El FONDO MONETARIO INTERNACIONAL (FMI) y el BANCO MUNDIAL (BM) al SERVICIO del IMPERIALISMO TRANSNACIONAL

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El Banco Mundial y el FMI reunidos en Dubai ha hecho un llamamiento a los países del Tercer Mundo a garantizar el acceso a los servicios básicos -salud, educación, agua -, advirtiendo del peligro que representa que millones en el mundo carecen de estos servicios…´Mil millones de personas en el mundo carecen de acceso a agua, y 2.500 millones no tienen acceso a salud´, precisa el BM, advirtiendo que ´no habrá avances en el bienestar de los seres humanos si los pobres no tienen acceso a estos servicios básicos´. El documento reconoce lo que ya todos sabemos. Hay algo evidente, el Hambre es un problema político. Las políticas del BM y del FMI para impulsar el crecimiento económico no implican una distribución justa de la riqueza, por lo que ni siquiera van a aliviar en realidad la situación de los pobres cuya miseria seguirá aumentando…Pero veamos que hay debajo de esta piel de cordero:… Joseph Stiglitz, quien fue premio Nobel de economía en el año 2001 y vicepresidente y economista en jefe del Banco Mundial entre 1997 y 2000, y que abandonó el Banco Mundial por sus desacuerdos con esta institución y con el FMI, afirmó en una entrevista (publicada en el semanario The Observer) que el Banco Mundial, el FMI y la OMC actuan conjuntamente siguiendo siempre, para cada país, el mismo programa en cuatro pasos… Un español Rodrigo Rato llega a la dirección de este organismo al servicio, como demuestran los hechos, del imperialismo transnacional…

El Banco Mundial y el FMI reunidos en Dubai ha hecho un llamamiento a los países del Tercer Mundo a garantizar el acceso a los servicios básicos -salud, educación, agua -, advirtiendo del peligro que representa que millones en el mundo carecen de estos servicios.

«Estas carencias de servicios básicos son quizá menos espectaculares que las crisis financieras, pero sus efectos son persistentes y profundos», destacó el presidente del BM, James Wolfensohn, en el informe sobre el desarrollo mundial 2004, publicado en Dubai.

«Mil millones de personas en el mundo carecen de acceso a agua, y 2.500 millones no tienen acceso a salud», precisa el BM, advirtiendo que «no habrá avances en el bienestar de los seres humanos si los pobres no tienen acceso a estos servicios básicos». El documento reconoce lo que ya todos sabemos. Hay algo evidente, el Hambre es un problema político.
Las políticas del BM y del FMI para impulsar el crecimiento económico no implican una distribución justa de la riqueza, por lo que ni siquiera van a aliviar en realidad la situación de los pobres cuya miseria seguirá aumentando.
Además, el informe no describe el papel histórico del Banco Mundial en la reforma y privatización de los servicios, ni el impacto de esas políticas en los empobrecidos,
Pero veamos que hay debajo de esta piel de cordero:
El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Internacional para la Reconstrucción y el Desarrollo (BIRD) tienen su origen en la conferencia internacional de Bretton Woods, celebrada en 1944, aunque fueron fundados oficialmente el 24 de diciembre de 1945. En 1960 se creó la Asociación Internacional de Desarrollo (AID), destinada a otorgar créditos blandos a los países que no podían acceder a los préstamos del BIRD. El Banco Mundial (BM) está formado por el BIRD y la AID. Además, cuenta con dos filiales: la Corporación Financiera Internacional, que presta dinero a empresas privadas de los países que reciben créditos del BM, y la Agencia Multilateral de Garantía de Inversión (AMGI), que fomenta la inversión extranjera en los países del Sur.

En un principio, el BM tuvo como objetivo conceder créditos a las naciones europeas para su reconstrucción en la posguerra, pero en 1948 comenzó a prestar dinero a países del Sur -muchos de ellos, colonias por aquel entonces de las potencias europeas- para «contribuir a su desarrollo». Por su parte, el FMI se encargaría de velar por la estabilidad del sistema financiero internacional, evitando las políticas de devaluaciones competitivas y de barreras arancelarias que habían sido muy perjudiciales para la economía internacional entre los años 1929 y 1939.

El BM es propiedad de todos sus países miembros, que deben serlo también del FMI. Cuando se incorporan, garantizan una suscripción de capital que depende de la riqueza de cada uno. Ello determina el número de votos de cada Estado. Así, por ejemplo, Estados Unidos controla más del 17% de los votos, mientras que, juntos, 45 países africanos sólo controlan el 4%. La distribución de votos en el FMI sigue la misma dinámica: el G-7 (grupo que engloba a los siete países más industrializados del mundo) y los países de la Unión Europea disponen del 56% de los votos en la junta ejecutiva, cuando sólo representan al 14% de la población mundial. Las decisiones de ambas instituciones están de esta forma determinadas por los intereses de las grandes potencias.

