El hambre y la malnutrición son inaceptables, dice el Papa

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Publicamos extracto de la carta del Papa a la cumbre de la FAO reunida en Roma del 3 al 5 de junio de 2008 para afrontar el problema del hambre.

A vosotros se dirige la mirada de millones hombres y mujeres, mientras nuevas insidias amenazan su supervivencia y situaciones preocupantes ponen en peligro la seguridad de sus países.

De hecho, la creciente globalización de los mercados no siempre favorece la disponibilidad de alimentos y los sistema productivos con frecuencia están condicionados por límites estructurales, así como por políticas proteccionistas y fenómenos especulativos que dejan a poblaciones enteras al margen de los procesos de desarrollo.

Es necesario confirmar con fuerza que el hambre y la malnutrición son inaceptables en un mundo que, en realidad, dispone de niveles de producción, de recursos y de conocimientos suficientes para acabar con estos dramas y con sus consecuencias.

Es urgente superar la «paradoja de un consenso multilateral que sigue padeciendo una crisis a causa de su subordinación a las decisiones de unos pocos».

¿Cómo es posible permanecer insensibles a los llamamientos de quienes, en diferentes continentes, no logran alimentarse suficientemente para vivir? Las consideraciones de carácter exclusivamente técnico o económico no deben prevalecer sobre los deberes de justicia hacia los que padecen hambre.

Este derecho primario a la alimentación está intrínsecamente vinculado con la tutela y defensa de la vida humana, roca firme e inviolable donde se apoya todo el edificio de los derechos humanos

Cada persona tiene derecho a la vida; el aumento global de la producción agrícola sólo podrá ser eficaz si va acompañado por la distribución eficaz de esta producción y si se destina primariamente a satisfacer las necesidades esenciales.

Se trata de un camino que permitiría, entre otras cosas, redescubrir el valor de la familia rural: ésta no se limita a preservar la transmisión, de los padres a los hijos, de los sistemas de cultivo, de conservación y de distribución de los alimentos, sino que es sobre todo un modelo de vida, de educación, de cultura y de religiosidad. Además, desde el punto de vista económico, asegura una atención eficaz y amorosa a los más débiles y, en virtud del principio de subsidiariedad, puede asumir un papel directo en la cadena de distribución y comercialización de los productos agrícolas destinados a la alimentación, reduciendo los costes de intermediación y favoreciendo la producción a pequeña escala.

Debe de realizarse una acción política que, inspirada en los principios de la ley natural que están inscritos en el corazón de los hombres, proteja la dignidad de la persona.

Sólo la tutela de la persona, permite combatir la causa principal del hambre, es decir, esa cerrazón del ser humano hacia sus semejantes que disuelve la solidaridad, justifica los modelos de vida consumista y disgrega el tejido social, preservando e incluso llegando a aumentar el surco de injustos desequilibrios, dejando a un lado las exigencias más profundas del bien.

Por tanto, si se hiciera valer el respeto de la dignidad humana en la mesa de las negociaciones, de las decisiones y de su aplicación, podrían superarse obstáculos que de otro modo son insuperables y se eliminaría, o al menos disminuiría, el desinterés por el bien de los demás.

La defensa de la dignidad humana en la acción internacional, ayudaría además a limitar lo superfluo en la perspectiva de las necesidades de los demás y a administrar de modo justo los frutos de la creación, poniéndolos a disposición de todas las generaciones».

Basándose en la antigua sabiduría, inspirada por el Evangelio,la Iglesia católica propone un llamamiento firme y sentido, que sigue siendo de gran actualidad para quienes participan en la cumbre: «Da de comer al que está muriéndose de hambre, si no le das de comer, le habrás matado.»

La Santa Sede se une a los estados para sellar un compromiso que, por su misma naturaleza, involucra a toda la comunidad internacional: alentar a todo pueblo a compartir las necesidades de los demás pueblos, poniendo en común los bienes de la tierra que el Creador ha destinado a toda la familia humana.