Dorothy Day: una santa de nuestra época

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Se ha aprobado en el Vaticano el comienzo del proceso de investigación para la canonización de Dorothy Day: una conversa, inmersa en una sociedad concreta a la que trató de llevar los valores del Evangelio y toda la riqueza de la Iglesia. Dorothy nos invita hoy a seguir el camino de la santidad en medio de lo cotidiano. En su oficio de periodista vivió y se comprometió en los acontecimientos centrales del siglo XX.

Revista: Cultura para la Esperanza

«Es duro dar las gracias cuando un ladrón, después de robarte el monedero te da unas palmaditas en la espalda. Igual de «bonito» es que Bill Gates dé dinero a las bibliotecas; un país decente debería poner impuestos a Microsoft para que las ciudades puedan comprar sus propios libros» («Catholic Worker», Houston, año 2000).

Como respuesta a la carta de febrero del cardenal O´Connor, de Nueva York, se ha aprobado en el Vaticano el comienzo del proceso de investigación para la canonización de Dorothy Day. ¿Santa una mujer divorciada que abortó por miedo a que su amante la abandonara?…

Dorothy Day es una conversa, inmersa en una sociedad concreta a la que trató de llevar los valores del Evangelio y toda la riqueza de la Iglesia. Dorothy nos invita hoy a seguir el camino de la santidad en medio de lo cotidiano, como Santa Teresita de Lisieux de la que tanto aprendió. Como aprendió de Dostoyevsky, la práctica del amor activo; de los Maritain, la revolución del corazón y la necesidad de mantener la fe en tiempos atribulados; o de Mounier, la responsabilidad personal en la historia. En su oficio de periodista vivió y se comprometió en los acontecimientos centrales del siglo XX. Participó en una delegación en la última sesión del Vaticano Segundo donde apoyó la objeción de conciencia y habló a las novicias de la Madre Teresa sobre el hecho de ir a la cárcel por el Evangelio. Escribía para consolar al afligido y afligir al comodón y promovía el retiro periódico como «tratamiento de choque». Su espiritualidad está marcada por las enseñanzas de la Iglesia, la vida litúrgica y sacramental, el amor a las Escrituras, la convivencia con los pobres y la lucha contra una sociedad que les quita la vida, la dignidad y la libertad aún cuando se burlaran de ella por esto.

En su autobiografía «La larga soledad», define su trayectoria vital en tres etapas:

La época de la búsqueda

Nacida en Brooklyn en 1897, hija de un periodista de deportes que amenizaba los artículos con citas de Shakespeare y de la Biblia, de niña practicaba una «piedad insoportable y autocomplaciente». La familia se trasladó a Chicago en pésimas condiciones y fue entonces cuando comenzó a interesarse por la realidad social, en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Leía las descripciones de la miseria de Jack London y las teorías anarquistas de Kroptkin. No entendía cómo, «si Dios quiere a los hombres felices, deja tan solos a los pobres». Con una beca empezó a estudiar en la universidad e ingresó en el partido socialista. Para ella los compañeros cristianos eran poco luchadores. ¿No se refugiaban ante los gritos de los desgraciados en una dicha celestial falaz?, a la par que cuestionaba porqué se ha hecho más por curar las heridas que por no haberlas causado antes. A Dorothy le sedujeron más las ideas anarquistas que las comunistas y le repugnaba el Estado de bienestar- ella lo llamaba Estado de esclavos- prefiriendo la participación y responsabilidad de todos en la propiedad de los medios de producción. Pero tanto socialistas como anarquistas eran doctrinarios que mantenían conversaciones dialécticas interminables. Ella admiraba más el ingenio de las madres de las miserables viviendas alquiladas para sacar adelante a la familia.

Por primera vez conoce la cárcel cuando se manifestó contra el trato brutal a unas feministas en huelga. Allí «no podrá olvidar la profunda depresión en que puede caer el hombre por el trato de sus semejantes… la dignidad del hombre no era más que una frase y una mentira». Habría de estar en prisión más veces, por manifestarse contra la guerra del Vietnam, por permanecer sentada en los bancos del parque durante los simulacros de ataques nucleares, y la última vez, a los 76 años, por manifestarse junto con Cesar Chavez y el sindicato de agricultores. La cárcel le hizo evolucionar de la observación a la participación, de ser una idealista apasionada a la acción.

Alegría natural

Sólo acierta a explicarse la Fe por un «instinto ciego» que secundaba con voluntad. Dorothy anduvo indecisa entre el deseo de vivir según sus leyes, «no nos gusta admitir que los hombres no nos bastan», y la aspiración a un Otro que mereciera absolutamente su amor y le correspondiera sin límites. » La conversión es una experiencia solitaria. No sabemos lo que está pasando en el fondo del corazón y del alma del otro. Apenas lo sabemos de nosotros mismos».

