El nigeriano que llegó en patera

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Yo tenía un plan para estudiar y convertirme en un abogado de reputación. Esto siempre había sido mi deseo. Mi familia estaba de acuerdo, así que nos fuimos juntos a la tierra prometida.

En primer lugar, me gustaría presentarme. Soy Kenneth Chukwuka  Iloabuchi, un seminarista de la diócesis de Cartagena, España.


Cuando se me pidió que contribuyese con este artículo a la publicación, estaba un poco preocupado por si mi contribución no fuese necesaria, ya que no creo que mi testimonio cause impacto ante los lectores. De todos modos, como la persistente llamada continuó, decidí de todo corazón dar mi testimonio a la gente ya que podría ayudar a otros a confiar plenamente en Dios.


Permítanme decir que los caminos de Dios son diferentes a los nuestros ya que El trabaja de forma milagrosa. Sus actos están lejos de ser comprendidos y nadie puede parar a Dios cuando esta trabajando. Por esta razón, nuestros destinos solo pueden ser retrasados pero nunca rechazados. La mayoría de nosotros continuamos construyendo nuestras esperanzas a medida que diseñamos planes acerca de lo que queremos alcanzar como personas. El mío no fue una excepción. De hecho, esto fue lo que me impulso a mí y mientras intente alcanzar mis planes y ambiciones, descubrí que eran mas conocidos, planeados y llevados a cabo por Dios que por mí.


De esta manera dice la Sagrada Biblia: «Antes de formarte en el vientre materno, te llamé, te consagré antes de tu nacimiento para convertirte en profeta de los paganos» (Jeremías 1:5)


Un amigo mío me sugirió que estudiase fuera de mi país y concretamente en Europa. Yo tenía un plan para estudiar y convertirme en un abogado de reputación. Esto siempre había sido mi deseo. Mi familia estaba de acuerdo, así que nos fuimos juntos a la tierra prometida. Nos dijeron los agentes de viaje de mi país que la mejor forma de hacerlo era a través de Marruecos, que es un país que comparte frontera con España. Yo personalmente fui a la embajada de Marruecos para conseguir la visa y además de la compra de un billete de avión, nos fuimos a Marruecos con la esperanza de entrar en España y romper la dificultad de asegurar la visa europea, la cual era absolutamente difícil de obtener.


Nuestra esperanza de entrar en Europa duró cerca de dos años, aún sin signo de esperanza de que pudiésemos entrar en la tierra prometida ya que los oficiales de inmigración continuaban echando abajo todos nuestros esfuerzos.


Pero frente a todos estos aprietos, mantuvimos nuestra esperanza en Dios. Rezaba y creía que Dios me ayudaría a conseguirlo. Sin embargo, ya que resultaba totalmente imposible entrar en las ciudades de Ceuta y Melilla, no había otra forma que cruzar el gran mar (¡Río Jordán!) si queríamos entrar en España, debíamos cruzar el mar Mediterráneo y el océano Atlántico. Era un viaje de vida o muerte. De vida, porque teníamos la esperanza de conseguir llegar a España. De muerte, porque muchos habían muerto y siguen muriendo mientras escribo.


Entré en la zodiac por primera vez en mi vida y me puse en camino con otros 96 hacia la tierra prometida de España. El viaje del que nos habían hablado duraba dos horas, pero este duró unas ocho horas en el océano Atlántico. Fue una noche que nunca hemos podido olvidar y que permanecerá siempre viva mientras existamos.


Las tormentas y las olas nos levantaban y nos bajaban recordándonos que estábamos en un recipiente en la superficie del gran océano. No había nada en los cuatro rincones de la tierra excepto agua. Todos estábamos llorando, todos y cada uno de nosotros rezando a Dios. Todos confesamos nuestros pecados pidiéndole perdón al Señor. Todos hicimos promesas a Dios y le pedimos que nos diera la oportunidad de sobrevivir, tan difícil de lograr entonces.


Una de mis promesas era que si Dios me permitía llegar sano y salvo a España, entregaría mi vida a su servicio. «El firme amor del Señor nunca cesa, sus bendiciones nunca llegan a su fin, son nuevas cada mañana» (Lamentaciones 3: 22-23). A primera hora de la mañana, fuimos avistados por la guardia civil española y ellos inmediatamente vinieron a nuestro rescate. He aquí que el buen Señor me había rescatado y esto fue maravilloso ya que nunca creí que iba a conseguirlo a través de los duros caminos, lugares a donde muchos habían ido y donde yo incluso perdí algunos de mis buenos compañeros. Mi entrada en la tierra prometida de España fue una valiosa acción de gracias y así la hice de muy buena gana. Mi familia, amigos y vecinos también me ayudaron a dar gracias a Dios por su especial bendición. ¡Pero eso fue todo! Nunca me había ocurrido que tuviese que cumplir la promesa que había hecho a Dios. De hecho, tan pronto como entre en España, empecé a buscar unos pastos más verdes que eran parte de mi plan inicial.