Por su parte, el FMI ha venido centrando sus esfuerzos desde agosto de 1982 (cuando estalló la crisis de la deuda), en propiciar que los países endeudados paguen sus deudas a los grandes bancos comerciales –que comenzaron a participar en la financiación de los países empobrecidos en la década de los 70– a través de pequeños préstamos destinados a hacer frente a los intereses de la deuda. Pero, al igual que el BM, el FMI exige a los países receptores de los préstamos estrictas reformas estructurales, derivadas de uno de los principales ejes en los que se basa su política: la consecución del equilibrio de las balanzas de pagos, es decir, de los flujos financieros entrantes y salientes.

Pero el FMI y el BM no sólo obvian la salud del tejido social de los países del Sur. Los efectos de sus políticas son, en demasiadas ocasiones, devastadores para el medio ambiente de éstos. El ejemplo de Indonesia es, en este sentido, muy significativo. En la década de los 90, el FMI promovió las exportaciones de aceite de palma, obligando al país a levantar las restricciones a la inversión extranjera en el sector, dentro de su estrategia para reflotar la economía indonesia. Efectivamente, las exportaciones de este producto se duplicaron entre 1991 y 1997, pero, como contrapartida, los biológicamente ricos bosques tropicales de Indonesia registraron un serio proceso de destrucción: los graves incendios que han sufrido en los últimos años no han sido accidentales, sino que en muchos casos han sido provocados con el propósito de despejar terrenos forestales para dedicarlos al cultivo de la palma. Otro de los efectos de las políticas de las instituciones de Bretton Woods ha sido la reducción de las partidas destinadas por los Gobiernos a la protección del medio ambiente. Así, en los últimos años Brasil ha recortado en dos tercios su presupuesto en esta materia, uno de cuyos principales programas estaba dirigido a proteger el bosque amazónico, afectado gravemente por la deforestación como consecuencia de la acción de los ganaderos, madereros, agricultores y mineros.

Las políticas de «ayuda» del BM (a través de sus agencias como la International Finance Corporation y la Multilateral Investment Guarantee Agency) y del FMI están impulsando abiertamente la privatización de los servicios de agua en los países empobrecidos (creando monopolios y oligopolio como los de la luz y teléfono) al incluirlo siempre entre las condiciones para sus prestamos. El BM establece que las instituciones gubernamentales internacionales sólo pueden proporcionar el 5% de los recursos necesarios.
Con el argumento de que aumentar el precio del agua impulsará su ahorro se he establecido la «recuperación integral de costes» (RIC) derivados de las inversiones en agua. Este principio, defendido también en la Directiva Marco de la UE tiene un doble filo, ya que impide el uso de fondos públicos y provoca un aumento salvaje de las tarifas. Sin embargo, mientras en EEUU y en la UE las infraestructuras del agua se han financiado tradicionalmente con fondos públicos y se mantienen aún elevados porcentajes (10% en USA, inversiones para el PHN en España) y tarifas asequibles, en los países empobrecidos se impone a rajatabla y exige además un margen de beneficio para las compañías privadas.
Uno de los últimos programas del FMI y el BM es la llamada Iniciativa para los Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC, de acuerdo con sus siglas en inglés), cuyo objetivo oficial es reducir la deuda de estos países a un nivel sostenible, así como proporcionar recursos que contribuyan a su desarrollo económico y social. Sobre el papel, la HIPC constituía, por primera vez en muchos años, una esperanza para los países empobrecidos, ya que proponía un marco de trabajo integrador y un acuerdo que implicaría a acreedores multilaterales. Recordemos como la rebeldía de algunos gobiernos como México, Peru , Cuba, Argentina, respecto a la deuda externa impagable, fue acallada en ese momento por el Banco Mundial y el FMI, los mismos que hoy tratan de presentarse como los campeones del desarrollo humano y sostenible. Hoy esas mismas instituciones financieras internacionales ofrecen con «buenas intenciones» iniciativas como el HIPC para que nos puedan «aliviar» la carga de la deuda externa que ellos mismo se han encargado de imponernos, no sin antes condicionar dicho alivio.

Los Planes de Ajuste Estructural, no son más que fuertes directrices económicas impuestas por el BM y el FMI que los países endeudados se ven forzados a aceptar: aumento de las exportaciones y disminución de las importaciones, recorte de gastos sociales, abolición de medidas económicas proteccionistas (lo cual favorece claramente a las grandes multinacionales de los países acreedores)… Estas «recetas económicas» no dejan de ser una forma encubierta de asegurarse la dependencia económica de los países endeudados y, en definitiva, una nueva forma de colonialismo.

