Escrita cuando en Sudáfrica reinaba con toda su fuerza el apartheid, en El conservador Nadine Gordimer describe con maestría las fuerzas y relaciones que constituyen el ambiente y las estructuras de un país roto por el salvajismo de la superioridad racial. Maestría que, en opinión de Rosa Regás, se destila a lo largo de una prosa vibrante de sensualidad y misterio. Premio Nobel de Literatura, Gordimer recrea el mundo en un torrente de palabras que se estructura en metáforas, imágenes, observaciones y analogías.
«La voz contra el apartheid», por Rosa Regás
Nadine Gordimer es una de las más grandes escritoras de este siglo, no porque recibió el Premio Nobel en 1991, ni por las decenas de idiomas a los que han sido traducidos sus libros, sino porque posee el más raro y preciado don que pueda tener un ser humano: la genialidad.
El prestigio que rara vez el mundo de la cultura concede a las mujeres vivas le ha llegado con justicia a pesar de todos los impedimentos de que está provista: es, además de mujer, sudafricana, comprometida con la política, con la sociedad, con la literatura y con la vida. Gentes malevolentes opinan que ha conseguido el éxito precisamente por esos impedimentos que han hecho de ella el punto de mira de gobiernos y jurados progresistas.
Sea como fuere y por una vez, una mujer dotada como pocos escritores de un sentido literario original y profundo, capaz de dibujar y recrear el mundo en un torrente de palabras que se estructura en metáforas, imágenes, observaciones y analogías entre el espíritu y la naturaleza, el color y el movimiento, la sensualidad de la mirada y del sentimiento y las amarguras de un destino tantas veces impuesto, ha logrado hacer sentir su voz a lo largo de una dilatada vida no sólo para denunciar la situación de oprobio que los africanos negros vivieron con el régimen del apartheid, sino para protestar contra cualquier otra situación que arrastre los vientos de la injusticia, de la miseria y de la desigualdad, entre hombres y mujeres, negros y blancos, ricos y pobres.
El mérito de tal actitud radica en no limitarse a dar testimonio con la genialidad de su literatura en un momento de la historia de su país donde tan perseguidos como los negros fueron los blancos que luchaban por la igualdad de derechos, sino sobre todo en la profundización de un compromiso que elude la frivolidad y se centra en un análisis de las circunstancias personales y sociales, capaces de hacer comprender cabalmente los movimientos del alma de sus personajes y por ende de los que vivieron en su mundo sudafricano.
El conservador es una novela escrita en 1974, cuando en Sudáfrica reinaba con toda su fuerza brutal el apartheid y nos cuenta la historia de un hombre de mediana edad, Merhing, blanco, rico, autosatisfecho y dedicado a sus negocios. Merhing decide comprarse una granja en el Transvaal a unos 40 kilómetros de Pretoria, la ciudad donde vive, más para poder decir que se ha comprado una granja, y que se retira en ella los días festivos para estar en contacto con el campo, supervisar las labores del campo y controlar el trabajo del negro Jacobus, su capataz, que por verdadero deseo de convertirse en granjero o por amor a la naturaleza.
Y mucho menos para emprender un nuevo negocio tan alejado de aquél al que se dedica en la ciudad que lo lleva a una vida de relaciones internacionales, reuniones, aviones y almuerzos de trabajo. De hecho y como nos dice la autora, «muchos hombres acomodados de la ciudad se comparan fincas para alcanzar cierto estadio en sus carreras». Merhing es un hombre de mediana edad que vive solo, está divorciado y tiene un hijo que ha dejado de ser niño.
Durante toda la novela se nos va mostrando cómo ese hombre que vive en sociedad y cuya granja linda con un recinto de población negra, vive la margen de la realidad. Tal vez por ese desconocimiento y esa incapacidad de saber cuál es su realidad, no tienen más objetivo ni otro afán que protegerse así mismo.
¿De qué se protege? Precisamente de esta realidad que se le escapa pero que le asusta y de la que no tiene conciencia por más que está rodeado del inmenso submundo donde viven los habitantes negros de Sudáfrica, desposeídos de sus derechos, hacinados, perseguidos y hambrientos.
