El GANDHI MUSULMAN: LA LUCHA NO VIOLENTA DE ABDUL GHAFFAR KHAN

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» Su porte era majestuoso, y su aspecto fuerte, erguido a pesar de los muchos años transcurridos en la cárcel; era reservado, sencillo, casi infantil»: así describe Eknath Easwaran al ya anciano Abdul Ghaffar Khan, de quien escribirá la biografía (Badshah Khan, el Gandhi musulmán, Sonda, Torino-Milano 1990), mientras éste baja de un vagón de tercera clase en la estación hindú de Wardha, para ir al ashram donde Gandhi había vivido.
Khan nació en 1889 en Utmanzai, un pueblo a cerca de 30 kilómetros de Peshawar, Pakistán, que era y sigue siendo la provincia de la Frontera del Noroeste (Nwfp): un territorio dominado por los clanes tribales y actualmente encrucijada de tráficos y presunto refugio de islamitas y «al qaedistas». Esta provincia está en las fronteras con China y la India, pero en aquellos tiempos Pakistán era todavía India. Habitada por los combativos pateen –los pastunes de Afganistán- la provincia estaba gobernada con mano de hierro por los ingleses, en un círculo vicioso de acciones violentas y reacciones.

LA ESCUELA LIBRE

Siendo aún muy joven Abdul Ghaffar Khan, hijo de terratenientes, conoció y siguió a un «religioso laico» que se dedicaba a abrir escuelas en los pueblos: era el primer reformador social de la zona. En 1913 acudió a Agra para una conferencia de musulmanes progresistas y allí encontró a líderes entregados a la promoción social, cultural y política de las poblaciones musulmanas de todo el subcontinente hindú. Tras su regreso a su tierra, se dedicó a abrir nuevamente las escuelas que habían sido cerradas por los ingleses, pero por poco tiempo, pues casi en seguida fue otra vez condenado a prisión por haber promovido la instrucción libre, transcurriendo tres años en una celda fría y sucia.

El impedimento para Khan no era sólo la represión inglesa, pues el mayor obstáculo lo suponía el culto de la venganza y de la violencia que imperaba en la sociedad tribal; y para poder vencer estas dificultades, se inspiró en Gandhi, escribiendo, entre otras cosas: «Cuando era joven tenía tendencias violentas; en is venas corría la sangre caliente de los pathan. De Gandhi aprendí todo sobre la no violencia». Más tarde, los ojos de uno de sus hijos apreciaron «el esplendor y la tragedia» de los pathan: «la combinación de un carácter violento con un físico robusto y un corazón blando es inconsistente para afrontar la vida, aunque sea ideal para la poesía».

En el curso de un viaje a la India para una reunión del Partido del Congreso en el verano de 1929, Khan se convenció de la necesidad urgente de luchar por la independencia, y, una vez en el Nwfp, decidió arrastrar a los pathan. Hacía falta un «ejército», pero no para realizar acciones violentas: «Un ejército de soldados desarmados, adiestrados y disciplinados, con oficiales, uniformes, banderas; un ejército de pathan desarmados. Sí, solo ellos, solo los pathan eran lo bastante temerarios como para intentarlo, intentar afrontar sin miedo al enemigo, por una causa justa, sin retroceder y sin atacar». Por lo demás, el mismo Gandhi sostenía que la no violencia se armoniza mejor con los impávidos.

UN EJÉRCITO NO VIOLENTO

Se comenzó «reclutando» a los jóvenes diplomáticos de las escuelas de Khan. Los pathan convertidos a la no violencia se llamaron Khudai khidmatgar, Siervos de Dios, y fueron –escribe Easwaran- «el primer ejército no violento profesional de la historia». Prometían dedicar por lo menos dos horas al día a una causa social, abstenerse de la violencia, conducir una vida sencilla y evitar el mal y la pereza.

El «ejército» contaba con una red de comités, los jirga, organizados como consejos tribales y en los que las mujeres tenían un papel muy importante, como la hermana de Khan, que se dedicó a la emancipación de las mismas. Los pathan recorrían los pueblos abriendo escuelas, sosteniendo proyectos de trabajo y organizando asambleas públicas.

