Don Miguel, el Quijote y los negros

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Se cumple este año el IV Centenario de la impresión de la primera parte de Don Quijote de la Mancha. No sabemos dónde fue escrita ni el tiempo que Cervantes tardó en concluirla. Sólo tenemos constancia de que se imprimió en Madrid en 1604 y de que se puso a la venta en 1605. De tal forma acogió la obra el público, que ese mismo año se hicieron seis ediciones y pronto se tradujo a las principales lenguas europeas. En el retrato social que Cervantes hace de su época en ésta y en otras obras no podía faltar uno de sus componentes más característicos: los negros.

Fuente: Mundo negro
Revista de los Misioneros Combonianos
http://www.combonianos.com/

Por José Luis Cortés López
22/06/2004

LOS NEGROS EN DON QUIJOTE

La razón es obvia. Al ser Cervantes el creador de la novela moderna que, por unas cosas o por otras, trata de reflejar aspectos de la vida y de sus protagonistas, pone delante de nosotros situaciones y escenas relacionadas con las personas que las sustentan. El negro, como esclavo o como libre, formaba parte del entramado social, ocupaba un puesto determinado y mantenía una serie de relaciones según su condición jurídica y la labor que desempeñaba. Cervantes no puede sustraerse a esta realidad, y tanto en El Quijote como en sus Novelas ejemplares y en otras obras dramáticas hace emerger a los negros, ejerciendo el protagonismo que les corresponde en cada momento.

La presencia del negroafricano en España es muy antigua, pero creció con la invasión árabe porque una gran parte de los ejércitos bereberes estaban reforzados con tropas de esclavos negros, que desempeñaron un gran papel en el desarrollo de los enfrentamientos bélicos. Según la crónica Rawd al-Qirtas, escrita por un letrado de Fes en el primer tercio del siglo XIV, para la batalla de las Navas de Tolosa (1212) “el grueso del ejército se componía de 300.000 hombres; los negros, que iban delante de él en la guerra y que formaban su guardia (la de Al-Nasir, el jefe), eran 30.000”. Para este autor, las mejores riquezas de los benimerines, nombre genérico dado a los invasores áraboafricanos, “eran los caballos, los camellos y los negros”.

En la relación de otras batallas que se describen en la misma crónica, como la de Santarem (1184) o la de Alarcos (1195) de signo favorable a los árabes, se hace referencia a la relevante intervención de los negros. La mayor parte de éstos se quedaron en España, muchos continuaron en su condición servil formando parte de las tropas y otros consiguieron su libertad y se instalaron en diferentes lugares desempeñando alguna actividad. Ocasionalmente, aparecen en relatos literarios y en crónicas cuando protagonizan algún hecho destacable; también de forma más esporádica y rara se detecta su semblante en algún cuadro o conjunto escultórico, dando un tono de exotismo y de anécdota a toda la escena.

El negro pasa así más o menos “desapercibido”, hasta que los portugueses comenzaron los descubrimientos africanos de la vertiente atlántica, en la segunda mitad del siglo XV. Aunque su intención primera fue el comercio del oro y de las especias, pronto se dieron cuenta de que ambos productos no eran tan abundantes como habían pensado, y, para amortizar los gastos de armadura, recurrieron a la costumbre de capturar esclavos para su venta.
El cronista portugués Zurara narra cómo el infante don Enrique envió durante más de doce años expediciones para sobrepasar el cabo de Bojador, y no se conseguía este objetivo; pero añade inmediatamente que “no se volvían sin honra”, porque “unos iban a la costa de Granada y otros corrían por el mar de Levante hasta que capturaban muchas presas de infieles con las que se volvían honradamente para el reino” (Crónica de Guiné, cap. VIII).

Muy pronto se pasó de la captura circunstancial a un comercio habitual, que se fue reglamentando con el paso del tiempo y según la necesidad que había de mano servil en las tareas colonizadoras. El primer comercio oficial de esclavos africanos en Europa tuvo lugar el 8 de agosto de 1444 en Lagos (Portugal). Allí se vendieron 235 cautivos traídos en la expedición de Lanzarote: “Comenzaron los marineros a traer sus barcos y a sacar aquellos cautivos para llevarlos donde se les mandara; puestos en aquel lugar, era una cosa maravillosa ver que entre ellos había algunos de razonada blancura, hermosos y apuestos; otros, menos blancos, parecían pardos; otros tan negros como etíopes, tan desaliñados en sus caras como en sus cuerpos… parecían vivas imágenes del hemisferio más bajo” (Ibidem, cap. XXV).

Sancho y el reino de Micomicón

Con el descubrimiento de América y la reducción de la población india hasta niveles alarmantes, la necesidad de mano de obra para la puesta en valor de las tierras fue una constante durante todo el siglo XVI. Tras un comienzo titubeante, se pasó a exigir un permiso especial para poder pasar negros al Nuevo Mundo; este permiso se llamó licencia, costaba una cantidad de dinero y era particular para cada esclavo. Tras dos experiencias de conceder a una misma persona todas las licencias necesarias para transportar esclavos, y su correspondiente fracaso, se dejó libertad de introducción y se encargó a la Casa de Contratación de Sevilla la gestión de los permisos; la licencia pasó de valer dos ducados al principio a sesenta en la segunda mitad del siglo.