Se casó y abandonó a su marido; después convivió con otra persona, que consideraba ingenuas las ideas de Dorothy de vislumbrar a Dios en el amor y en la naturaleza. Cuando quiso bautizar a la hija de ambos, la ruptura parecía inevitable y finalmente se produjo cuando Dorothy, a los 30 años, recibió el bautismo en la Iglesia Católica. «Precisamente mi experiencia como radical y mi pasado político me inducían a desear unirme a los otros para amar y alabar a Dios».

«El amor es la medida»

Eran los años de la Gran Depresión en América. En el católico «Commonweal», escribió sobre la «Marcha del hambre» de los parados. Pedían puestos de trabajo, leyes sociales y apoyo para las mujeres y niños que pasaban hambre mientras en Washington les esperaba la policía con ametralladoras. «¿Dónde están los católicos que se pusieran al frente para poner en práctica las obras de caridad verdaderas?». Los cristianos y sus iglesias se mantenían lejos y Dorothy comprendió que debía hallar su propio camino.

El encuentro con el padre Maurin fue fundamental. El le abrió los ojos a la pobreza voluntaria de San Francisco, a la historia y la doctrina social de la Iglesia, a los Santos Padres, a los filósofos personalistas franceses… En el primero de mayo de 1933 -mientras 50.000 personas recorrían Nueva York pidiendo trabajo y pan y los nazis en Alemania asaltaban las centrales sindicales- apareció el primer número del «Catholic Worker» («El trabajador católico»), que costaba un centavo (aún hoy se edita a ese precio) para que todo el mundo pudiera adquirirlo. Contenía informes de fácil lectura sobre las huelgas, el paro, el trabajo infantil en las fábricas, los salarios ínfimos de los negros, arremetía contra el antisemitismo que se iba extendiendo… A medida que el número de los colaboradores y la distribución crecían, se convirtió también en un movimiento para ayudar a los parados y se empezaron a construir casas de hospitalidad, donde nunca existió la segregación racial.

Los católicos burgueses se opusieron desde el principio. Los Workers se ocupaban del derecho de propiedad de los obreros y de un cambio de la distribución social del poder. Es verdad que esto se podía leer también en las encíclicas sociales pero aquí se practicaba, y eso parecía peligroso. Se les expulsó de una casa en Harlem porque el propietario se escandalizada con su orientaciones pacifistas… aunque los negros del guetto, durante una algarada, respetaron la casa porque era «decente». En una escuela dirigida por monjas católicas, renunciaron a la adquisición de 3000 periódicos cuando las alumnas quisieron salir a la calle para solicitar condiciones humanas de trabajo y pidieron a sus padres que no compraran productos de la National Biscuit Company, estimuladas por el periódico. Este tipo de acciones formaban parte de las obras de misericordia para Dorothy.

Los objetivos del movimiento iban más allá de la política: «Quiero ser santa aunque sé bien que sólo puedo ser una pequeña santa, y eso supone tomarse en serio el Evangelio, cambiar radicalmente la vida». El lema de Dorothy era la frase de Catalina de Siena: «Todo camino hacia el cielo es cielo», y ese camino es difícil, fatigoso e incómodo. La vida acomodada y confortable no es el modelo del cristianismo, sí lo es el ideal del Sermón de la Montaña.

Dorothy viajó por media América durante 40 años hablando en escuelas, parroquias, visitando a huelguistas, ayudando a arrendatarios expropiados… «Hay que vivir con los pobres y tomar parte también en sus sufrimientos. Hay que renunciar a la vida privada y a todas las comodidades intelectuales y espirituales juntamente con las corporales».

Cuando la amenaza atómica se hizo apremiante, el pacifismo ocupó el primer lugar de temas del «Catholic Worker» que ya, en la Segunda Guerra Mundial, había apoyado a los que se negaban a ir al servicio o a pagar impuestos. «Toda guerra es un crimen contra los más pobres y la crueldad de la guerra moderna ha de incitar a desenterrar de nuevo la tradición pacifista olvidada por los cristianos».

En el último período de sus 83 años de vida siguió luchando contra la mentalidad de consumo que utiliza el capitalismo: -«Uno de los mayores pecados es instilar en el corazón del trabajador el ansia compulsiva de vender la libertad y el honor para satisfacer los deseos promovidos por la publicidad. Las guerras tienen que ver con la promoción de nuestro estilo de vida consumidor» e intentó animar a los jóvenes a vivir con la Iglesia a menudo tan difícil de comprender. Su propio movimiento era un ejemplo de la libertad que es posible dentro de ella.

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