Esta obra de D. Eugenio resulta, por tanto, revolucionaria en su tiempo, no sólo en el contexto de la España Republicana sino en el conjunto de la Iglesia europea. . Una postura que a D. Tomás Malagón le costará ser expulsados de la HOAC por la línea demócratacristiana en los 60 y de la ZYX por la línea marxista en los 70. Por tanto, se descubre ya en los años 30 una tensión entre los planteamientos politiqueros de los propagandistas y los que defenderán los protagonistas de la especialización del apostolado obrero de las postguerra (Merino, Rovirosa y Malagón). Como también parece confirmar el hecho de que en estas fechas Guillermo Rovirosa, recién convertido al cristianismo, salió de las aulas de Instituto Social Obrero convencido de no volver a tener nada que ver con la democracia cristiana.En el verano de 1933 D. Eugenio escribe este folleto en que vuelven las dos grandes preocupaciones de su Manual de Táctica Político Social (1917). El absentismo de la política de la mayoría de los católicos y la cerrazón de quienes pretenden identificar la política católica con su partido.
Lo primero que pretende dejar claro es que la política es algo positivo, no en el sentido en que se está viviendo en la España de la IIº República, como oposición violenta de bienes particulares, sino en su verdadero sentido como «la ciencia y el arte de procurar el bien común de los pueblos, mediante leyes e instituciones»; consiste en buscar las diversas posibilidades institucionales de organizar ese bien común, dado que son posibles diversas soluciones representadas en cada lugar del mundo por diversos regímenes y partidos. A nivel personal, la entiende como el ejercicio de la caridad, cumpliendo los propios deberes y ocupando el puesto que corresponda a cada cual en las instituciones del Estado.
Afirma después que hay una distinción en la visión cristiana de la política entre los grandes principios obligatorios y los diversos modos en que se trata de llevarlos a la práctica en cada circunstancia. Esto último depende de programas políticos, que pueden y deben ser diversos, y de la realización total o parcial que en la práctica se consiga alcanzar respeto a esos objetivos. Pues la política, siendo como el noviazgo un campo de la vida que se presta a grandes ilusiones y pasiones, impone pronto la necesidad de adaptarse a las circunstancias reales.
Estos diversos programas suponen diversas opciones políticas entre los católicos, como existen desde antiguo diversas escuelas teológicas todas ellas admitidas por la Iglesia. Es necesario que en cada nación haya varios partidos confesionales, que en puntos de sus programas pueden ser hasta contradictorios, pues la misma palabra «partido» significa parcial, división,… y ninguno puede agotar la totalidad de los principios de la FE. Por ello, desde tiempos del Card. Aguirre las normas eclesiales insisten en que no se puede negar a otros la condición de católicos, ni pedir la disolución de sus partidos, sino únicamente la unión circunstancial en defensa de la Religión en puntos que lo pida la autoridad episcopal.
Estas diversas visiones incluyen también la forma del régimen político. Por su larga experiencia histórica, la Iglesia ha conocido monarquías, aristocracias y repúblicas; admite incluso la participación del pueblo en el gobierno –aunque matizando que los principios morales inmutables no se puede decidir por mayoría-. En todos ellos hay ventajas e inconvenientes. No es legítimo, por tanto, hacer una excepción para España, negándose a aceptar aquí un régimen republicano aceptado en toda América y permitido por el Magisterio de León XIII y Pío XI, quienes piden el acatamiento al poder constituido y la resistencia a las leyes injustas. Menos aún, es legítimo identificar el catolicismo con un partido u opción dinástica, ya que es admitido cualquier tipo de régimen político si mira a Dios y al bien común.
El problema que vive España en este punto, más que a la falta de claridad doctrinal, es debido al apasionamiento afectivo en las discusiones, pues se ha llegado a una identificación ilegítima por la que monárquico y republicano equivalen a católico y anticatólico. Pero ello, el grupo de partidos –se refiere a la CEDA sin nombrarla- que defiende la indiferencia del régimen, el acatamiento del poder constituido y la búsqueda gradual del bien común, no debe temer la prohibición eclesiástica.
Por este apasionamiento y confusión, D. Eugenio, ve necesario insistir en dos puntos: los criterios para la relación entre partidos y el papel que corresponde a la Iglesia en la política.
Entre los partidos debe regir el viejo criterio de San Agustin «En lo necesario unidad, en lo dudable libertad, y en todo caridad», que se aplica a la relación entre católicos con las citadas normas del Card. Aguirre. Pero va más allá al abarcar también la relación con los partidos acatólicos e incluso anticatólicos. En esto Merino se va a mostrar pionero. Recuerda que, salvando el voto en cuanto pretenda separar radicalmente la Iglesia del Estado, los Papas han permitido militar en partidos liberales –pues una cosa es la filosofía liberal y otra las medidas políticas concretas- sin que por eso se les pueda tachar de heréticos. Y va más allá, en partidos anticatólicos hay anhelos de justicia que coinciden con las enseñanzas sociales de Pío XI, mientras que en algunos partidos confesionales se combaten estas mismas enseñanzas, llamando comunistas a los católicos que son fieles al Papa y pretenden aplicarlas.