Las suras del Corán exhortaban repetidamente a la sabr, la lucha por la verdad (que equivalía al sathyagraha gandhiano), la tenacidad y la austeridad; y la famosa yihad, la guerra santa, venía considerada como la lucha entre el bien y el mal que todo ser humano debería combatir en su propio corazón.

El 31 de diciembre de 1929 los delegados del Congreso hindú decidieron declara la independencia y desarrollaron campañas de resistencia pasiva y desobediencia civil. Poco después, con la marcha de la sal, la tempestad de la resistencia se abatió sobre la India. La represión fue despiadada, sobre todo en la provincia de la Frontera Noroeste. Pero los «desarmados» no respondieron a las violencias; el movimiento siguió creciendo no obstante la represión y obtuvo concesiones para los pathan.

En el verano de 1930 los khudai eran ya ochenta mil, entre hombres y mujeres. Khan permanecía encarcelado casi siempre, pero los khudai habían aprendido que la no violencia funcionaba. También se enfrentaban a Khan los ricos jefes de los pueblos, que veían peligrar sus intereses a causa de un hombre que había abandonado sus bienes y que se vestía con simples telas, que había dejado de comer carne y hasta de beber té.

Entretanto, la política inglesa de divide et impera consiguió poner en contra a hindúes y musulmanes, tras siglos de convivencia. La Liga musulmana y el Congreso se convirtieron en enemigos políticos; la primera prefería un status de dominio dentro del imperio británico; el segundo, la independencia. En este momento los khudai kidmatgar de Khan fueron la única organización musulmana que se opuso al dominio inglés.

A fines de los años 30, cuando la independencia parecía ya inminente, la Liga musulmana solicitó un territorio nacional confesional independiente. Khan y los suyos rechazaron esta propuesta, sosteniendo que la convivencia era todavía posible. La separación nunca resolvería el problema de la violencia recíproca. Efectivamente, tras la separación (con la creación de Pakistán como estado), se produjo la emigración más importante de la historia, con casi quinientos mil muertos.

Según la lógica de Mounbatten, la Frontera debería haber quedado en manos de la India. Aunque totalmente musulmana, había elegido como representantes a los khudai khidmatgar y no a los miembros de la Liga musulmana; pero ésta no habría aceptado un Pakistán sin la Frontera. Khan comprendió que todo podía terminar en un gran río de sangre e invitó a los khudai a boicotear el referéndum; pero fue arrestado una vez más. «Cuando aún no se había cumplido un año de la noche en la que Mountbatten había cedido las riendas del poder a la India y a Pakistán, Gandhi fue asesinado por un hindú que lo consideraba filomusulmán, mientras que Khan venía encarcelado por un gobierno que lo acusaba de ser filohindú. Los dos hombres más grandes de Dios en toda la región habían sido sacrificados en nombre de la religión».

La suerte de Khan y sus hombres estaba condicionada a la de Gandhi; ahora la separación les dejaba a merced de los ministros de la Liga musulmana. Y así comenzaba la segunda fase de la lucha de Khan. De los primeros treinta años de existencia de Pakistán, él pasó quince en la cárcel y otros siete en el exilio, en Afganistán.

En 1956 fundó la Awami League (la Liga del pueblo), el principal partido de oposición en los años 60 y 70. El autor de la biografía escribe: «Su vida es un espejo perfecto de los profundos valores de amor, fe y servicio desinteresado encarnados en el Islam desde sus orígenes. Su «ejército» no violento constituye un referente para todos los musulmanes que buscan una alternativa a la autodestrucción provocada por la violencia».

En «El Islam y la no violencia» (Ediczioni Grupo Abele, Torino 1997), el musulmán Chaiwat Satha-Anand presenta interpretaciones análogas. Jihad significa luchar por la justicia, afrontar la opresión, el despotismo, la injusticia, en nombre de los oprimidos: «No se le puede permitir al musulmán la yihad armada». ¿Y cómo puede entonces el musulmán luchar contra el desorden y la opresión? «Para no violar la sacralidad de la vida, lo deberá hacer con métodos no violentos», explica Chaiwat Satha-Anand…