“Estamos viviendo una crisis moral de la política democrática. Existe una preocupación por el fortalecimiento del autoritarismo en las democracias de los países europeos” (informe Fundación FOESSA 2025). La RAE define autoritarismo como “el régimen o sistema político caracterizado por el exceso o abuso de autoridad”. También se refiere a “la cualidad o actitud de quien ejerce la autoridad sin admitir objeciones o de manera abusiva”.
Vivimos en una sociedad de democracias burguesas caracterizado por el poder de una minoría sobre una mayoría. Una “democracia” sin separación real de poderes, donde el poder judicial está condicionado por los partidos políticos, donde las decisiones políticas se dictan en lugares cada vez más alejados del ciudadano (el 80% en la UE)… Se aprueban leyes ideologizadas sin ningún tipo de diálogo ni consenso, que rompen la convivencia y alimentan las posiciones más extremas entre la supuesta izquierda y la derecha. Ambas ideologías servidoras del capitalismo, ya sea de estado o de mercado. Un capitalismo que degrada al hombre a la categoría de mercancía. José Luis Sampedro, célebre economista español, los explicaba de esta manera: “En la Rusia soviética un niño preguntaba a su abuelo ¿que es el capitalismo?, y le contestó, la explotación del hombre por el hombre, ¿y el comunismo?, justamente lo contrario”.
Ello también nos lo explica Hermann Sheipers, sacerdote que sufrió dos dictaduras totalitarias, la nacional-socialista y la comunista: “Mi vuelta a Alemania Occidental supuso una gran decepción… El capitalismo se infiltra en el pueblo sin el uso de la fuerza, con el poder de las finanzas y por ello son dictaduras. Las personas del mundo libre sucumben a la deshumanización que tiene su eficacia, igual que en aquellas dictaduras. Ahora observamos como se impone la eutanasia, el aborto y el hambre en el mundo. Unos cada vez más ricos y otros cada vez más explotados.” [1]

Cuando la idea se pone por encima de la realidad se convierte en ideología y eso es lo que estamos sufriendo. Las ideologías siempre enfrentan y dividen. Todas tienen como objetivo ir moldeando la conciencia y la existencia del individuo, convirtiéndonos en “masa”, y por lo tanto, aceptando pasivamente la inmoralidad y la injusticia, renunciando al discernimiento y la búsqueda de la verdad asociadamente. Nos convertimos en masa desde el momento en que renunciamos a pensar, a asumir nuestra responsabilidad política aceptando los abusos autoritarios haciéndonos cómplices. La indiferencia no es neutral, es peligrosa y así nos lo demuestra la historia, el genocidio judío ocurrió ante la indiferencia de nueve de cada diez europeos.
Es evidente que estamos lejos de una verdadera democracia pero debemos luchar por ella. Una democracia donde compartamos el destino y las angustias de los ciudadanos más castigados por las injusticias. Para ello, necesitamos testimonios políticos autogestionarios basados en el principio de que cada ser humano puede y debe ser protagonista de su vida personal y comunitaria. En una cultura autogestionaria no caben los autoritarismos, la persona humana es el centro (fin) y sujeto de la vida institucional. La política debe ser ante todo y sobre todo servicio al bien común. No estamos llamados a la “indiferencia” sino a algo más grande, a la libertad, y por tanto, a la responsabilidad en dejar un mundo más humano para las nuevas generaciones.
Carmelo Mármol
[1] Por el borde del precipicio. Hemann Sheipers. Ediciones Voz de los sin Voz.


