DISCURSO de LUIZ IGNACIO ´LULA´ da SILVA

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Premio Príncipe de Asturias 2003… Es necesario que la comunidad internacional asuma su responsabilidad colectiva, alistándose en la única guerra de la cual saldremos todos vencedores: la lucha contra la pobreza y la exclusión social. Si hombres y mujeres estamos condenados a inventar cotidianamente nuestro destino, ha llegado la hora de reinventarlo por la solidaridad


Es para mí un orgullo compartir esta reunión de ilustres personalidades de la ciencia, la filosofía, la literatura, las artes y la comunicación.

Recibo este premio con orgullo en nombre del pueblo brasileño. Quiero manifestar mi agradecimiento a la Fundación Príncipe de Asturias por medio de su presidente, Su Alteza el Príncipe Felipe.

Mi agradecimiento también a la Universidad de Oviedo y al Consejo de las Universidades españolas por este galardón de resonancia universal.

Interpreto el hecho de haberme escogido, como una manifestación de la importancia que la Fundación Príncipe de Asturias concede a la cooperación internacional para la superación del principal desafío global de principios del siglo XXI: la lucha contra el hambre, la pobreza y la exclusión social.

Felicito fraternalmente a las grandes personalidades premiadas en esta ceremonia.

Guardo un grato recuerdo de mi visita de estado a España, en la que tuve la oportunidad de mantener un afectuoso y provechoso diálogo con Su Majestad, el Rey Don Juan Carlos I.

Más recientemente, hemos tenido la alegría de recibir en Brasilia a Su Majestad la Reina Sofía, cuya dedicación a las causas sociales es mundialmente conocida.

Veo aquí una oportunidad para un diálogo entre nuestras inquietudes y proyectos que reflejan la esperanza y el alma del siglo que comienza.

Creo en el instrumento del diálogo para cimentar la trayectoria común de la humanidad.

Creo en la superación de nuestros límites y en la construcción de un ser humano libre con la fuerza de la paz y la justicia.

El absolutismo económico y el fanatismo ciego ignoran los valores morales de la civilización que nos une y nos empuja hacia el futuro.

Vivimos un apogeo tecnológico y productivo.

Desarrollo técnico y democracia social, sin embargo, no siempre caminan juntos.

El progreso no define el uso que se hace de la riqueza. Tampoco exime al hombre de decidir sobre su sentido ético.

Al contrario, el abismo entre el avance técnico y el desarrollo moral configura uno de los pasivos que nos ha dejado el siglo XX.

Hoy en día, hay una peligrosa acumulación de tensión entre la opulencia, que no reparte, y la miseria, que no retrocede.

Esta es una de las expresiones más inquietantes del siglo que comienza.

Estamos, por tanto, en el umbral de grandes decisiones.

Alteza, señores y señoras,
antes de ofrecer respuestas, la obligación de un hombre público es escuchar las preguntas de su tiempo.

Y la pregunta que resuena en la agenda de los pueblos, principalmente en la de los países periféricos, es lo suficientemente elocuente como para no seguir ignorándola.

Se trata de saber porqué han fracasado las políticas de los años 90, que prometían crecimiento integral y redistribución cooperativa de la riqueza mundial.

Las condiciones de vida de mil millones de seres humanos que luchan hoy para sobrevivir con menos de un dólar al día son idénticas, o peores, que las que existían hace más de veinte años.

La mitad de la población mundial tiene menos de 2 dólares al día para sobrevivir, mientras el 14% de la parcela más rica de la humanidad detenta el 75% de toda la riqueza material.

La diferencia entre el 20% de los más ricos y el 20% de los más pobres equivalía a 30 veces en los años 60: ahora, en el cambio de milenio, se ha disparado a 74 veces.

Estamos hablando de un retroceso, no de un mero descompás.

En 54 países, la renta per cápita actual es inferior a la de 1990.

