El agua es un derecho menos para los ciudadanos de Detroit

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La que fuera ciudad del automóvil del mundo atraviesa estos dos últimos años una crisis producida por la contaminación del agua, que está afectando a miles de personas. Aunque ahora el Gobernador del Estado de Michigan ha declarado el estado de emergencia, ignoró las quejas desde el principio

Los altos niveles de plomo en la sangre tienen efectos graves sobre la salud. Los inmigrantes indocumentados son los que más sufren en esta situación

Detroit, la cuna de la industria del automóvil, es una ciudad que llegó a ser la cuarta más grande de Estados Unidos, sólo superada por Nueva York, Los Ángeles y Chicago. A día de hoy es una triste sombra de lo que fue. Ha perdido un 63% de la población en 50 años, pasando de casi dos millones de habitantes a poco más de 700.000, convirtiendo este éxodo humano en el único equiparable en todo territorio estadounidense al que sufrió Nueva Orleans tras el paso del huracán Katrina en el 2005. La desoladora imagen que ha dejado el huracán de la crisis de 2007 es la del declive industrial, con altas tasas de pobreza y criminalidad.

En 2013 tuvo lugar la suspensión de pagos del Ayuntamiento de la ciudad. En abril de 2014, el gobernador de Michigan, el republicano Rick Snyder, para ahorrar costes, cambió la fuente de suministro del agua. En vez de utilizar el sistema que hasta entonces obtenía agua del lago Huron, uno de los grandes lagos que hay en la frontera entre Estados Unidos y Canadá, se pasó a utilizar agua del río Flint.

No tardaron en saltar las primeras alarmas, en octubre de 2014, cuando una fábrica de motores de General Motors dejó de utilizar el agua del río Flint porque oxidaba algunos de los componentes. El agua del río, al ser más corrosiva, hizo que se desprendiera el plomo de las viejas tuberías de la ciudad. Los habitantes de Detroit tenían que pagar una de las facturas más altas de EE.UU. por un suministro de agua contaminada. El agua, que no era apta para la industria, era consumida por los habitantes de Michigan.

Ese plomo desprendido ha contaminado el agua que utilizan más de 100.000 personas. Ahora, después de miles de reclamaciones por el mal olor, color o por picores en la piel al ducharse, el gobernador de Michigan ha declarado el estado de emergencia comunicando la no utilización del agua para beber, cocinar o bañarse.

Marissa Maess, madre de 3 hijos, decía a la BBC: «En otoño de 2014 se nos empezó a caer el pelo a los cinco, nos salieron sarpullidos dolorosos y no se quitaban». Marissa fue de las primeras personas que reclamó, y le dijeron que el agua era un poco más dura que la anterior, pero que no tenía por qué preocuparse. Cuando se dignaron a analizar el agua, sus hijos tenían ya altos niveles de plomo en la sangre. Incluso en pequeñas cantidades una exposición al plomo, poderoso neurotóxico, puede producir efectos a largo plazo sobre la salud. Los niños de corta edad están expuestos al peligro de tener a tener problemas de comportamiento o un coeficiente intelectual más bajo con todas las consecuencias que esto tiene en la vida de una persona.

El plomo también afecta a los adultos en partes del cuerpo como los riñones, el corazón y el sistema reproductor. En las mujeres embarazadas es especialmente peligroso, porque puede afectar en el desarrollo del feto. Los efectos del plomo pueden verse de inmediato o en ocasiones pueden no manifestarse hasta después de muchos años.

El gobernador Snyder ha pedido perdón por ignorar las quejas durante meses. La decisión de tomar el agua del río para ahorrar costes fue de un mánager de emergencia nombrado por el gobernador para gestionar las finanzas de la ciudad por su precario estado. El gobernador solicitó a Obama la declaración del estado de emergencia y ha pedido ayuda federal y el despliegue de la Guardia Nacional para repartir agua embotellada, filtros y test para detectar la presencia de plomo.

Se pueden ver numerosas colas en medio del frío enero en los distintos puntos de distribución dispuestos en la ciudad. También la Guardia Nacional y los servicios sociales visitan barrios casa por casa ofreciendo ayuda.

La parte más dura de esta situación la sufren los inmigrantes sin papeles. No van a los centros de distribución o a las estaciones de bomberos –que también distribuyen agua- por temor a ser deportados y en vez de esto la compran a precios desorbitados en las tiendas. Tampoco abren la puerta por temor a que se trate de una redada. Y lo más importante, no acuden a los servicios médicos para analizar cómo están siendo afectados por el plomo.

Sin embargo una coalición de iglesias, voluntarios y organizaciones comunitarias trabajan para ayudarlos en la actual emergencia sanitaria. En la coalición participan las iglesias católicas Nuestra Señora de Guadalupe, la única con misas en español en el norte de la ciudad, y Santa María, además de la Iglesia Bautista Latina y la metodista Asburry United.

El trabajo de las iglesias son un contraste con quienes valoran más el beneficio al mínimo coste, y convierten a la persona en un instrumento, ya que dan a la persona el valor que tiene. La ciudad se enfrenta al reto de recuperarse y de cambiar todas las tuberías que dan acceso al agua potable a los hogares, como derecho humano que es, así como afrontar a atender todos los efectos que ha provocado a la población el plomo en la sangre.

Autor: Jesús Berenguer Zamorano