¿Cómo era posible quitarle la vida a un niño de esta forma? Dio la orden de traer al muchacho primero y lo mandó arrodillarse delante del paredón. Todos gritamos que no hiciera ese crimen, y nos ofrecimos en su lugar…
Por Pierre San Martín
Revista Autogestión nº 61
Diciembre 2005
«Eran los últimos días del año 1959; en aquella celda oscura y fría 16 presos dormían en el suelo y los otros 16 restantes estábamos parados para que ellos pudieran acostarse, pero nadie pensaba en esto, nuestro único pensamiento era que estábamos vivos y eso era lo importante; vivíamos hora a hora, minuto a minuto, segundo a segundo sin saber que depararía el siguiente.
Fue como una hora antes del cambio de turno cuando el crujiente sonido de la puerta de hierro se abrió, al mismo tiempo que lanzaban a una persona más al ya aglomerado calabozo. De momento, con la oscuridad, no pudimos percatarnos que apenas era un muchachito de 12 ó 14 años a lo sumo, nuestro nuevo compañero de encierro.
«¿Y tú que hiciste?», preguntamos casi al unísono.
Con la cara ensangrentada y amoratada nos miró fijamente, respondiendo: ‘Por defender a mi padre para que no lo mataran, no pude evitarlo, lo asesinaron los muy hijos de perra.’
Todos nos miramos como tal vez buscando la respuesta de consuelo para el muchacho, pero no la teníamos. Eran demasiados nuestros propios problemas. Habían pasado dos o tres días en que no se fusilaba y cada día teníamos más esperanzas en que todo aquello acabara. Los fusilamientos son inmisericordes, te quitan la vida cuando más necesitas de ella para ti y para los tuyos, sin contar con tus protestas o anhelos de vida.
Nuestra alegría no duró mucho más cuando la puerta se abrió. Llamaron a 10, entre ellos al muchacho que había llegado último; nos habíamos equivocado, pues a los que llamaban nunca más los volvíamos a ver.
¿Cómo era posible quitarle la vida a un niño de esta forma; sería que estábamos equivocados y nos iban a soltar? Cerca del paredón donde se fusilaba, con las manos en la cintura, caminaba de un lado al otro el abominable Che Guevara.
Dio la orden de traer al muchacho primero y lo mandó arrodillarse delante del paredón. Todos gritamos que no hiciera ese crimen, y nos ofrecimos en su lugar.
El muchacho desobedeció la orden, con una valentía sin nombre le respondió al infame personaje: ‘Si me has de matar, tendrás que hacerlo como se mata a los hombres, de pie, y no como a los cobardes, de rodillas’.
Caminando por detrás del muchacho, le respondió el Che: ‘Xon que vos sos un pibe valiente’…
Desenfundando su pistola le dio un tiro en la nuca que casi le cercenó el cuello.
Todos gritamos: asesinos, cobardes, miserables y tantas otras cosas más. Se volteó hacia las ventanas de donde salían los gritos y vació el peine de la pistola. No sé cuántos mató o hirió. De esta horrible pesadilla, de la cual nunca logramos despertar, pudimos darnos cuenta después, en la clínica del estudiante del hospital Calixto García, adonde nos habían llevado heridos. Por cuánto tiempo, no lo sabríamos, pero una cosa sí estaba clara, nuestra única baraja era la de escapar, única esperanza de superviviencia»