Dorothy Day con los emigrantes (1897-1980)

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Dorothy Day vino al mundo en 1897 en una familia protestante, humilde y muy pobre. Asistió, mas no se graduó, a la Universidad de Illinois. En vísperas de la I Guerra Mundial, la familia Day se mudó a Chicago, donde ella, que hasta entonces no había tenido la menor noticia de la situación política, comenzó a interesarse por la realidad social.

Comienza una carrera como periodista revolucionaria. Se hace corresponsal regular de publicaciones izquierdistas como el  Call y el New Masses. Se involucra en los asuntos candentes de aquel entonces: los derechos de la mujer, el amor libre y el control de la natalidad. En 1917 se une a los piquetes delante de la Casa Blanca que protestaban por el tratamiento brutal dado a las mujeres sufragistas  en la cárcel. La policía  detuvo a treinta manifestantes  entre las que  se encontraba Day.

Tuvo una serie de amantes, se quedó embarazada de uno de ellos y abortó para no ser abandonada. Como consecuencia de ello se casó; el matrimonio sólo duró un año.

En 1926, Dorothy se encuentra embarazada de nuevo. Esta vez se decide a tener el bebé. Y entonces la pequeña Tamar Theresa nació, y con su nacimiento la primavera llegó a nuestras vidas… Mi alegría era tan grande que me senté en la cama del hospital y escribí un artículo para el New Masses sobre mi hija con la intención de compartir mi alegría con el mundo.  El padre de la niña era un ateo comprometido

Day que veía a la Iglesia como la de los emigrantes y de los pobres, con gran dolor de corazón, se separó de Forster Batterham,  su amante y el amor de su vida y se bautizó en la Iglesia católica. Forster era biólogo, con conocimiento y amor por la naturaleza. Su amor ardiente  a la creación, me llevó al Creador de todas las cosas, decía ella.

Se arrepintió de haber participado en la revolución sexual de los años 20 y se opuso a la revolución sexual de los 60. En 1933 un nuevo hombre aparecía en su vida: Peter Maurin, era un ex-campesino francés que había sido Hermano de las Escuelas Cristianas. Durante sus años de vagar de un lado para otro, Maurin había adquirido una actitud franciscana, abrazando la pobreza. Su vida sencilla y célibe le había permitido mucho estudio y oración.

Bajo la influencia del padre Maurin, decidió publicar un periódico que difundiera sus convicciones izquierdistas pero desde una nueva perspectiva religiosa. Empezó la publicación del  The Catholic Worker (El Trabajador Católico) en mayo de 1933 con una primera tirada de 2.500 ejemplares, a finales de año tenía una circulación de 100.000 y para 1936 eran ya 150.000 ejemplares. No sólo porque algunas parroquias se suscribieron al periódico por todo el país en bultos de 500 o más, sino porque algunos jóvenes comprometidos sacaban el periódico a la calle y lo vendían, y cuando no podían venderlo ni siquiera por un centavo el ejemplar, lo regalaban gratuitamente y lo dejaban en el tranvía, en el autobús, en la barbería o en la clínica del dentista.

Recibían cartas de todo el país de personas que les decían que habían cogido en periódico en los trenes, en pensiones… Una de ellas contó que había mandado sus zapatos para que les pusieran medias suelas en Roma y se los devolvieron envueltos en una copia del The Catholic Worker.  A  través de él incitaba a luchar desde las causas por mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, clamando incesantemente por los derechos de los obreros, de los pobres, de los destituidos, de los inmigrantes…

Durante el primer medio año The Catholic Worker era sólo un periódico, pero cuando llegó el invierno las personas sin casa ni hogar empezaron a llamar a la puerta. Así que además del periódico, Dorothy Day abrió una «Casa de Hospitalidad» en los barrios bajos de Nueva York, obra a la que dedicó su pasión y El Trabajador Católico, revista de la que se desprendió el Movimiento de Trabajadores Católicos (Catholic Workers Movement), organización que ha cumplido más de 75 años agrupando a sindicalistas y trabajadores.

En poco tiempo The Catholic Worker se convirtió en un movimiento nacional. Los objetivos del movimiento iban más allá de la política. Dorothy viajó por media América durante 40 años hablando en escuelas, parroquias, visitando a huelguistas, ayudando a arrendatarios expropiados… «Hay que vivir con los pobres y tomar parte también en sus sufrimientos. Hay que renunciar a la vida privada y a todas las comodidades intelectuales y espirituales juntamente con las corporales».

Dorothy Day usó The Catholic Worker para sondear el difícil terreno del pacifismo neutral que iba a adoptar en todas las guerras de su vida. Estuvo siempre en diálogo con las fuerzas partidarias del progreso, más cercanas al cambio social. Denunciaba a través de sus escritos que había suficiente “caridad” pero demasiada poca justicia y que había que crear una economía basada en las necesidades humanas, en lugar de la búsqueda del beneficio económico.

Contra todas las guerras

Durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta, con motivo de la segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea, la guerra de Vietnam y la Guerra Fría, Dorothy Day se mantuvo como presencia activa, inteligente y desafiante para quienes —desde el poder— trataban de encontrar soluciones a los problemas de la convivencia internacional por medio de la guerra.

Fueron notables sus esfuerzos por no participar en los simulacros colectivos que se organizaban en Nueva York y otras ciudades de Estados Unidos en los cincuenta y sesenta para preparar a las personas ante la eventualidad de un ataque nuclear. Su negativa a participar en esos actos, explicaba en su momento Dorothy Day, no era por menosprecio de la vida humana, sino porque buscaba socavar las bases de ese tipo de actividades, la más importante de las cuales era la del temor que se infundía a las personas y que servía para cometer distintos tipos de abusos.

En 1960 Day fue aclamada como la “gran dama del pacifismo” muchas personas y jóvenes que se habían negado a la guerra de Vietnam y a ir a ella, encontraron en ella a todo un símbolo de resistencia y compromiso.

Dorothy Day murió en 1980. Tras una vida de pobreza voluntaria. No dejó dinero ni para su entierro. En su funeral, en el primer banco de la catedral, se encontraba un hombre de 86 años, alerta y erecto, que usaba un par de lentes gruesos de aumento. El era el “amor humano” en persona, Forster Batterham, siempre fiel al anarquismo y ateismo, el hombre a quien Dorothy había abandonado hacía más de un cuarto de siglo. Junto a él, estaba la hija de esa unión, Tamar Teresa Hennessy, con tres de sus nueve hijos.

Su periódico sigue siendo editado por voluntarios y se vende al mismo precio que cuando fue lanzado: un centavo de dólar.

En México, las más importantes de las Casas de Hospitalidad son las Casas Juan Diego, red de casas de asistencia para los inmigrantes latinoamericanos en Estados Unidos, en las que reciben distintos tipos de ayuda en su largo y difícil camino en ese país.

Esta red, continúa la relación entre Dorothy Day y las organizaciones de latinos en Estados Unidos que se inició en los sesenta cuando Day entró en contacto con César Chávez, el más importante líder de los trabajadores hispanos de ese país.

Dorothy Day fue una prolífica autora, con ocho libros y más de mil artículos de fondo y/o ensayos publicados en distintos medios de comunicación de EEUU, en los que era posible apreciar la vehemencia de sus convicciones, al servicio de los más pobres.

En estas fechas que vienen inmigrantes a trabajar a nuestros campos para la recogida de la aceituna y están en las calles, durmiendo  en los cajeros… hombres africanos, rostro de nuestros hermanos sufrientes, tenemos que seguir luchando por la dignidad de toda persona humana.