El drama de migrar ‘al Norte’

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Los que deciden perseguir ilegalmente el ‘sueño americano’ viajan por una zona minada de secuestros, torturas, asesinatos y violaciones… Los que desaparecen ahora son buscados desesperadamente por sus madres, aunque no todos quieren volver

El domingo cuatro de noviembre del 2012 cuando Guadalupe Rivas regresó de México de buscar a su hijo Álvaro, sus cinco nietos no la dejaron ni llegar a su casa. Salieron a encontrarla y mientras la abrazaban y besaban –después de casi un mes de no verla– le hicieron las preguntas más difíciles que le han hecho a esta mujer en sus 63 años de vida.

—¿Mi papá está vivo verdad? ¿Cuándo viene? ¿Cómo es? ¿Está bien?—. Los cinco hijos que Álvaro le dejó hace nueve años cuando partió de su natal Chinandega buscando mejor vida en Estados Unidos.

El pequeño Aníbal la increpó: “Decí la verdad ¿lo encontraste o no lo encontraste?”. Esa tarde llorando, también, mientras distribuía abrazos entre los cinco, la abuela les mintió por primera vez.

—No hijos, no lo encontré pero allá en México lo van a buscar y en cuanto lo encuentren nos va a mandar riales y nos va a venir a ver.

 —Desde que se fue no supe nada de él —dice—. Para serle sincera yo pensé lo peor, que lo habían secuestrado, que había muerto, pero como los niños siempre preguntaban por él y el más chiquito, siempre decía que quería conocer a su padre, yo me dije un día ¿y si está vivo? Y así fue cuando me metí a esto de las madres de migrantes.

La primera vez que Guadalupe buscó a su hijo por México fue en el 2011 cuando el Servicio Jesuita para Migrantes (SJM) coordinó el viaje de cuatro madres nicaragüenses, que se unieron a una caravana mucho más amplia de madres centroamericanas, que entonando canciones cristianas y portando pancartas, banderas y fotografías de sus vástagos le dieron bofetadas al Estado mexicano: “Devuélvannos a nuestros hijos, respeten sus derechos. Acaben ya con la impunidad”, decían las consignas de aquellas 32 mujeres centroamericanas y pobres.

“Si detienen al migrante y lo quieren deportar ya respeten sus derechos déjenlos del maltratar” cantaban las madres a su paso por México.

¿Por qué desaparecen los migrantes?

José Luis González es un sacerdote jesuita que vino a Centroamérica de España hace más de 20 años a trabajar con los marginados. Primero con los guatemaltecos expulsados de la guerra civil y después con el gran negocio del crimen organizado en México: los migrantes. Chiapas, una zona –como tantas otras de México– donde los migrantes centroamericanos viven el horror. Secuestros, torturas, asesinatos, violaciones…

González fue uno de los promotores en Nicaragua a través del Servicio Jesuita para Migrantes, de la caravana de madres de migrantes, que comienza por México su tercera travesía. Ocho mujeres nicaragüenses, mayores, pobres, comienzan por México un recorrido de 4.000 kilómetros por 15 Estados.

—El perfil del migrante que desaparece es muy variado —. En las desapariciones hay causas criminales, lo primero es el fenómeno de la trata, las desapariciones tiene que ver con los zetas, las maras y los asaltos que ocurren en la ruta migratoria, no solo por grupos delictivos criminales sino por autoridades de las diferentes policías y cuerpos de seguridad.

Cuenta que en la Casa del Migrante de Arriaga (Chiapas), el porcentaje de migrantes que decían haber sido asaltados antes de llegar a ese punto era de más del 70%. “hay cientos de testimonios desgarradores que confirman que los migrantes son víctimas no sólo de grupos delincuenciales, sino también de miembros del Estado (mexicano) convertidos en delincuentes”.

En México se desconoce la cifra de migrantes víctimas de secuestros. De septiembre de 2008 a febrero de 2009 —no hay datos recientes—la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH) documentó que 9. 758 migrantes fueron secuestrados, sin embargo, el mismo estudio aclaraba que “el secuestro de migrantes es una práctica de mayores dimensiones… (Y que) existe una cifra negra superior”.

José Luis Rocha es uno de los sociólogos centroamericanos que más ha estudiado el tema de los migrantes. “Son dinero fácil, un migrante secuestrado equivale a varios miles de dólares que pagarán sus familiares para su rescate. Si no tienen a quien cobrarle, a las mujeres las esclavizan sexualmente en prostíbulos y a los hombres los ocupan de sicarios”, dice.

