Ateo de izquierdas, contra la nueva eugenesia y úteros alquilados. Jacques Testart dice que «sólo los católicos me entienden».
Biólogo especializado en reproducción humana y animal, anteriormente director del conocido laboratorio transalpino Inserm y también ex presidente de la Comisión francesa para el desarrollo sostenible, «ateo y de izquierdas», Jacques Testart saltó a la fama en 1982 como padre científico del primer «niño probeta» de Francia.
Desde entonces, aunque no ha renegado ese acto técnico que, al mismo tiempo, no considera «una gran proeza científica», Testart ha dedicado muchos libros a denunciar las crecientes derivas de la tecno-ciencia en el campo de la salud y de la reproducción humana.
La maternidad subrogada [vientres de alquiler, mujeres que gestan hijos de otros, por encargo, ndReL] es, según él, una simple práctica social equivalente ni más ni menos que a la «esclavitud» y sus críticas de la tecno-ciencia en sentido estrella acaban de ser concretadas y resumidas enFaire des enfants demain («Hacer niños mañana», Seuil), un ensayo de gran claridad concebido para despertar del sueño dogmático cientificista a una Francia todavía profundamente influenciada por la ideología positivista.
Usted denuncia la difusión de una «eugenesia democrática». ¿Qué quiere decir con esto?
Respecto a la eugenesia histórica, dolorosa y autoritaria, hoy en día se difunde una eugenesia consensual, en el sentido que son las propias personas las que piden tener un niño normal, eliminando presuntos embriones anormales.
En Europa, el fenómeno empezó con la fecundación in vitro y la elección del donante de gametos masculinos por parte del médico. Esto se presentaba como un acto de generosidad, dado que la elección era concebir niños sanos y parecidos al padre. Pero se trataba ya de la elección de un padre sin que los progenitores pudieran intervenir y sin que el niño pudiera conocer un día al padre biológico.
En el periodo inmediatamente después de la guerra se vieron formas de eugenesia también en Extremo Oriente, en Japón y en Singapur: por ejemplo, con la oferta de una casa o de un coche en el caso de matrimonio entre licenciados, según la idea estúpida de que la universidad demuestra la inteligencia y que concertar matrimonios entre licenciados beneficia al crecimiento del país.
Hoy, el fenómeno se extiende por doquier con los bancos de gametos y la selección de embriones».
Según usted se corre el riesgo de «modelar otra humanidad». ¿No es una previsión demasiado pesimista?
Por ahora, la fecundación in vitro es un proceso doloroso para las mujeres. Pero si en un futuro estas técnicas se simplificaran y se generalizaran, algo que me parece probable, todas las parejas pedirán lo mismo, es decir, una especie de niño perfecto según los cánones de la época que tenderán a imponerse a escala internacional.
Se irá, así, hacia una especie de clonación social, sin pasar por la clonación en sentido técnico. Se eliminaran algunos caracteres de la humanidad de hoy, con la idea de que los nuevos caracteres son superiores y ventajosos.
Parece que junto a enormes dilemas éticos, esta normalización de los genomas presenta ya zonas de sombra puramente científicas.
La mayoría de los genes que causan patologías graves protegen también de otras patologías. En general, no hay un gen totalmente bueno o totalmente malo. Hay genes que tienen distintas acciones que son todavía desconocidas en gran parte. No conocemos la interacción entre genes.
Por tanto, nos convertimos en aprendices de brujo cuando hacemos creer que lo sabemos todo. La mayoría de los genes influyen en centenares de caracteres, patológicos o no, de un modo que no sabemos. Además, les influye el ambiente con los factores epigenéticos. No sabemos en absoluto hacia dónde vamos.
Menciono a Darwin para recordar que, según las leyes de la evolución, sabemos que en los periodos de crisis y de catástrofes una especie sobrevive sólo gracias a distintos genomas. De este modo, en una población habrá individuos que son capaces de resistir. El ejemplo más conocido es el de la peste de la Edad Media. En las aldeas, el 30% de los individuos consiguió sobrevivir, ciertamente por razones genéticas que aún desconocemos.
Con el cambio climático, podrían propagarse muy pronto nuevas enfermedades que nos hallarían no preparados e indefensos. Y en este contexto fabricar individuos genéticamente similares entre ellos es correr el riesgo de firmar la sentencia de muerte de la especie en el arco de dos o tres siglos.
Usted critica ciertas tendencias de la medicina. En el campo de la procreación, ¿se está superando el límite de la legitimidad?
De manera muy clara. Cuando, por ejemplo, los ginecólogos franceses piden congelar los ovocitos de las mujeres que no tienen ningún problema, sólo porque a causa de su carrera u otro motivo no quieren tener hijos cuando son jóvenes, es evidente que no se trata de un problema médico. Es una cuestión social. Se puede, por ejemplo, imponer al jefe de la empresa que no impida el ascenso profesional de las mujeres con niños.
No es competencia de los médicos resolver la situación con artificios de este tipo.
Paralelamente, es también verdad que hoy en Francia el 25% de las parejas que solicitan una fecundación in vitro no la necesitan verdaderamente. Sería suficiente que esperaran un poco.
¿Estos abusos están basados a veces en una visión discutible o distorsionada de la igualdad?
Ciertamente. Por ejemplo, en el caso de las mujeres que piden que se congelen sus propios ovocitos. Se invoca una presunta desigualdad respecto a los hombres, que teóricamente son fértiles toda la vida. Los ginecólogos pretenden compensar esta desigualdad con la técnica.
¿Las viejas tentaciones titánicas humanas se asocian, hoy, a lógicas mercantilistas a gran escala?
Exactamente. Hay una convergencia y muy pocos políticos se dan cuenta de ello. Entre estos, los únicos que entienden lo que digo y ofrecen un poco de resistencia son los católicos. Personalmente, esto me aflige. Soy un hombre de izquierdas y me expongo a las burlas de mis amigos cuanto digo esto. Ni siquiera quiero hablar de ello.
Entre los pensadores que usted cita también hay muchos cristianos, como Ivan Illich o Jacques Ellul.
A este propósito, me digo a mí mismo que no se puede huir de la propia cultura. No he recibido ningún tipo de educación religiosa, pero pertenezco a la cultura judeocristiana, sin ser directamente judeocristiano.
Además, constato que las grandes religiones no han concebido por casualidad ciertas propuestas comunes por el bien de la humanidad. Este es el modo para conseguir vivir en sociedad, si bien históricamente tal vez hubo en ello algo de oportunismo.
Autor: Daniele Zappalà