El interés suscitado por conseguir licencias, cuya rentabilidad era garantía de riqueza, es el que se recoge en El Quijote cuando a Sancho le prometen el reino de Micomicón, en Guinea: “Sólo le daba pesadumbre el pensar que aquel reino era en tierra de negros, y que la gente que por sus vasallos le diesen habían de ser todos negros, a lo cual hizo luego en su imaginación un buen remedio y díjose a sí mismo: “¿qué se me da a mí que mis vasallos sean negros?, ¿habrá más que cargar con ellos y traerlos a España, donde los podré vender, y a donde me los pagarán de contado, de cuyo dinero podré comprar algún título, o algún oficio, con que vivir descansado todos los días de mi vida? ¡No, sino dormíos, y no tengáis ingenio ni habilidad para disponer de las cosas, y para vender treinta o diez mil vasallos en dácame esas pajas! Par Dios que los he de volar, chico con grande, o como pudiere, y que, por negros que sean, los he volver blancos o amarillos. ¡Llegaos que me mamo el dedo!” Con esto andaba tan solícito y contento, que se olvidaba la pesadumbre de caminar a pie” (I parte, cap. XXIX).

Cuando El Quijote vio la luz, el sistema de exportación de esclavos había experimentado un cambio sustancial: el sistema de compra libre de licencias había sido sustituido por el del asiento, es decir, la concesión a una persona o entidad de la entrada de todos los negros en las colonias españolas. Era un contrato que aquéllas hacían con la Corona, mediante el cual ésta les cedía el comercio de esclavos por un tiempo determinado contra una cantidad de dinero.

Este sistema empezó a regir a partir de 1595 y los primeros asentistas fueron portugueses. En 1604 no había ningún asiento en vigor, porque Rodríguez Coutinho, beneficiario del mismo desde 1601, murió en 1603, y el siguiente contrato lo firmó un hermano del difunto en 1605. La existencia de este monopolio para la introducción de negros en América, hace que Sancho no pueda enviarlos a las Indias y piense traerlos a España.

La prisa que éste tiene por hacerse pronto con el dinero de la venta, hace que presione a su señor Don Quijote para que se case con la princesa Micomicona, una vez que mate al gigante que la ha agraviado. Al enterarse Sancho de que no es preciso tal matrimonio para que él pueda heredar dicho reino, insiste: “Pero mire vuestra merced que lo escoja hacia la marina, porque, si no me contentare la vivienda, pueda embarcar mis negros vasallos y hacer dellos lo que ya he dicho. Y vuestra merced no se cure de ir por agora a ver a mi señora Dulcinea, sino váyase a matar al gigante, y concluyamos este negocio; que por Dios que se me asienta que ha de ser de mucha honra y de mucho provecho” (I parte, cap. XXXI). Es una alusión clara a la forma de realizarse la trata negrera, que comenzaba con la cargazón de esclavos en los barcos en las proximidades de algún puerto.

Liberados por interés

Al referirnos antes a las esclavas blancas del celoso extremeño, se nos dice que las “herró en el rostro”; en muchos documentos de la época encontramos expresiones semejantes, que nos indican que bastantes esclavos tenían una señal en alguna parte de su cuerpo cuyo significado podía ser diverso: signo de su condición servil, símbolo de pertenencia a alguien, castigo por haberse fugado, etc.

En América este “herraje” denotaba la propiedad del armador o del capitán del barco en que era trasladado el esclavo, pero en España no era ésta la explicación. Comoquiera que en la mayoría de los casos en que encontramos esta marca se refiere a esclavos blancos, es probable que se hiciera para señalar su condición y controlarlos mejor.

En el entremés El rufián viudo, una de las protagonistas quiere mostrar su amor sin límites al hombre que pretende amar, y acude a esta metáfora esclavista para expresárselo de la forma más convincente: “Tuya soy: ponme un clavo y una S / en estas dos mejillas”. Esta misma expresión la encontramos en muchas fuentes literarias y su significado sería el siguiente: la S indicaría la inicial de Sine y el clavo, una I mayúscula, la inicial de Iure; unidas ambas palabras latinas significan “sin derecho”, es decir, la nula condición jurídica del esclavo. Por eso, quienes quieran ejercer como escribanos, que son los garantes de los derechos de los demás, “han de ser libres y no esclavos, ni hijos de esclavos” (El licenciado Vidriera).

La libertad era la meta ansiada por todos, y la mayor parte de las fugas que protagonizaron tenían como objetivo conseguir su liberación. De aquí la gran alegría que se llevaron “las esclavas y los esclavos con la libertad” que el celoso extremeño les dejó en su testamento, uno de los métodos más socorridos en aquella época para manumitir a las personas de condición servil. Pensaban los dueños que con esta acción benéfica conseguían nuevos méritos para la salvación de sus almas. Pero muchas veces la liberación no era más que un subterfugio del egoísmo del dueño, que quería desprenderse de ellos cuando ya no servían para nada y evitarse problemas y gastos de mantenimiento.

Hablando de los soldados viejos, a los que se licenciaba por su edad después de haber servido al rey en los mejores años de su vida y sin ninguna prebenda, Cervantes los compara a los esclavos que, por la misma circunstancia, se veían liberados a la fuerza y abocados sin remedio a una esclavitud peor: “… porque no es bien que se haga con ellos lo que suelen hacer los que ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándolos de casa con títulos de libres, los hacen esclavos de la hambre, de quien no piensan ahorrarse sino con la muerte” (El Quijote II parte, cap. XXIV).