Pero a él no parece afectarle, y si en algún momento algo parecido a la conciencia de una injusticia asomara en el panorama de su entendimiento se atrincheraría una vez más tras esa barrera física y emocional que ha utilizado durante toda la vida y que consiste en justificar el dolor ajeno, sin sentir la necesidad de evitarlo, mediante el convencimiento de su superioridad racial y de clase. Y cuanto más presión recibiera de ese entorno sufriente tanto más se encerraría en el aislamiento y en la reclusión al margen de la realidad. Sin embargo nadie está seguro en su mundo cerrado y todo parece conmoverse el día en que aparece un cadáver en el confín de sus tierras.
La estructura de esta magnífica novela que se mueve entre el compromiso político y el análisis y la exploración del interior de los personajes, es a primera vista simple y sin embargo la fuerza de la voz narrativa nos sumerge en tantos noveles distintos que a veces tenemos la impresión de que son muchos los narradores. Porque no siendo del protagonista esa irisada voz de la narración, es su mirada la que, a través del prisma de la indiferencia y la contención, nos descubre la impresionante complejidad de los sentimientos, las cobardías y los miedos, y ese mundo injusto, crispado, abandonado en la parquedad del horizonte de la vida de los negros que viven en el recinto.
Así es cómo la autora describe con sorprendente maestría las fuerzas y relaciones que constituyen el ambiente y las estructuras de un país roto por el salvajismo de la superioridad racial. Maestría que se extiende a la descripción de los paisajes, los sonidos del veld, sus colores y sus luces, en una prosa vibrante de sensualidad y misterio.
«De la biblioteca del pueblo al Nobel de Literatura», por Leandro Pérez Llorente
En 1991, durante el discurso de aceptación del Nobel de Literatura, Nadine Gordimer aseguró que su auténtica escuela fue la biblioteca pública de Springs, el pueblo sudafricano donde nació en 1923. Un lugar prohibido para negros. Gordimer reveló en Estocolmo que tardó en caer en la cuenta de que, si su piel hubiera sido más oscura, no podría haber sido escritora, porque Proust, Chejov y Dostoievski nunca habrían sido sus profesores.
Leyendo primero, y después emulando, a sus novelistas predilectos, no sólo aprendió a contar historias originales sino también hizo suyas, antes de saber de su existencia, esas palabras de Gabriel García Márquez que dicen que el mejor modo en que un novelista puede servir a la revolución consiste en escribir lo mejor que sabe.
Podríamos decir que Gordimer nunca pudo permitirse el lujo de encerrarse en una torre de marfil: gracias a la formación que encontró en los libros, y suponemos que el sano pero a veces peligroso hábito de ir por la vida sin los ojos vendados ni prejuicios, la adolescente que muy pronto recreó el mundo que la rodeaba en narraciones breves (ha alumbrado más de dos centenares), la universitaria que no tardó en publicar libros incapaces de pasar inadvertidos (algunos llegaron a ser censurados y prohibidos en Sudáfrica), la mujer que durante décadas ha luchado contra la segregación racial y la injusticia sólo mediante palabras (pero no con novelas maniqueas) es quizá la más prestigiosa escritora anglosajona contemporánea.
En otro discurso de Gordimer que circula por Internet, el pronunciado en el Congreso mundial sobre la condición del artista, organizado por la UNESCO en 1997, encontramos esta declaración: «A mi juicio no hay que olvidar que la condición del artista depende de dos factores: en primer lugar, el carácter de su compromiso con la sociedad; después, la actitud de los poderes públicos. El primer factor corresponde a la elección individual del artista, el segundo es una condición que le viene impuesta desde el exterior, de modo que es aleatorio».
Tal vez sea una casualidad que le concedieran el Nobel el mismo año en que se abolieron las leyes que permitían el apartheid, pero cuesta atribuir al azar novelas como Un mundo de extraños, El conservador o Nadie que me acompañe. Aunque, si no hubiera podido acceder a la biblioteca de Springs, ¿en qué otro lugar de ese pueblo minero se habría citado con Proust, Chejov y Dostoievski?