Desde LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

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Porque sin ver el sufrimiento del pobre, sin la conversión de la mirada al Amor del Evangelio, no se puede JUZGAR y ACTUAR en coherencia con la fe.
Porque sin ver el sufrimiento del pobre, sin la conversión de la mirada  al Amor del Evangelio, no se puede JUZGAR y ACTUAR en coherencia con la fe.  

La mirada


  Dicen que los ojos son el espejo del alma. Y no es sólo verdad porque mirándolos se descubra en ellos la sinceridad de las palabras de la persona con quien hablamos, el tema es mucho más profundo. Podemos afirmar que en aquello que los ojos son capaces de ver se descubre verdaderamente lo que hay en el corazón de las personas. La vida demuestra que el viejo refrán «ojos que no ven corazón que no siente» funciona justo al revés. La experiencia dice lo contrario: «corazón que no siente, ojos que no ven». Y esto es así desde un montón de ropa sin planchar a la excelencia de una obra de arte, siempre es la sensibilidad del corazón la que hace ver a los ojos.


Por ello, cuando tuvo que explicar que es lo que mueve la caridad con el pobre, el Señor Jesús recurrió a una parábola sobre la mirada. Contó como un sacerdote y un levita, con sus cabezas llenas de eso que llaman formación, no vieron a un hombre tirado al borde del camino; por el contrario, a un samaritano que pasaba por el mismo lugar y ante el mismo hombre apaleado, se le conmovieron las entrañas y lo auxilió. Unos eran ciegos y el otro supo ver. Pero sólo en el último día todos ellos se darán cuenta, y coincidirán en una misma pregunta: «¿cuándo Señor te vimos enfermo, o en la cárcel…?». Pasotismo o solidaridad habían sido cuestión de sus miradas.


La Doctrina Social de la Iglesia asume esto como principio de su metodología. Una metodología que los obreros, samaritanos conversos muchas veces del ateismo socialista, enseñaron a los pastores y teólogos de formación universitaria. Una metodología que empieza por el VER, porque sin ver el sufrimiento del pobre, sin la conversión de la mirada  al Amor del Evangelio, no se puede JUZGAR y ACTUAR en coherencia con la fe.  

Dos miradas relativistas


El papa habla del relativismo como una dictadura que imponen los poderosos con su propaganda, aprovechando el río revuelto de una cultura que, al negar la existencia de la Verdad, deja a los pobres sin un criterio moral desde el que defenderse de las continuas agresiones a su dignidad.


Además la palabra relativismo tiene otro significado, que nace de la conciencia moderna de que todo es cambio y proceso histórico. En este cambio todo lo que pasa es «relativo». Está  simultáneamente «en relación» con las circunstancias históricas y con diversas dimensiones de la realidad. Los avances técnicos y la vertiginosa transformación de las formas de vivir son hoy innegables y con ellos cambian los modos de pensar, aportando nuevos puntos de vista y exigiendo un juicio continuo sobre los acontecimientos. El Vaticano II los asume y entiende el cambio permanente como la característica de nuestro tiempo, por lo que afirma que sin una mentalidad dinámica no se puede tener una visión de fe del mundo actual. En estas circunstancias es imprescindible que los cristianos hagamos bien la iniciación cristiana, que nos lleve a una conversión de nuestra sensibilidad y de nuestro modo de pensar, para que respondamos a los signos de los tiempos en coherencia con la fe. Es imprescindible que los planes de formación inicien correctamente en la práctica del discernimiento para VER, JUZGAR y ACTUAR a la luz del Evangelio. No vale querer refugiarnos en lo de ayer, atrincherados en posturas conservadoras, con el argumento moral de los abuelos: «las cosas son así de toda la vida». Tampoco verse seducido por la novedad y las modas, creyendo que todo lo que se etiquete de progresista es bueno sin más. Una y otra postura nos hacen ser «relativistas», atados a «lo que pasa» y desarraigados del Esplendor de la Verdad.   

Llamar paraíso a los infiernos


 Cuando hace años alguien me venía con el cuento de que la Unión Soviética era el paraíso del proletariado, y hasta compañeros sacerdotes peregrinaban con devoción a Cuba o Nicaragua, me preguntaba qué tenía de paraíso la vida de millones de personas que pasaban por innumerables miserias y falta de libertad, incluidas purgas de millones de inocentes. Cuando escucho a hermanos cristianos elogiar las posibilidades de liberalizar al máximo el mercado, su presunta eficiencia y posibilidades de justicia, sigo preguntándome dónde está la eficacia de un sistema que cuenta la riqueza de algunos pero es ciego para reconocer que con sus leyes el hambre y la enfermedad aumentan de año en año, asesinando personas por millones. Semejantes cegueras solo se explican por análisis ideológicos que han dejado de lado el primer principio de la Doctrina Social de la Iglesia: la verdad de lo real.


La realidad de la persona humana, en especial del más débil, del perdedor. Y es que el sufrimiento de las personas provoca a nuestro corazón y a nuestras cabezas para discernir (ver, juzgar y actuar) libres de los prejuicios ideológicos y de la rutina de pensar como siempre, que ciegan hasta el punto de que donde hay una dictadura se vean paraísos proletarios y donde no hay más que el imperialismo económico de un puñado de transnacionales (así lo llaman los papas hace más de 75 años) se interprete que existe libertad.


Ciertamente que la verdad nos hace libres, la verdad del amor que ve a Cristo en el pobre y al llamarnos a la conversión nos libra de que no veamos la realidad cegados con ideologías progresistas o conservadoras. Nos  libra a los cristianos de países con 22.000 euros de renta de pensar con la cartera y no desde el Evangelio. Al final de la vida  nos juzgarán por el amor y  entonces reconoceremos esas cegueras: «¿cuándo Señor te vimos y no te dimos de comer?».  

En defensa del más débil


 Usando la ciencia económica se justifican los beneficios para los que tienen mucho, y se olvida en los balances a las victimas de sus decisiones. La historia reciente tiene muchos ejemplos, desde el hambre provocada por las políticas agrícolas de la FAO y las trasnacionales, a la extensión del paro y la ignorancia por los planes de ajuste estructural impuestos por el FMI a los países endeudados. Frente a esta injusticia la Iglesia ha levantado la voz y se ha puesto en defensa de los más pobres. Una defensa que ha costado críticas en los círculos más notables de la ciencia económica -entre los que no faltan cristianos y universidades «católicas»- y también muchos mártires que han dado en el día día de las comunidades más pobres.


Ahora la ciencia médica camina por los mismos derroteros, no se conforma con limitarse a estudiar las enfermedades de los ricos –muchas veces simples problemas estéticos- abandonando a las multitudes que mueren de dengue o de malaria, sino que ha emprendido el camino de la investigación con embriones, utilizando a las personas más indefensas como material para sanar a quien pueda pagárselo. Al igual que los economistas les cubre la propaganda, hablan de que nacen niños libres de tal o cual enfermedad congénita, pero ocultan que decenas de sus hermanos embriones han sido desechados (asesinados) para lograrlo. Pura eugenesia. Apuestan por experimentar con células embrionarias (un negocio para quienes conservan los embriones congelados) cuando es más efectivo y barato hacerlo con las de un adulto o las del cordón umbilical. Y aquí la Iglesia está de nuevo con el débil, con el indefenso que todos olvidan. Y de nuevo es criticada, perseguida y calumniada, también por muchos cristianos. En fin, que está en su sitio: perseguida y junto al débil.