Según la CNDH los 9.758 migrantes secuestrados en apenas cinco meses –, representaron 25 millones de dólares para los secuestradores. Los migrantes son un gran negocio porque aun siendo víctimas de delitos, nunca pondrán una denuncia. “Primero porque no sienten confianza ante las autoridades y segundo porque es un indocumentado queriendo llegar a Estados Unidos y lo menos que quieren es que lo deporten” dice Rocha.

“Sí fue posible registrar con precisión el caso de 157 mujeres secuestradas, cuatro de ellas en estado de embarazo; dos fueron asesinadas por los plagiarios, otras mujeres fueron violadas y una fue obligada a permanecer con sus captores como “mujer” del cabecilla de la banda”, dice el informe de la CNDH sobre los migrantes secuestrados.

La travesía de la caravana

Pedro Vallejos tiene nombre de cantante de rancheras, pero no canta. Lo suyo ahora es fabricar muebles, pero antes —mucho antes de que el tren le volara una pierna— era especialista en pasar desapercibido para grupos delincuenciales en México que secuestran migrantes. Sus cinco deportaciones (4 de México y 1 de Estados Unidos) lo confirman.

“Nunca hay que cargar papeles con número de celular porque si no, te secuestran llaman a ese número y exigen riales, ellos no le creen a uno cuando le decimos que no llevamos riales y que nuestra familias son pobres”, aconseja Vallejos, habitante de Chinandega, que según estadísticas del SJM ha expulsado al 30% de su población.

Es precisamente de Chinandega, de donde son las madres que reportan a sus hijos como desaparecidos. Según el padre González, al SJM 93 mujeres han llegado buscando ayuda para encontrar a sus vástagos.

Las desapariciones de migrantes no sólo tienen que ver con secuestros. Según González, hay migrantes que caen presos y no tienen como avisar a sus familias en Nicaragua.

—Cuando se hacen las caravanas —cuenta González—se visitan cárceles y siempre hay nicaragüenses detenidos que nos dicen: “avisen a mi familia porque llevo aquí 4 o 5 años y no he podido avisarles”. Eso pasa porque no les dejan llamar, no tienen dinero para hacerlo o porque los números han cambiado en Nicaragua.

Pero también influye el fracaso —continua el religioso—. “Hay migrantes que caen del tren y son mutilados y deciden no volver para no ser carga de su familia, otros que no vuelven son los que caen en las drogas y el alcoholismo y se pasan el tiempo deambulando en calles y parques. Y hay otros, también hay que decirlo, que auto desaparecen, huyendo de deudas, de persecuciones o de responsabilidades familiares… Como el hijo de doña Lupe.

Guadalupe Hace de todo para mantener a sus cinco nietos. —Ese día que les mentí yo no encontré palabras para decirles la verdad. Yo encontré a mi hijo pero él no se quiere hacer responsable de la manutención de sus hijos.

Esta mujer encontró a su hijo en México, fue ubicado en Chiapas. Hasta una casa sencilla llegó a buscarlo Guadalupe armada de una foto.

Según Guadalupe, un joven que estaba en la casa salió vio la foto y : “ Es de él (Álvaro) la foto. Él es señora, lo que pasa que no quiere responder”, le dijo viéndole el rostro a la madre nicaragüense.

“Mire, si no fuera por esos niños yo no lo busco, pero yo ya estoy vieja, no sé qué vaya a pasar conmigo y esos niños no pueden quedar desamparados”, dice Guadalupe.

Antes de regresar a Nicaragua de la caravana del 2012, Guadalupe entabló una demanda en contra de su hijo por abandono de menores en Chiapas.

La búsqueda continúa

Doña Silvia Ortiz es la única de las cuatro de la primera caravana que repite en el 2013 y que mañana ingresa a México. María Eugenia Barrera que hace dos años buscaba a su hija Clementina ha encontrado nuevas pistas pero en Costa Rica y emprendió su viaje pero al sur.

Reyna Escalante, que vende carne asada en su casa del barrio Alejandro Dávila Bolaños de Chinandega, es la más feliz de todas las madres de la primera caravana: en marzo pasado localizó a su hija Irene, que ahora trabaja en una guardería de Chiapas.

Las madres que van en la caravana no buscan un por qué. Con una pista se conforman. Todas quieren tener la suerte de Reyna.

Autor: Ismael López ( *Extracto)