El 11 de octubre de 1962, con el ingreso solemne de los padres conciliares en la basílica de San Pedro, se inauguró el concilio Vaticano II. Aquella noche, más de cien mil personas se congregaron en la plaza San Pedro. Mons. Capovilla invitó al Papa a mirar a través de las cortinas. El Pontífice se asomó y quedó sobrecogido. «Abre la ventana, daré la bendición, pero no hablaré», le dijo a su secretario. Los reflectores de la plaza estaban apagados porque no se preveía ninguna celebración, pero el gran murmullo y las luces de las velas y de las antorchas que se levantaron al aparecer el Juan XXIII indicaban la presencia de una gran multitud. Entonces Juan XXIII, iluminado por la luz del pueblo de Dios y bajo una espléndida luna de octubre, improvisó un memorable discurso. El 3 de junio de 1963, hace 50 años, murió sin ver concluido el Concilio, «la puesta al día de la Iglesia» como él mismo decía.
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