EEUU y China: unidos por la deuda

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La deuda del Tesoro americano se ha convertido en un vínculo estrecho entre China y Estados Unidos. Pekín financia el déficit público americano, comprando los bonos del Tesoro, que hasta ahora han sido considerados el activo más seguro y líquido del mundo. China tiene acumuladas unas reservas de divisas por valor de 3,2 billones de dólares, de las cuales 1,1 billones son en el billete verde.

Por eso China está muy interesada en que sus reservas en dólares no se deprecien. De ahí sus críticas cuando a principios de agosto la agencia Standard & Poor’s rebajó la calificación de los bonos americanos, que han perdido la triple A.

Con el tono cáustico que empiezan a emplear los altos funcionarios chinos, un comentario de la agencia de prensa china Xinhua, gestionada por el gobierno, «reñía» a Washington.
«El gobierno estadounidense debe aceptar el hecho doloroso de que los buenos tiempos en los que podía simplemente pedir prestado para salir de los líos en los que se había metido se han ido para no volver». China pide que EE.UU. se apriete el cinturón y se cure de su «adicción a la deuda», para «vivir a la altura de sus medios».

Incluso le decía donde tenía que reducir sus gastos. Se trata de aplicar recortes en los «hinchados costes de protección social» y en su «gigantesco gasto militar». Este último representa alrededor del 4% del PIB americano, mientras que en China, que está aumentado su gasto militar, supone un 1,4%.

Más que un consejo, el comentario de la agencia oficial china transmitía una exigencia: «China, el mayor acreedor de la única gran potencia del mundo, tiene todo el derecho a pedir a Estados Unidos que afronte sus problemas estructurales de deuda y garantice la seguridad de los activos chinos en dólares». Pero Pekín tiene pocas alternativas a la compra de bonos del Tesoro americano. Por eso, con la preocupación de un inversor inquieto, el comentario de Xinhua sugería que la introducción de «una nueva y estable divisa de reserva mundial sería otra opción para prevenir una catástrofe causada por un solo país».

Sin ir tan lejos como la agencia, el primer ministro chino, Wen Jiabao, ha reclamado a EE.UU y a la Unión Europa «políticas fiscales y monetarias concretas y responsables que resuelvan sus problemas de endeudamiento».

Pero la financiación del déficit americano a través de las reservas de divisas chinas ha despertado también críticas contra el gobierno de Pekín en las webs del país, al menos hasta que son descubiertas por la censura.

Los comentarios, de los que se hace eco el corresponsal del New York Times (9-08-2011) en Hong Kong, se preguntan si la compra de la deuda americana es lo mejor para los intereses chinos. Algunos se quejan de que el gobierno chino obliga a la gente a consumir menos para prestar más a EE.UU.

La política del gobierno es comprar dólares y otras divisas para mantener la cotización de la moneda china (renminbi), relativamente débil frente a las otras monedas, y así dar una ventaja comparativa a las exportaciones chinas y, en consecuencia, favorecer la creación de empleo. EE.UU. critica a China por mantener la cotización de su moneda artificialmente baja, y presiona para que la revalúe respecto al dólar. Pero las autoridades chinas no quieren cambiar una política que les ha ido bien.

China es el país que se ha recuperado antes de la crisis financiera, con un crecimiento de un 10,3% en 2010, y una previsión del 9,6% para 2011. Pero también tiene sus propios problemas: creciente inflación, aumento del precio de la vivienda, una economía sobrecalentada, endeudamiento de los municipios. Pero sigue acumulando grandes superávits en su comercio internacional. Y se siente lo bastante fuerte para dar consejos a EE.UU. Incluso puede pensar que las dificultades para llegar a un acuerdo en el problema de la deuda entre republicanos y demócratas revelan las desventajas de un sistema democrático frente a las decisiones inapelables de un régimen de partido único como el chino.

Un poder inseguro

De todos modos, a pesar de su fortaleza económica, el gobierno del Partido Comunista chino se muestra en los últimos tiempos más reacio a las reformas políticas y más duro en la represión de la disidencia. Cuando el PC acaba de festejar sus 90 años de existencia –y 62 en el poder–, sus dirigentes parecen inseguros ante el temor de posibles enfrentamientos étnicos (Tibet, Xinjiang, Mongolia Interior), manifestaciones por descontento social, movilizaciones a través de las redes sociales en Internet, propuestas de reformas de intelectuales disidentes (como el premio Nobel de la Paz, Liu Xiaobo, o el artista Ai Weiwei).

Con sus 80 millones de miembros, el PC chino recluta hoy sobre todo entre la burocracia gubernamental, los militares, los universitarios, los hombres de negocios y los profesionales, grupos que en su gran mayoría solo aspiran a ganar más dinero y vivir mejor. El abandono de la utopía revolucionaria ha evitado la repetición de grandes catástrofes de la época maoísta, como la hambruna del Gran Salto Adelante, las brutales campañas políticas o la Revolución Cultural.

Pero también ha dejado al PC sin un objetivo político. «Si hoy día el partido representa una ideología, esta es la ideología del poder», según el diagnóstico de Minxin Pei (The New York Times, 1-07-2011).

Aparte de mantenerse en el poder, y de apoyarse en el orgullo nacional, el PC no tiene nada que proponer al pueblo. Esto explica gran parte de la corrupción, del cinismo y de los abusos de poder que infectan el sistema.
Hay una apertura pragmática a las reformas económicas y sociales, siempre y cuando no se cuestione el control absoluto por parte del partido único. La ideología socialista es hoy una envoltura retórica para justificar el monopolio del poder por el PC.