Pero cuando Dios elige a su pueblo, les permite pensar, preguntarse y por supuesto, tomar decisiones. Su llamada es irresistible e irrevocable. De hecho, su salvación esta libre de cargas solo para aquellos que deciden aceptarla sin orgullo.


Ya que yo tenía un plan diferente, rápidamente lo afiance. Mi primer problema era donde quedarme como cualquier otro inmigrante sin ningún miembro de su familia. Rápidamente, entre en la ciudad de Murcia, conseguí una casa y empecé a trabajar. Me sentía tan feliz, cómodo y lleno «Tu, oh Señor, mantén mi lámpara ardiendo; Dios, convierte mi oscuridad en luz» Salmo 18:28


Nací y crecí como católico. Pero considerando el problema del lenguaje como inmigrante en España, decidí no ir a la iglesia católica donde todos los servicios son oficiados en español. Así,  la puerta estaba abierta para la iglesia africana pentecostal de mi ciudad. En nuestra despedida tras un servicio de domingo, decidí llamar a mi madre quien me pregunto si había ido a misa. Yo mentí a su pregunta diciendo que estaba en ella. Ella estaba feliz. Al domingo siguiente, decidí no mentir más y tener la audacia de caminar dentro de la iglesia católica española. Me senté silenciosamente al final de la iglesia simplemente observando a un sacerdote del Señor predicando a la congregación. Me deje llevar por su humilde comportamiento y la forma en que guiaba a la gente. Me di cuenta de que ahí es a donde pertenecía y que tenía que continuar yendo, no importaba el caso que fuera.


Mi asistencia semanal fue un éxito, ya que pude conocer al sacerdote que me ayudo tanto y me animo a confiar en Dios. Estaba tan orgulloso de ese siervo de Dios que me invitaría a ofrecer mis oraciones en ingles… ¡fue algo maravilloso y jubiloso de hecho!


Se quedo completamente grabado en mi mente que la vida de este cura era digna de ser emulada. Dos años después, mostré valor y me acerque a el. Le informe de mi deseo de ser sacerdote. ¡Fue increíble! Lo recibió con alegría.


A partir de entonces, me pidió que rezara por mi intención así como el también haría encomendándome a las manos de Dios. Esto lo hicimos un año antes de que finalmente me llevase al seminario, donde empecé mi curso pre-seminario y finalmente fui admitido a unirme plenamente como un seminarista y sacerdote en proyecto.


Mi historia no estaría completa si no arrojo luz a como me ha ido yendo aquí en el seminario. La vida aquí ha sido dura y tranquila. Dura en el sentido de que uno tiene que abandonar todos los placeres y centrarse totalmente en las cosas de Dios. La preparación al sacerdocio no es solo un día de trabajo y tienes que asumir muchos pasos como el aspecto moral de la formación, el aspecto humano, intelectual, aspecto social, etc.


La parte tranquila de esto tiene que ver con el gozo y la alegría en el sentido de las luchas y preparación para responder a la llamada de Dios. Sinceramente, la felicidad de uno permanece firme considerando el hecho de que Dios sustenta todo lo que has perdido. El gozo de Dios es mi firmeza. ¡Mi esperanza permanece en El y en El deberemos hacerlo con todas nuestras fuerzas! ¡Si! Yo incluso encontré mi alegría de vivir en las fieras y despiadadas batallas de la vida.


Muy a menudo, la gente se queja por el miedo que siente sobre lo que el mañana les va a deparar. Es mi deseo recordar a todos, especialmente a los jóvenes de hoy que debemos siempre confiar en Dios y entregar nuestros planes a El. El nos conoce mucho mejor de lo que nosotros nos conocemos. El nos creo y sabe lo que seremos.


Debemos levantarnos ante los momentos de desesperación y confiar plenamente en las milagrosas manos de Dios. ¡No hay milagros para el hombre que no cree en ellos! Dios esta siempre dispuesto para rociar sus bendiciones y protección sobre nosotros. Necesitamos relajarnos como un niño en el regazo de su madre. Los momentos duros nos hacen más fuertes y nos preparan para afrontar las batallas. Hay toda clase de batallas. Todo el mundo tiene un papel en el plan de Dios. Uno que nadie mas puede llevar a cabo. Estoy seguro de que lo harás lo que se te diga que hagas.


Ten fe, no importa lo que la vida te depare. Sostenla con fe. Para aquel que tiene fe, no son necesarias las explicaciones. Para aquel sin fe, no es posible una explicación. No hay éxito sin historia. Solo cuando hemos perseverado podemos dar nuestro testimonio. Solo entonces podremos dar lo mejor de nosotros y condescender a las palabras de la Sagrada escritura: «he luchado una buena batalla, he acabado mi carrera, he guardado la fe» 2 Tim. 4:7.

«Testimonio de la gozosa espera, esperanza y confianza en el Señor»