En 34 naciones, la expectativa de vida ha disminuido. En 21, hay más gente pasando hambre; y en 14, más niños mueren antes de los cinco años de edad.

En un planeta aplastado por el choque entre la desilusión y la indiferencia, ¿qué futuro le quedará a la paz?

Es necesario que la comunidad internacional asuma su responsabilidad colectiva, alistándose en la única guerra de la cual saldremos todos vencedores: la lucha contra la pobreza y la exclusión social.

El arma fundamental para esto ya se conoce: la profundización de la democracia económica, social, cultural y política.

El comercio internacional necesita librarse de las prácticas proteccionistas, que, todos sabemos, conceden privilegio a unos cuantos grupos, ineficaces, pero poderosos.

Brasil se ha alistado, con ahínco y determinación, en la lucha por un sistema internacional de comercio que beneficie a los exportadores competitivos y ofrezca flexibilidad para la adopción de políticas de desarrollo.

Pero, no podemos ser ingenuos.

Urge subordinar el desarrollo, el comercio y las relaciones internacionales a las indagaciones fundamentales del humanismo:

¿Qué progreso?
¿Para qué?
¿Con qué consecuencias?
¿Y para quién?

Alteza, ilustres premiados, señoras y señores,

El único antídoto verdadero para la pobreza es una sociedad que no produzca más exclusión.

Miseria y hambre no son un fallo técnico.
No se superarán con el descubrimiento de una nueva máquina, ni con los mecanismos de mercado.

La utopía de la conquista de la dignidad humana mediante grandes promesas tecnológicas se ha agotado.

Significa decir que la democratización del progreso debe estar inscrita en el tiempo presente. Y no quedarse eternamente en una promesa futura.

El desarrollo no es un destino marcado, sino una composición delicada de elecciones y posibilidades.

La vida humana es sagrada.

Para que estos fundamentos puedan ampliar los cimientos de la paz y de la justicia, urge promover la reforma y el fortalecimiento de las instituciones multilaterales.

Hablo de la reconstrucción de una Organización de las Naciones verdaderamente Unidas.

Hablo de un foro capaz de rescatar la supremacía del diálogo y del consenso multilateral.

Cooperación internacional significa, sobre todo, fomentar la equidad en las relaciones entre los Estados.

Significa trabajar por la justicia en el contexto internacional.

Si valorizamos la democracia en nuestras sociedades, no podemos dejar de buscar, a nivel internacional, el perfeccionamiento de la convivencia democrática entre las naciones.

Es responsabilidad nuestra, ante las generaciones futuras, actualizar los procedimientos y composición de esos organismos, compatibilizándolos con la realidad de nuestros días.

Estoy convencido de que la lucha contra el hambre, por su urgencia, su carácter humanista y su alcance, es una de las palancas de ese nuevo orden solidario.

Por ello, propuse a la asamblea de la ONU, en septiembre, la creación de un Comité de Jefes de Estado para coordinar iniciativas en torno a esa bandera humanitaria.

Exhorto a las personalidades aquí presentes a unir su talento y su influencia en este trabajo común de solidaridad por la vida, por la paz y por la justicia social.

El hambre no puede esperar.

Reitero aquí las palabras de Juan Pablo II:

«Es inaceptable retrasar el tiempo en el que el pobre Lázaro también pueda sentarse al lado del rico, para compartir la misma comida, sin tener que verse obligado a recoger las migajas que caen de la mesa».

Estoy convencido de que la mesa de la humanidad tiene espacio y abundancia para invertir la exclusión allí donde quiera que esta se presente.

No se trata sólo de un designio de la economía, sino, sobre todo de la ética.

La riqueza la forjan las manos humanas, razones humanas, emociones humanas. ¿Por qué entonces no puede estar igualmente al servicio de la dignidad humana?

Si hombres y mujeres estamos condenados a inventar cotidianamente nuestro destino, ha llegado la hora de reinventarlo por la solidaridad.

