Las guerras no se deben a problemas étnicos, religiosos o políticos, ni a diferencias fronterizas, sino a la economía. La tesis no procede de ningún manual marxista. Todo lo contrario: es el Banco Mundial el que ha llegado a esa conclusión tras analizar los conflictos que han tenido lugar en el mundo en las últimas cuatro décadas. El estudio ha sido publicado bajo el título Breaking the conflict trap: Civil War and Development Policy (Rompiendo la trampa del conflicto: Guerra Civil y Política de Desarrollo).Los “empresarios de la guerra” no sólo obtienen beneficios directamente de los combates, sino de la creación de zonas económicas bajo su jurisdicción.
Por Pablo Pardo
Un informe del Banco Mundial afirma que un país de ingresos medios-bajos tiene cuatro veces más probabilidades de sufrir un conflicto civil armado que un país rico.
Las guerras no se deben a problemas étnicos, religiosos o políticos, ni a diferencias fronterizas, sino a la economía. La tesis no procede de ningún manual marxista. Todo lo contrario: es el Banco Mundial el que ha llegado a esa conclusión tras analizar los conflictos que han tenido lugar en el mundo en las últimas cuatro décadas. El estudio ha sido publicado bajo el título Breaking the conflict trap: Civil War and Development Policy (Rompiendo la trampa del conflicto: Guerra Civil y Política de Desarrollo).
Los resultados del informe son rotundos. Un país de ingresos medios-bajos tiene cuatro veces más probabilidades de sufrir una guerra civil que un país rico. En un país muy pobre las posibilidades de conflicto son 15 veces mayores.
El estudio –supervisado por el economista jefe del Banco, Nick Stern- define “un cóctel mortal” para la estabilidad de los países: “Declive económico, dependencia de la exportación de una materia prima, bajos ingresos per cápita y distribución desigual de la renta”.
El Banco Mundial analiza las guerras civiles porque desde la II Guerra Mundial apenas ha habido conflictos entre dos o más países. De las 72 guerras que hoy se libran en el mundo, sólo dos –Irak y Afganistán- son o han sido entre dos o más estados. Los conflictos civiles, además, tienden a ser guerras totales: no hay reglas, sólo acaban con la rendición incondicional de una de las partes y toda la sociedad se ve afectada. Por ello, sus consecuencias humanitarias y económicas son mucho mayores.
Un ejemplo perfecto de esas diferencias son las guerras entre Eritrea y Etiopía. En la década de los 90, ambos países mantuvieron una guerra fronteriza que duró dos años y terminó con un acuerdo de paz forzado por la presión internacional. Pero, anteriormente, estuvo la guerra civil por la independencia de Eritrea, integrada dentro de Etiopía. Ese conflicto duró tres décadas, provocó la intervención de Cuba y la URSS, y en él ambas partes –el Gobierno etíope y los insurgentes eritreos- utilizaron el hambre como arma para conquistar territorios. Esa guerra sólo terminó cuando en 1991 Etiopía accedió a dar la independencia de Eritrea.
La tesis del Banco Mundial es que las diferencias étnicas, religiosas o ideológicas, al igual que las disputas fronterizas, pueden existir durante décadas sin generar conflictos. El catalizador que convierte un país en un campo de batalla es casi siempre económico.
Los empresarios
La clave está en el estancamiento o el declive en las condiciones de vida. A mayor crecimiento de la renta per cápita, menor riesgo de guerra. Y viceversa. Eso, a su vez, implica que no es suficiente con que la economía de los países pobres crezca. Es necesario que la riqueza se distribuya por toda la población.
Si eso no sucede, se crean las condiciones para que aparezca lo que el Banco Mundial llama “empresarios de la guerra”: grupos sociales que tienen incentivo económico para recurrir a la violencia organizada. Cuando se da ese fenómeno, el país está prácticamente sentenciado. Los “empresarios de la guerra” -término equivalente al de señores de la guerra- no sólo obtienen beneficios directamente de los combates, sino de la creación de zonas económicas bajo su jurisdicción.
En esas zonas, cobran impuestos y coordinan la actividad económica, que suele especializarse en actividades ilegales muy rentables, como producción de drogas o tráfico de seres humanos. Rápidamente estos empresarios crean redes de intereses con otros grupos y empiezan a trabajar de forma coordinada. El ejemplo de los rebeldes de Liberia y Sierra Leona o de los países de Afganistán y Pakistán revela cómo rápidamente la guerra se convierte en un negocio que no conoce fronteras. Revertir esa situación es, según el Banco Mundial, una tarea prácticamente imposible, salvo que se creen incentivos para que la paz resulte más rentable que la guerra.
En algunos casos, el informe llega a conclusiones sorprendentes. Por ejemplo, rechaza de plano que la etnia, la raza o la religión jueguen un papel significativo en las guerras: “Una sociedad es más segura si está formada por numerosos grupos étnicos y religiosos que si es homogénea”.
Pero las posibilidades de que una sociedad multiétnica experimente una guerra civil se disparan cuando se descubre petróleo. En países pobres como Nigeria, Angola, Congo e Indonesia, las demandas secesionistas de los territorios ricos en petróleo se han resuelto a tiro limpio