En consecuencia, su propuesta es hacer el DISCERNIMIENTO que ya pedía León XIII pues, ya que nadie es un ángel o un demonio, ningún partido acatólicos es la quintaesencia del veneno, y si en el liberalismo descubrimos semillas cristianas de las que brota la defensa de los derechos individuales, en los partidos socialistas vemos el deseo evangelio de que el estado sirva a los pobres y hasta en la violenta revolución rusa se ven los anhelos de la Redención de Cristo para los oprimidos; ya que una cosa es el sincero deseo de justicia de quienes se asocian a estos partidos y otra el anticlericalismo de sus dirigentes.
Al poner de manifiesto que la Iglesia es algo diferente de los partidos, incluso que los confesionales, debe quedar claro que no es su papel bajar a la política concreta con sus mezquindades y decisiones de cada día, como le critican quienes tienen miedo de que anule la libertad de los pueblos o como le reclaman los católicos ansiosos de identificarla con sus opciones partidarias. Quienes bajan a la arena política son sus miembros, incluso ocasionalmente los clérigos, muchas veces votados por su prestigio personal. Si interviene la misma Iglesia lo hace de un modo indirecto, no defendiendo menguados partidillos sino mediante su tarea espiritual, educando a personas y familias en la honradez y defensa del bien común y por medio de las diversas congregaciones y obras sociales. Sólo actúa de un modo directo en política cuando sale en defensa de los ataques que el laicismo dirige contra ella.
Fijados estos principios, la decisión final sobre el voto y la afiliación corresponde a la libertad de conciencia, por lo que es necesario el discernimiento de los católicos para llevar a la práctica los principios obligatorios de la religión y la moral. Es un camino difícil por las pasiones a que arrastra la política, y por los caracteres extremos sean conservadores o revolucionarios; por la equivocación de imponer la uniformidad bajo el nombre de unidad o de confundir el vigor de la fe con la fuerza del número, cuando esta está en la fidelidad a un espíritu cristiano y la obediencia sincera al Magisterio.
Aplicar este discernimiento es tarea particularmente delicada en tiempo de elecciones, cuando se pone manifiesto que la democracia es el poder despótico de la mayoría y la abstención es siempre culpable de complicidad con los enemigos. No menos culpable, eso sí, que los grupos de poder (sindicatos, bancos, empresas) que por su apoyo al voto exigen defender sus intereses ajenos a la justicia y al bien común.
La conclusión es la necesidad de estudio, virtud y fortaleza para que el católico cumpla con sus responsabilidades políticas, abandonando la tranquilidad burguesa disfrazada de prudencia cristiana, que no es otra cosa que mera pasividad. Y cumplir los deberes del ciudadano cristiano recordados por la Iglesia y para los que educa la Acción Católica.
Su propuesta –con la ventajas e inconvenientes de no bajar del nivel de los grandes principios- se alinea con el accidentalismo que llevo a la formación de la CEDA, es más, está insistiendo en su necesidad; pero se muestra crítico con quienes desde esta opción pretenden quedarse con la representación exclusiva de lo católico como antaño hicieron los integristas. Especialmente, pretende denunciar que se identifique lo católico con los intereses del dinero y las clases más conservadoras, como insiste también en El Espíritu de la Acción Católica, hasta llegar a afirmar en varias ocasiones que las enseñanzas sociales de Pío XI están mejor reflejadas en puntos de los partidos revolucionarios, que en las propuestas de católicos que tachan de comunistas tales enseñanzas pontificias.
Resulta sorprendente que en medio del acoso por las legislaciones anticlericales de la República y el ataque violento en las calles contra miembros e instituciones de la Iglesia, D Eugenio se atreva a afirmar que en los grupos que protagonizan esos ataques se hallen puntos de verdad evangélica que no sólo están ausentes, sino que son combatidos por partidos confesionales. El principio por el que llega a ello no es nuevo en la historia, ya los Santos Padres hablaban de semillas del Verbo fuera de la Iglesia, pero lo sorprendente es encontrar esta doctrina en España treinta años antes del Vaticano II y referida al campo de la política, precisamente cuando la doctrina del extra ecclesia nulla salus tiene consecuencias tan terribles que acabarán en una confrontación bélica.
D. Eugenio madura esta reflexión desarrollando al máximo las consecuencias de los principios de la doctrina de León XIII en cuanto a la distinción entre liberalismo filosófico y parlamentarismo político. Lo que le lleva a distinguir entre la ideología de cualquier grupo y sus representantes y entre la legítima aspiración a la justicia de quienes encuadran una organización obrera y el anticlericalismo de sus dirigentes. Toda esta distinción está adelantando lo que Pablo VI presentará cuarenta años más tarde como doctrina de la Iglesia, nos referimos a la distinción entre ideología y movimientos históricos (OA 30).