Alteza e ilustres presentes,

A los ojos del mundo, Brasil es uno de los protagonistas de ese nuevo argumento que puede definir el siglo. Sea por la desigualdad que ha acumulado a lo largo de su historia; sea por la apuesta democrática de su gente pluralista, multiétnica y multirreligiosa.

No decepcionaremos.

En la realidad de la vida cotidiana la agenda de la solidaridad y la justicia ha quedado maltrecha entre nosotros durante décadas, pero no obsoleta.

Las acciones estructurales y de largo plazo no eliminan la necesidad de una acción de emergencia para enfrentar el castigo del hambre, que no conoce fronteras.

Por eso, he lanzado en Brasil el Programa Hambre Cero, un conjunto de políticas y acciones orientadas a garantizar la seguridad alimentaria de la población brasileña.

He establecido la seguridad alimentaria como el eje de las políticas sociales de mi gobierno, porque creo que la erradicación del hambre es un deber moral y la base de cualquier política social.

En menos de 10 meses de gobierno el Programa Hambre Cero ya beneficia a más de un millón doscientas mil familias, cerca de 5 millones de brasileños y brasileñas.

En 4 años, pretendemos erradicar el hambre en nuestro país.

En la segunda etapa, ya iniciamos la unificación de los programas sociales del gobierno, para hacerlos más ágiles y eficaces, evitando solapamientos, y garantizando que cada real destinado a programas sociales llegue en efecto a su destinatario.

Asimismo, tengo claro que la superación final de la pobreza depende, en última instancia, de la generación y distribución de la riqueza.

Brasil no ignora las reformas estructurales ganadas por su historia ?entre ellas, la reforma agraria- sin las cuales nuestro desarrollo jamás será sinónimo de justicia social.

Al mismo tiempo, es necesario un cambio de mentalidad colectiva, transición cultural indispensable para pasar de una sociedad de contrastes a una comunidad justa, fraterna y digna.

Brasil se ha revelado como portador de un mal que tiene cura, cuyo nombre es desigualdad.

Sectores significativos de la sociedad ya han comprendido que no hay nada más urgente que pasar de la indiferencia a la movilización solidaria como primer paso indispensable para el cambio pacífico que la sociedad demanda.

Más del 70% de la población brasileña contribuye ya al programa Hambre Cero.

Creo que la misma revolución cultural puede impregnar los aires del mundo para inyectar humanidad en la globalización mercantil.

Tenemos que recuperar la autoestima que rescate a la dignidad humana de la fosa común de lo superfluo, que tiene precio pero no tiene valor.

La solidaridad es la última baza; y al mismo tiempo la valiosa oportunidad de un nuevo comienzo.

Majestad,
Señoras y Señores,
Con la emoción de un brasileño que ha tenido que enfrentar innumerables obstáculos en su trayectoria personal y política, agradezco de corazón este premio.

Me servirá de estímulo para perseverar en la búsqueda de un Brasil más justo y de una sociedad internacional movilizada para promover el desarrollo, la justicia social y la paz.

En este momento quiero compartir mi alegría con el pueblo asturiano y el de toda España.

Los 500 años de historia que nos hermanan representan una fuente de vitalidad para realizar objetivos comunes.

Los brasileños participan con orgullo en la Comunidad Iberoamericana de Naciones.

América del Sur es el continente donde, más que en cualquier otro lugar, la simbiosis entre las culturas de origen portugués y español ?junto a las raíces indígenas y la vigorosa contribución africana- ha contribuido a formar las identidades nacionales.

El origen ibérico es tan sólo uno de los elementos que nos acercan. Nos unen, por encima de todo, los valores de la tolerancia, la democracia, la justicia social, que esta Fundación, en sus 23 años de existencia, se ha afanado en promover.

Esta reafirma la capacidad humana para ir más allá de su tiempo y de las adversidades.

Necesitamos dar a todos y cada uno de los seres humanos la oportunidad de vivir la vida en todo su esplendor: la vida y nada más.

Muchas gracias.