La violencia somete a los pueblos a una guerra civil no declarada. Mientras sus países son explotados impunemente por las transnacionales.
Centroamérica y el Caribe tienen una tasa de homicidios de 33,3 por cada 100.000 habitantes. En Europa, esa cifra es de 3,5.
En Centroamérica, uno de cada 50 hombres mayores de 20 años morirá antes de alcanzar los 31 años. Estos son algunos de los datos recogidos en el primer Estudio Global sobre el Homicidio presentado el pasado jueves por la Oficina de la ONU contra la Droga y el Delito. Las cifras de muertos superan a las registradas durante las guerras civiles que asolaron la zona en los años ochenta.
La región, explica el informe, está "cerca de un punto de crisis". Allí se han asentado los carteles del narcotráfico, combatidos en Colombia y México. Las maras, las temibles pandillas juveniles, campan sin control. La criminalidad lastra las economías regionales: según el Banco Interamericano de Desarrollo, los países centroamericanos asumen unas pérdidas de 6.500 millones de dólares a causa de la violencia, casi un 8% de su producto interior bruto (PIB). En junio, los vecinos centroamericanos presentaron una estrategia conjunta de seguridad que obtuvo el apoyo de 60 naciones y compromisos de ayuda económica por 2.000 millones de dólares.
EL SALVADOR
Tantos homicidios como en la guerra civil
Doce personas, en su mayoría jóvenes, son asesinadas diariamente en El Salvador, en una vorágine de violencia sin freno que casi iguala la registrada en la guerra civil (1980-1992). Según cifras oficiales, en los últimos 19 años se han cometido 74.000 homicidios. Durante los 12 años del conflicto armado, hubo 75.000 muertos.
El Salvador tiene una tasa de 69 homicidios por cada 100.000 habitantes, siete veces lo que la Organización Mundial de la Salud reconoce como epidemia.
Las pandillas, o maras, controlan territorios que el Estado les disputa, palmo a palmo, con unidades de Ejército y policía. Y tienen cada vez más nexos con los carteles del narcotráfico. Ha reaparecido el secuestro. Las desapariciones son también frecuentes, como el asesinato ante el impago de "rentas o impuestos" -extorsiones- que las maras imponen a pequeños negocios y a autobuses públicos, o los ajustes de cuentas y la eliminación de testigos en juicios contra "mareros".
Desde 2006 hasta la fecha se han encontrado 513 cadáveres en cementerios clandestinos, especialmente en los municipios aledaños a la capital, San Salvador, verdaderas zonas de la nueva guerra. "Un 95% de los cuerpos son de menores de 17 años y un 85% pertenece a mujeres", explica Israel Ticas, el único criminalista forense, conocido como el "desenterrador de muertos".
El Salvador gasta cerca del 10,8% de su PIB en seguridad, más de 2.100 millones de dólares anuales, señala un informe de la Agencia de EE UU para el Desarrollo Internacional (USAID). Las empresas establecidas en El Salvador destinan el 7,7% de su presupuesto para protegerse. Hay 21.140 vigilantes privados. La policía ronda los 16.000 miembros; un número parecido tiene también el Ejército. J. J. DALTON
GUATEMALA
La muerte en la puerta de casa
Con una media de 16 o 17 asesinatos diarios, la inseguridad es la principal preocupación de los guatemaltecos. La debilidad del Estado favorece tanto la consolidación de las maras y el asentamiento de las cúpulas del narcotráfico mexicano y colombiano.
"El Estado carece de políticas e instituciones adecuadas", dice Lorena Escobar, experta en seguridad de la Asociación de Investigación y Estudios Sociales. Esto convierte a Guatemala en una excelente "estación de servicio" para el narcotráfico. La falta de controles permite que este país brinde a esas mafias una infraestructura impecable para el tráfico de droga, armas y el blanqueo de dinero. Estar a medio camino entre los países productores del Cono Sur y el gran mercado estadounidense convierte a Guatemala, y a la región, en paso obligado para los cargamentos de cocaína.
La respuesta, subraya Escobar, "tiene que ser regional, como multinacional es la agresión de las mafias de narcotraficantes". No es una tarea fácil. El coronel Mario Mérida, exjefe de Inteligencia Militar, señala la debilidad institucional centroamericana y la necesidad de profesionalizar a los cuadros que vayan a combatir a estas mafias, sin perder de vista la tremenda asimetría que existe entre estos depauperados países y la riqueza del crimen organizado.
Un aspecto poco conocido, pero no por ello menos dramático, es el costo social de la violencia. La atención a las víctimas de la violencia consume el 60% del presupuesto hospitalario.- J. ELÍAS
NICARAGUA
La realidad empaña el discurso oficial
Los asesinatos de un estudiante de ingeniería y un sacerdote han consternado a Nicaragua, cuya población cuestiona el lema que repiten como letanía las autoridades: que este es el país más seguro de Centroamérica.
Las estadísticas oficiales muestran un incremento alarmante de la violencia. Los delitos contra las personas (robos con intimidación, violaciones y homicidios) sumaron 68.447 casos en 2010, triplicando la cifra registrada en 2000 (26.645 delitos). La tasa de homicidios (785 el año pasado) es de 13 por cada 100.000 habitantes. Una cifra baja en comparación con los vecinos, pero que no deja de alarmar. El asesinato de Evans Omar Ponce, un estudiante apuñalado por menores en plena zona comercial de Managua por negarse a entregar su móvil, ha movilizado a la comunidad universitaria, que exige que se endurezca el Código de la Niñez y la Adolescencia.
Los asaltos y secuestros centran las conversaciones. "La violencia general es elevada. Los robos con intimidación han aumentado", dice Roberto Orozco, del Instituto de Estudios Estratégicos. En Nicaragua hay 385.000 armas en las calles. C. SALINAS
COSTA RICA
Un oasis cercado por la violencia
El miedo a los crímenes cunde en el país menos problemático de Centroamérica, que se vende como "el más feliz del mundo". Su tasa de homicidios es 11 por cada 100.000 habitantes, un octavo de la de Honduras y la sexta parte de la salvadoreña, pero el temor tampoco es infundado. Hace 10 años, la cantidad de asesinatos era un tercio de lo que es ahora. Los vehículos se blindan y los comercios se llenen de cámaras y guardias armados.
La percepción es que todo viene de fuera de las fronteras. "El cambio ha sido brutal. Vivimos en medio de la región más violenta del mundo, en sociedades posconflicto llenas de gente adiestrada en el manejo de armas. Costa Rica está en medio de una mezcla explosiva", explica Mario Zamora, ministro de Seguridad. Zamora confía en la calidad institucional de Costa Rica. "Somos el país de América Latina con más jueces per cápita y con cuerpos policiales que se controlan entre sí". Ese optimismo no le impide al ministro reconocer "riesgos", como la penetración del narcotráfico en las instituciones. Además, el país es más que un corredor para la droga. "Aquí hay un mercado con capacidad de pago. Ya somos un destino final". A. MURILLO