Esto sitúa las reflexiones de Merino en la metodología que esta carta apostólica ofrece como novedad para la elaboración de la DSI, reconociendo que ésta no es un programa confesional que debe ser defendido en la arena política por el conjunto de los católicos, sino una serie de principios para el discernimiento de los grupos cristianos bajo su propia responsabilidad (OA 4). De este modo la aportación del Magisterio eclesial se sitúa en el terreno de los principios, criterios y orientaciones para la acción, como un acompañamiento de la tarea de discernimiento histórico de las comunidades cristianas de cara a su compromiso y por eso permanece por encima de todas ellas y sin identificarse con ninguna (OA 42 y 46, 3).
Esto, como es sabido, legitima y promueve un amplio pluralismo entre los cristianos, pero también previene todo relativismo. No todas las opciones son igualmente válidas y coherentes, ya que Pablo VI reconoce que cada opción está impregnada de los condicionantes y pecados de los intereses económicos, ideológicos o de clase presentes en ella (OA50). Precisamente basándose en esta realidad, es como D. Eugenio denuncia todas las formas de falso cristianismo que no obedecen al fin apostólico de la Iglesia y no son sinceras en la aceptación del Magisterio.
D. Eugenio además da ejemplo de cómo aplicar sus propios principios, al ser radicalmente escrupuloso en no querer presentar como doctrina eclesial sus propias ideas políticas. Para no instrumentalizar lo apostólico (su labor como profesor de Teología) para un fin político partidista, en esta obra que comentamos, dedicada a la exposición de la doctrina teológica y magisterial, omite toda alusión a sus opciones partidarias. Si sólo conociéramos esta obra nada sabríamos de la simpatía y actividad propagandística a favor de los Agrarios (Acción Popular Agraria de León, miembro de la CEDA) que encontramos en su novela Tierra de campos y en su folleto Regionalismo castellano leones ,publicado bajo pseudónimo en El Diario de León en los primeros meses de la República.
Esta obra de D. Eugenio resulta, por tanto, revolucionaria en su tiempo, no sólo en el contexto de la España Republicana sino en el conjunto de la Iglesia europea. Esto le distancia de la ambigüedad en cuanto a la relación entre política y asociación apostólica del recién nombrado presidente de la AC española D. Angel Herrera; y le coloca, ya antes de la Guerra Civil, en la línea mantenida por Rovirosa en los años 50, cuando será expulsado de la HOAC bajo falsas acusaciones, por su negativa a hacer de ella parte de un proyecto de partido demócratacristiano. Una postura que a D. Tomás Malagón le costará ser expulsados de la HOAC por la línea demócratacristiana en los 60 y de la ZYX por la línea marxista en los 70. Por tanto, se descubre ya en los años 30 una tensión entre los planteamientos politiqueros de los propagandistas y los que defenderán los protagonistas de la especialización del apostolado obrero de las postguerra (Merino, Rovirosa y Malagón). Como también parece confirmar el hecho de que en estas fechas Guillermo Rovirosa, recién convertido al cristianismo, salió de las aulas de Instituto Social Obrero convencido de no volver a tener nada que ver con la democracia cristiana.
OBRAS DE D. EUGENIO MERINO
ARTICULOS en el Boletín de la Real Academia de la Historia.
Memoria histórico arqueológica de «Los Villares» de Valderas (León), 1922.
Cerámica eneolítica en Tierra de Campos. Sus precedentes, 1923
Civilización romana y preromana en Tierra de Campos, 1923
Exploraciones prehistóricas en Tierra de Campos. Estación paleolítica en Tras del Rey. Valderas (León). 1923
Prehistoria y antigüedades de Bolaños (Valladolid), 1924
Cerámica ibérica en Tierra de Campos, 1925
Más cerámica con pinturas en Tierra de Campos. ( ¿llegó a publicarse?)
Dibujos interesantes de cerámica procedente de Clunia. ( ¿llegó a publicarse?)
OBRAS SOCIALES Y PASTORALES
Manual de Táctica Político-Social, 1917.
Del Ambiente social, 1924.
Memorias del Primer Congreso Nacional de Educación Católica, 1925.
Memorias de la Semana Ascética de Valladolid de 1925.
El católico ilustrado en materias políticas, 1933.
El espíritu de la Acción Católica, 1933.
[F. Gómez Campos] (pseudónimo) Regionalismo castellano leonés, 1932.
NOVELAS.
Flores de mi patria, 1927.
Cura y mil veces cura, 1928.
Tierra de Campos, 1929.
TRADUCCIONES
Manual de la JOC belga, 1947.
Manual de la JOC-femenina belga, 1947.
Manual de la Juventud Agraria Católica francesa, 1947.
Congreso jubilar de la JOC. Documentos pontificios y conferencias, 1947.
FOLLETOS DE ESPIRITUALIDAD
Proyecto de bases para una restauración de la vida cristiana, 1947.
Oración y Sacramentos, 1951.
Una lección de propaganda, 1951.
Mística de la HOAC, 1951.
Ven Espíritu Santo, 1953.
Guía del aprendiz, 1953.
Incorporación a Cristo, 1953.