Pero esta esperanza se ha visto frustrada, una vez más, por su puesta en práctica, a causa de las duras condiciones económicas fijadas por estas instituciones para empezar a negociar y por lo mucho que se dilatan los plazos entre la negociación de la deuda y su condonación efectiva. Otro de los problemas que plantea la HIPC es que mide la capacidad de pago de cada país en función de la tasa deuda-exportación, cuando esta variable debería depender del peso que la deuda tiene en los presupuestos de cada Estado y, más concretamente, en el dinero que se aparta de las iniciativas públicas dirigidas a reducir la pobreza. Más de la mitad de la población de los países altamente endeudados sobrevive con menos de un dólar diario; uno de cada seis niños y niñas muere antes de cumplir los cinco años por enfermedades relacionadas con la pobreza, y los niveles de escolarización son mínimos. Pretender que sus gobiernos empleen más dinero en pagar la deuda que en atender a las necesidades básicas de educación y salud es intolerable y contradice los objetivos de la HIPC.
Zambia es uno de los países incluidos en la iniciativa. En los tres años posteriores al alivio de la deuda propiciado por la HIPC, empleará el 40% de los ingresos del Estado en pagar la deuda. Más de la mitad de su población vive por debajo del umbral de la pobreza, la proporción de niños y niñas afectados por HAMBRE crónica ha aumentado en los 90 del 39% al 53% y tiene uno de los niveles de SIDA más altos del mundo. En Senegal, también incluido en la HIPC, el Gobierno tendrá que destinar al pago de la deuda una cantidad que equivale al doble de la partida destinada a educación primaria y sanidad, lo cual pondrá en peligro su propósito de aplicar ambiciosas reformas en estos dos campos para beneficio de su población.

Vemos pues que el compromiso del FMI y del BM con la reducción real de la pobreza sigue siendo una falacia.
Según el propio FMI «las tareas del FMI y del Banco Mundial son complementarias».


LOS CUATRO PASOS QUE SIGUEN EL FMI Y EL BM SEGÚN JOSEPH STIGLITZ

Joseph Stiglitz, quien fue premio Nobel de economía en el año 2001 y vicepresidente y economista en jefe del Banco Mundial entre 1997 y 2000, y que abandonó el Banco Mundial por sus desacuerdos con esta institución y con el FMI, afirmó en una entrevista (publicada en el semanario The Observer) que el Banco Mundial, el FMI y la OMC actuan conjuntamente siguiendo siempre, para cada país, el mismo programa en cuatro pasos:

  1. La Privatización – lo cual Stiglitz dice que se puede llamar con más precisión, «la sobornización». En lugar de oponerse a la venta de industrias estatales […] los líderes nacionales —usando como excusa «las exigencias del FMI»— liquidan alegremente sus empresas de electricidad y de agua. «Podías ver cómo se les abrían los ojos» ante la posibilidad de una «comisión» del 10%, pagada en cuentas suizas, por el simple hecho de haber bajado «unos cuantos miles de millones» el precio de venta de los bienes nacionales.
  2. «La Liberalización del Mercado de Capitales». En teoría, la desregulación del mercados de capitales permite que la inversión de capital entre y salga. Desafortunadamente, como pasó en Indonesia y Brasil, el dinero simplemente salió y salió. Stiglitz llama a esto el ciclo de «Dinero Caliente». Dinero en efectivo entra especulando con bienes raíces y moneda local y se escapa ante los primeros problemas (capitales golondrina). Las reservas de una nación pueden ser vaciadas en cuestión de días u horas. Y cuando esto pasa, el FMI insiste en que estas naciones suban sus tasas de interés al 30%, 50% y 80% para seducir a los especuladores y que regresen con los fondos de la nación.
  3. «Precios regulados por el Mercado», un término sofisticado para subir los precios de la comida, el agua y el gas de cocina. Predeciblemente esto da lugar a un Paso Tres-y-Medio: lo que Stiglitz llama los «Disturbios del FMI».
    Los disturbios del FMI son dolorosamente predecibles. Cuando una nación está «caída y en desgracia, [el FMI] se aprovecha y le exprime hasta la última gota de sangre. Incrementa el calor hasta que, finalmente, la olla entera explota», como cuando el FMI eliminó los subsidios a la comida y combustibles para los pobres de Indonesia en 1998. Indonesia estalló en disturbios. Pero hay otros ejemplos —los disturbios bolivianos por los precios de agua el año pasado y este febrero, los disturbios en Ecuador por los incrementos en los precios del gas natural impuestos por el Banco Mundial. Da la impresión de que el disturbio forma parte del plan.

  4. El Libre Comercio. Eso quiere decir el libre comercio según las reglas de la Organización Mundial de Comercio y del Banco Mundial. Stiglitz compara este libre comercio al estilo de la OMC con las Guerras del Opio. «Esas guerras fueron para la apertura de mercados», dijo. Como hicieron en el siglo XIX, los europeos y americanos todavía hoy están derrumbando las barreras a la importación en Asia, América Latina y Africa y, a la vez, están levantando barreras propias para proteger sus mercados internos contra la agricultura del tercer mundo. En las Guerras del Opio, Occidente utilizó bloqueos militares para forzar la apertura de mercados para su comercio ventajista. Hoy en día, el Banco Mundial puede ordenar un bloqueo financiero igualmente eficaz —y a veces igualmente mortal.