Donald Trump y Barack Obama advirtieron en repetidas ocasiones que las elecciones legislativas de este pasado martes en Estados Unidos serían las de mayor consecuencia en la historia de ese país. Tenían razón. Pero cuando se apuntó que los comicios serían una especie de referéndum nunca se dijo que el tema más profundo, el de la guerra y la paz, estaría ausente de esta jornada electoral.
Unos días antes de las votaciones para renovar el Poder Legislativo en Estados Unidos, el economista Paul Krugman señaló que el odio estaría en las boletas electorales. Ganador del Premio Nobel de Economía, Krugman tiene una columna en el New York Times y es una de las voces más influyentes en su país. Sin duda tenía razón, pero paradójicamente le faltó agregar que las guerras de su país no tienen cabida en el debate electoral. Ese hecho revela que en la sociedad estadunidense el patriotismo se ha convertido en una enfermedad que ha infectado a demócratas y republicanos por igual.
En el más reciente informe sobre operaciones bélicas dado a conocer por la Casa Blanca, se señala que las fuerzas armadas de Estados Unidos están peleando siete guerras. Las operaciones van desde Afganistán e Irak, hasta Siria, Yemen, Somalia, Libia y Níger. Esas intervenciones se llevan a cabo bajo la Autorización para el empleo de la fuerza armada, promulgada en 2002, a unos meses de los atentados contra las Torres Gemelas. Según la Casa Blanca, las operaciones se llevan a cabo en contra de Al Qaeda, las fuerzas del Estado islámico (ISIS), Al-Shabaab y, por último, la red de fuerzas fieles al talibán. Las hostilidades ocupan todo el territorio de lo que la administración Obama definió como el arco de inestabilidad.
Al día de hoy, las bajas militares sufridas por las fuerzas estadunidenses en Afganistán (desde que se inició esa guerra en 2001), llegan a 2.415. En Irak las bajas alcanzan 4.497 muertes y más de 32.000 heridos. Los decesos de civiles iraquíes ascienden a 1.455.590. No existe una cifra confiable sobre las muertes de civiles en Afganistán, pero esa guerra es ya la de mayor duración en la historia de Estados Unidos. Y según cualquier indicador que quiera usarse, Washington no está ganando la guerra en Afganistán. Habría que decir que ya nadie sabe bien lo que significaría una victoria en ese conflicto.
Pero cuidado con dirigir algo que se parezca a una crítica a estas operaciones bélicas, porque en Estados Unidos el tema del patriotismo y los jóvenes en uniforme es sacrosanto. El pueblo simplemente ha sido acondicionado para adorar a los héroes que llevan el uniforme. Basta observar el fervor patriotero en cualquier encuentro deportivo para darse cuenta. Hasta la sátira política de Comedy Central y Saturday Night Live, tan aguda como irreverente, se cuida mucho de criticar el despliegue militar del imperio para no despertar la furia del público.
El presupuesto militar en Estados Unidos, aprobado en agosto, es de 717 mil millones de dólares. Es el más importante en la historia de ese país y nadie dice nada sobre este tema. Aun recortándolo a la mitad, ese gasto militar sería superior al de Rusia, China, Irán y Corea del Norte juntos. Solamente el incremento de 200 millones de dólares autorizado por Trump podría garantizar educación pública gratuita a nivel universitario a toda la población escolar de Estados Unidos. Los principales beneficiarios son las grandes compañías, como Raytheon, Boeing, Northrop-Grumman, Lockheed-Martin y General Dynamics. El desvío de recursos hacia la industria militar ha contribuido en el pasado a la pérdida de competitividad de la industria estadunidense, pero a nadie se le ocurre cuestionar la política exterior de Washington basada en la idea de un estado de guerra permanente.
Al electorado estadunidense le preocupa primordialmente el régimen de acceso a la salud, los impuestos y los migrantes. Aquí es donde Trump ha echado leña a la hoguera, infundiendo miedo con el espectro de una caravana de unos 5.000 migrantes centroamericanos que lentamente se abre paso a través del territorio mexicano rumbo a la frontera con Estados Unidos. El delirante Trump, no escatima recursos retóricos y habla de hordas y hasta de una invasión que amenazaría la integridad de la frontera sur de su país. Su desplante electorero de enviar entre 5.000 y 15.000 efectivos armados a la frontera sur puede llegar a costar más de un centenar de millones de dólares. Pero la preocupación de los demócratas fue más por el efecto sobre las elecciones que sobre el tema del empleo del ejército, no fuera a ser que el electorado llegara a pensar que están criticando a los chicos y chicas en uniforme que luchan por la patria.
Los dirigentes del Partido Demócrata han criticado a Trump por promover el odio y por sus políticas que provocan mayor división. Pero nadie critica las guerras del imperio. Pueden criticar el odio, pero no la guerra.
Alejandro Nadal La Jornada, 07 11 18