Tras la crisis del Covid19: el mundo será solidario y autogestionario…o no será
Editorial Revista Autogestión 134
El mundo a nuestro alrededor moría de guerras, refugiados, emigración, hambre, dictaduras, esclavitud, enfermedad…pero éramos indiferentes. Nuestra sociedad de la opulencia se había acostumbrado a expulsar fuera de sus fronteras todos los efectos negativos de nuestras formas de vida.
La lista de iniquidades resulta, no por nombrada, menos devastadora. Nos cimentamos sobre una economía que para satisfacer a unos pocos explota y devasta sin pudor alguno. Lo hemos gritado alto en nuestra Campaña por la Justicia: ¡Esta economía mata! Y lo hemos demostrado. No hay nada más que pensar en lo que ha supuesto para la mayoría de la población empobrecida: la extracción salvaje de materias primas; el trabajo negro, máximamente precario e incluso la esclavitud; la esclavitud infantil; las guerras en dónde se vacían los arsenales militares obsoletos y se ensaya con los nuevos armamentos; las dictaduras; el uso de contaminantes prohibidos en nuestras legislaciones; la desforestación de sus bosques; las epidemias que no nos preocupaban porque sólo les mataba a ellos; las migraciones forzosas y los campos de refugiados; …
Ahora, como un efecto búmeran, el Covid-19, sin pedir permiso ni requerir pasaportes ni salvoconductos, traspasa las fronteras y golpea nuestra seguridad. Ahora, al paso de un virus “global”, el mundo se encuentra enseñándonos sin pudor alguno las ruinas de una terrible catástrofe que rememora el paso de los jinetes del apocalipsis. La catástrofe ya existía. El virus no ha hecho más que arrancarnos las vendas a muchos que no nos las queríamos quitar.
Creímos que dominábamos la naturaleza, que nuestro cuerpo era accesorio, que éramos fundamentalmente voluntad de poder, que podíamos desear sin límite y cumplir nuestros deseos. Y he aquí que un trozo de ARN nos recuerda la verdad de nuestro cuerpo. Habíamos escondido la fragilidad en residencias de ancianos, hospitales para crónicos u hogares para dependientes, en periferias geográficas y existenciales de las que no queríamos saber nada…y en este momento se asoman todos los días a nuestras ventanas. Los muertos sin rostro de los ancianos y los desechados ahora nos gritan porque de golpe ni siquiera tenemos capacidad suficiente para enterrarlos. Se estaba preparando la eutanasia para ellos sin ningún debate social y de golpe aparecen sentimientos de agradecimiento, de reconocimiento a una generación oculta.
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Nuestra indiferencia, resultado del virus de la autocomplacencia y nuestro endiosamiento, se desvela más como una anestesia que como parte de nuestra naturaleza real, que es social, solidaria y política. Y estamos desconcertados. De la misma manera en la que se encuentra un paciente que ha estado todo el tiempo de su convalecencia adormecido y con las persianas bajadas y de repente se despierta y le suben las persianas. Estamos como deslumbrados, no podemos ya mirar como mirábamos unos meses antes. La realidad, que estaba llena de un dolor que muchos no habían (habíamos) conocido en carne propia aunque la mayoría de la humanidad si, aparece y deslumbra nuestra mirada. Y no sabemos encajarla ni asumirla. Y, como esto debe tener explicación y una justificación, parece que todos andamos buscando culpables fuera de nosotros mismos, un chivo expiatorio para volvernos a ver liberados del dolor y la culpabilidad. Pero quizás eso ya no sea posible. Porque, aunque queramos volver a bajar las persianas, nuestro fuero interno no nos va a dejar dormir. Al menos sin somníferos.
Ante la crisis del Covid-19 tenemos la oportunidad de un mundo diferente, tal y cómo han apuntado muchas reflexiones de las que en este medio nos hemos hecho eco. El dilema, leas lo que leas sobre este tema, se reduce a dos opciones. Cabe que esto sirva para acelerar los planes de las nuevas élites, a todas luces imbuidas del viejo sueño totalitario (ahora con una capacidad tecnológica de control sin precedentes).
O cabe que la sociedad despierte, debata y se organice. No desdeñamos para nada las fuerzas que juegan a favor de la primera opción, que es el campo de juego en el que estamos. Pero nosotros apostamos por trabajar en la segunda opción.
Podemos tomar de referencia una experiencia tan indeleble como la que hemos tenido en medio de tanto dolor: la experiencia del valor tan importante que tiene aquello que apenas contaban para este sistema; la experiencia de la de subsidiariedad, del apoyo, de la acogida y la ayuda mutua; la experiencia de la solidaridad sin fronteras, de la cooperación; la experiencia del cuidado y la ternura hacia los más vulnerables y débiles; la experiencia, en suma, de los que vienen trabajando y siguen trabajado con la noble intención de construir el bien común con absoluta independencia de las etiquetas politiqueras con las que el juego del poder nos pretende dividir, disolver y enfrentar.
Cabe seguir apuntalando una cultura de muerte que legitima un mundo de esclavos. O cabe un plan para resucitar, en la línea que nos ha propuesto el Papa Francisco. O nos hacemos responsables y protagonistas del mundo, o abrazamos la firme y determinada voluntad de construir el bien común, o empujamos al mundo hacia la solidaridad sin fronteras y hacia la Autogestión…o nos mantendremos en las sendas del descarte y la autodestrucción. Está en nuestras manos decidir en qué dirección queremos empujar. Porque aquí la neutralidad, como siempre, será imposible.
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