Implicarse en el tema de la lucha por un trabajo humano digno es una obligación ineludible de conciencia para todo ciudadano y, si cabe aún con mayor exigencia, tanto para toda autoridad pública como para toda persona con responsabilidades en la sociedad
El trabajo en la vida de la persona humana cumple dos funciones fundamentales e imprescindibles para poder llevar una vida digna de ser llamada humana, que son:
- Posibilitar que la persona humana se exprese, se realice y deje su huella en la historia a través de su trabajo.
- Ganar el sustento diario para ser dueño de la propia vida, a la vez que cuida de las personas que tiene bajo su responsabilidad.
En consecuencia es fácil comprender que el paro lleva consigo una agresión a la persona, a la que no le permiten colaborar en la marcha de la historia de la humanidad, ni ser protagonista de la propia vida personal y social, ni ganar responsablemente su sustento y el de su familia. Por eso frecuentemente el paro genera una serie de enfermedades de diverso tipo. Si queremos personas sanas, sociedades justas y comunidades fraternas hay que trabajar mucho para acabar con el paro y conseguir que las condiciones de trabajo sean humanizadoras.
El día 29 de junio de 2009 Benedicto XVI publicó la encíclica “Caritas in Veritate”. De la lectura de este documento me quedó muy grabado el número 63. A propósito de este número de la encíclica les comentaba a algunos amigos que el Papa ahí está exigiendo nada menos que una revolución social, pues de lo contrario es imposible conseguir los objetivos para un trabajo digno.
Literalmente dice:
“Significa un trabajo que, en cualquier sociedad, sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer: un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación”.
La Iglesia a través de diversas organizaciones eclesiales llama a todos a consolidar y profundizar el compromiso por un trabajo digno, pues todos somos necesarios en esta responsabilidad, ya que debemos ser conscientes de que no hay soluciones mágicas en las manos de un gerifalte.
La Iglesia apuesta por la libertad, la iniciativa y la responsabilidad de cada persona y de cada grupo en este compromiso.
No quisiera terminar este escrito sin llamar la atención sobre el uso perverso del lenguaje que está en contra de la persona y de los trabajadores. La persona en realidad no va pedir a trabajo, ni va buscar trabajo… Lo que la persona aporta y lleva consigo es precisamente su trabajo y lo que busca es, ni más ni menos, un lugar donde desarrollar su trabajo para que sea útil socialmente y/o económicamente productivo, que además le permita ganarse el sustento familiar y colaborar al bien de la sociedad.
Autor: Antón Negro, sacerdote, sociólogo y delegado de Cáritas Lugo