabajadores sudafricanos negros, que han acusado a la empresa de explotarles y esclavizarles en los tiempos de la segregación racial. Por supuesto, Shell es sobradamente conocida por haber devastado las tierras de la tribu de los ogonis, en Nigeria.
Tom Brokaw (uno de los más conocidos presentadores de televisión de Estados Unidos) hizo, sin darse cuenta, un magnífico resumen de lo que estaba ocurriendo: «Una de las cosas que no queremos hacer -dijo- es destruir las infraestructuras de Irak porque, en muy pocos días, nos vamos a quedar con todo el país». Ahora, una vez que se están otorgando ya las escrituras de propiedad, Irak está listo para la nueva democracia.
Así pues, parafraseando a Lenin, la cuestión es: ¿qué hacer ahora?
Podríamos dar por bueno el hecho de que no existe una fuerza militar convencional que sea capaz de enfrentarse con éxito a la maquinaria bélica estadounidense. Los atentados terroristas no hacen más que proporcionar al Gobierno de Estados Unidos la oportunidad que tanto ansía de apretar todavía más el lazo con que nos atenaza. Se puede apostarse cualquier cosa a que, a los pocos días de producirse un atentado, se aprobará una segunda Patriot Act.
Utilizar como argumento en contra de las agresiones militares de Estados Unidos que éstas no contribuyen sino a aumentar las posibilidades de ataques terroristas es una tontería. Es como amenazar a Brer Rabbit con arrojarle dentro de unas zarzas. Todo aquel que haya leído los documentos escritos por el Proyecto para el nuevo siglo de Estados Unidos puede atestiguarlo. La desaparición del informe del comité del Congreso sobre el 11 de Septiembre, decidida por el Gobierno después de establecer que había constancia de advertencias de los servicios de espionaje sobre los atentados y que se había hecho caso omiso de ellas, son, asimismo, prueba evidente del hecho de que, a pesar de tanta pose, da la sensación de que los terroristas y el régimen de Bush podrían estar funcionando en equipo. Tanto los unos como el otro mantienen que los pueblos son responsables de lo que hacen sus gobiernos. Tanto los unos como el otro profesan la doctrina de la culpa colectiva y el castigo colectivo. Lo que unos hacen beneficia de manera importante al otro.
El Gobierno de Estados Unidos ha exhibido ya, en términos inequívocos, el alcance y la amplitud de su capacidad de agresión paranoica. En psicología, la agresión paranoica es considerada habitualmente un indicador de inseguridad nerviosa. Podría argumentarse que no es diferente en su aplicación a la psicología de las naciones. El imperio es paranoico porque su vientre es vulnerable.
Su territorio nacional puede ser defendido mediante patrullas de frontera y armas nucleares, pero su economía abarca todo el mundo. Sus destacamentos económicos se encuentran expuestos y son vulnerables.
Nuestra estrategia debe consistir en aislar las partes del imperio en funcionamiento y desarmarlas una por una. Ningún objetivo es demasiado modesto. Ninguna victoria es demasiado insignificante. Podríamos darle la vuelta al concepto de las sanciones económicas que imponen a los países pobres el imperio y sus aliados. Podríamos imponer un régimen de sanciones populares a todas las empresas a las que se les haya adjudicado un contrato en el Irak de posguerra, exactamente igual que, en este país y en el resto del mundo, se combatió activamente a las instituciones del apartheid. Cada una de esas empresas debería ser identificada, sacada a la luz y boicoteada; echarla del negocio. Esa podría ser la respuesta a la operación Conmoción y Pavor. Sería una estupenda manera de empezar.
Otra tarea urgente es la de denunciar a los medios de comunicación por haberse convertido en el boletín de empresa que son en realidad. Es preciso que creemos un universo de información alternativa.
La batalla por volver a proclamar la democracia va a ser difícil. Nuestras libertades no nos han sido otorgadas graciosamente por ningún Gobierno. Se las hemos tenido que arrancar luchando a brazo partido. Además, una vez que renunciamos a ellas, la batalla por recuperarlas se llama revolución. Es una batalla que debe extenderse por continentes y países. No debe reconocer fronteras nacionales pero, si se quiere que tenga éxito, tiene que empezar precisamente en Estados Unidos. La única institución más poderosa que el propio Gobierno es la sociedad civil estadounidense. Los demás somos súbditos de naciones esclavas. No es que no tengamos ningún poder, pero es que ellos tienen el poder de la proximidad. Es decir, los ciudadanos estadounidenses tienen acceso al palacio imperial y a las habitaciones del emperador. Las conquistas del imperio se llevan a cabo en el nombre de sus ciudadanos y por eso ellos mismos tienen el derecho de negarse. Habría que hacer un llamamiento al pueblo norteamericano para que se negaran a pelear. Podrían negarse a trasladar los misiles desde su lugar de almacenamiento hasta los muelles. Podrían negarse a enarbolar la bandera. Podrían negarse a participar en el desfile de la victoria.
Centenares de miles de personas en el resto del mundo no han sucumbido a la implacable propaganda a la que los ciudadanos estadounidenses se han visto sometidos, y están enfrentándose de manera activa a su propio Gobierno. En el ambiente ultrapatriótico que predomina en Estados Unidos esa actitud es tan valiente como la de los iraquíes, los afganos o los palestinos que luchan por su tierra.
Si el pueblo norteamericano decide sumarse a la batalla, no unos cuantos centenares o unos cuantos miles, sino millones, recibirán el alegre saludo de bienvenida del resto del mundo. Verían entonces qué maravilloso es ser amable en lugar de brutal, sentirse seguro en vez de pasar miedo, contar con amigos en lugar de estar aislado, ser amado en lugar de ser odiado. No me gusta nada estar en desacuerdo con el presidente de Estados Unidos, que no es, en absoluto, una gran nación. Pero el pueblo, sin embargo, puede ser magnífico. La Historia les otorga esta oportunidad. Deseo que la aprovechen.