Nos hemos acostumbrado asociar la idea de estar en contra del sistema o de compromiso político a grandes algaradas, ejercidas por dirigentes de la «política profesional» y muy pocas veces nos hacemos eco de acciones cotidianas que son frecuentes en nuestra sociedad; y que son realizadas por familias que se asocian con otros padres de familia y que asumen su responsabilidad en defensa de los derechos de la persona y la dignidad de la familia frente a la manipulación y tiranía ideológica del poder
Como el caso de Victoria Gillick, que emprende la lucha contra las medidas del Ministerio de Sanidad Británico, que con el desconocimiento de los padres suministraba a las niñas anticonceptivos. Con la ayuda de la recogida de firmas de otros padres.- los padres de Suffock- , hace frente al arrogante poder de los políticos y a las normas de las organizaciones profesionales médicas. Un caso que despertó, en los años 80, una expectación increíble.
Fue en 1978 -con los laboristas en el poder- cuando una circular del servicio de salud público inglés- conocido como DHSS – permitió a los doctores prescribir anticonceptivos a las menores de 16 años sin consentimiento ni conocimiento materno.
Con cinco hijas menores de 14 años, esta valerosa madre encabezó una batalla legal que suscitó las iras de la industria anticonceptiva y los políticos involucrados en la misma, recibiendo el apoyo de una parte de la sociedad inglesa, junto con el odio de la parte restante, que llegó incluso a agredirla.
Como madre se negaba a que sus hijas pudieran recibir anticonceptivos, que en muchos casos eran abortivos, de manos de doctores que suplantarían la autoridad paterna legalmente. Gillick llegó a juntar entre 250.000 y 500.000 firmas, e inició una batalla legal que no dejó a nadie indiferente. En noviembre de 1983 contaba con el apoyo de 200 parlamentarios.
Tras perder la batalla judicial en primera instancia, la Corte de Apelaciones le dio la razón en diciembre de 1984, consiguiendo así cesar la práctica de la circular impugnada en todo el servicio de salud inglés. El Gobierno – en este caso conservador de Margaret Thatcher- recurrió ante la Cámara de los Lores (equivalente al Tribunal Supremo) ganando finalmente el caso en 1985, con un fallo en contra de la petición de Gillick.
La sentencia estableció que, en cada caso, los médicos juzgarían la capacidad de la menor en cuestión para entender el alcance y consecuencia del “tratamiento”, de manera que si esta persistía en su negativa a informar a sus padres, le sería administrado el anticonceptivo sin más trámite, sin que los padres pudieran acceder a su historial médico. Desde entonces, en Inglaterra se utiliza legalmente el témino “Gillick Competence” para hacer referencia a estas circunstancias
Irónicamente el día anterior a la vista ante los Lores en la que se perdería el caso, una hija de Gillick de 13 años sufrió una apendicitis aguda estando en casa de unos amigos de los padres, y fue operada de urgencia tras desvivirse los doctores por obtener el consentimiento paterno para realizar la intervención, sin el cual no podían intervenir.
La señora Gillick presentó batalla a los descomunales poderes jurídicos y fácticos de una de las naciones más poderosas de la Tierra. Evidentemente, la lucha entre Victoria Gillick y la justicia británica se presentaba desigual a todas luces.
¿Es posible luchar contra los estados cada día más poderosos y burocráticos? Respuesta afirmativa, siempre que se esté dispuesto a hacer lo que hizo la señora Gillick: sacrificarse. Renunciar a multitud de aparatos electrodomésticos; vivir en casas sin agua corriente, con los servicios higiénicos al descampado; dedicar cientos de horas a luchar por una causa que considera justa, en lugar de dedicarlas a ganar dinero; dar cientos de conferencias haciendo miles de millas en incómodos medios de transporte.
Así nos lo cuenta ella: A mediados de octubre de 1985, mi marido Gordon y yo salíamos de la Cámara de los Lores amargamente decepcionados por haber perdido —tras cinco años de duro esfuerzo— el último asalto de nuestra batalla legal contra el Ministerio de la Salud y su política de suministrar secretamente píldoras anticonceptivas a las colegialas. Nos encontramos con un hombre que daba saltos de alegría y alegaba que habíamos ganado. “¿De verdad?”, le dije deprimida y sorprendida por una conducta que juzgaba muy extraña. Pero aquel hombre no se inmutó: nos hizo ver que nuestro caso había dejado huella en la opinión pública británica; había hecho historia, aunque nosotros no lo viésemos en ese momento. Como tantas cosas que se siembran, nuestros esfuerzos tenían que desaparecer de la vista y abonar calladamente el campo antes de dar fruto; así, las semillas que al principio parecen minúsculas se revelan años más tarde como árboles de una fecundidad asombrosa.
Por ejemplo, mientras luchaba en la defensa de la familia por los vericuetos judiciales y de la política social del Reino Unido, nunca pensé que ese esfuerzo me llevaría a un crecimiento personal; y sin embargo, así fue. La escasez de recursos económicos, las continuas reuniones y relaciones con todo tipo de personas y la dedicación urgente e intensa para solucionar ese problema fueron los apoyos para crecer más plenamente en lo humano. Mi marido y yo aprendimos a superar todas las dificultades que suponía esa batalla legal. Aprendimos a querernos aún más el uno al otro, y fuimos descubriendo también la maravilla de nuestro matrimonio y de la familia que queríamos formar.
En un tiempo en el que tanta gente ha sucumbido a la tentación de bienestar y el consumismo ha ido construyendo su conciencia, Victoria y Gordon Gillick, se casaron en 1967, dos artistas jóvenes y sin dinero, en plena revolución de los años 60, se atrevieron a formar una familia que la llevaría a tener diez hijos. Con medios pobres van construyendo su hogar, haciendo frente a circunstancias adversas económicas y sociológicas… con ingenio y duro trabajo, además de con gran valentía de no renunciar a su valores morales.
Es un ejemplo y testimonio de como las familias (cimiento de la sociedad), no nos debemos dejar usurpar nuestra responsabilidad en una sociedad democrática, cuando los burócratas de la ingeniería social -tanto socialdemocratas como liberal conservadores- amenazan con ahogar las libertades de los ciudadanos. Una madre de familia tan numerosa sabe que luchar conlleva tensiones, persecuciones, dificultades, pero a cambio, la vida del que lucha se va llenando de sentido, porque entregar la vida al servicio de la solidaridad, merece la pena.
Autor: Mª Mar Araus