Las filas del hambre han aumentado en 122 millones de personas desde 2019 debido a múltiples factores que han empeorado la situación, como las del coronavirus o la guerra de Ucrania. Al margen de estos «catalizadores de la miseria» se siguen obviando las verdaderas causas del hambre: la injusticia, los mecanismos financieros, los aranceles tecnológicos, la guerra por los recursos (incluido el capitalismo verde)…
El estudio se ha publicado de forma conjunta por cinco organismos de la ONU: la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola (FIDA), la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Programa Mundial de Alimentos (PMA) y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
Estas agencias de la ONU advierten de que si las tendencias se mantienen así, no se podrá alcanzar el Objetivo de Desarrollo Sostenible de acabar con el hambre en 2030.
Si bien las cifras mundiales de hambre se estancaron entre 2021 y 2022, hay muchos lugares en el mundo que enfrentan crisis alimentarias cada vez más profundas. No obstante, se observaron progresos en la reducción del hambre en Asia y América Latina, pero esta seguía aumentando en Asia occidental, el Caribe y todas las subregiones de África en 2022, que sigue siendo el continente más afectado.
La situación de la seguridad alimentaria y la nutrición siguió siendo sombría en 2022. El informe revela que un 29,6% de la población mundial (cerca de 2.400 millones de personas) carecía de acceso constante a los alimentos, medido por la prevalencia de la inseguridad alimentaria moderada o grave.
En cuanto a la infancia, 148 millones de niños menores de cinco años (22,3%) sufrieron retraso en el crecimiento, 45 millones (6,8%) sufrieron emaciación y 37 millones (5,6%) tenían sobrepeso en 2022. No obstante, el año pasado hubo un progreso en la lactancia materna exclusiva, con un 48% de los bebés menores de seis meses beneficiándose de esta práctica, cerca del objetivo de 2025. Sin embargo, se requerirán esfuerzos más concertados para cumplir con los objetivos de malnutrición para 2030.
Diferencias en zonas urbanas y rurales
El informe también analiza el aumento de la urbanización como una «megatendencia» que afecta cómo y qué come la gente. Dado que se prevé que casi siete de 10 diez personas vivirán en ciudades para 2050, los gobiernos y otras personas que trabajan para combatir el hambre, la inseguridad alimentaria y la malnutrición deben tratar de comprender estas tendencias de urbanización y tenerlas en cuenta en su formulación de políticas.
Desafortunadamente, persisten las desigualdades espaciales. La inseguridad alimentaria afecta a más personas que viven en zonas rurales. La inseguridad alimentaria moderada o grave afectó a un 33% de los adultos que viven en zonas rurales y a un 26% en zonas urbanas.
La malnutrición infantil también muestra especificidades urbanas y rurales: la prevalencia del retraso en el crecimiento infantil es mayor en las zonas rurales (35,8%) que en las urbanas (22,4%). La emaciación o delgadez excesiva es mayor en las áreas rurales (10,5%) que en las urbanas (7,7%), mientras que el sobrepeso es ligeramente más frecuente en los lugares urbanos (5,4%) en comparación con los rurales (3,5%).