El pequeño dictador: cuando los padres son las víctimas.

2426

Os presentamos unas notas tomadas del libro "El pequeño dictador" de Javier Urra, psicólogo clínico y pedagogo terapeuta. A los dieciocho años, junto a otros compañeros, pusieron en marcha un centro para niños deficientes mentales…

…, y ocho años después ganó las oposiciones al Ministerio de Justicia y trabajó tres años con jóvenes conflictivos en Centro Cerrado. Desde 1986 desarrolla su labor en la Fiscalía y en los juzgados de Menores de Madrid. Ha sido el primer defensor del menor en España y presidente de la red europea de defensores del menor.

Desarrollo del cerebro y su influencia en la evolución conductual del niño.

Ambientes donde el niño es el centro de las atenciones, donde carece de cualquier otro tipo de responsabilidad que no sea la escuela, donde se le satisface cualquier antojo inmediatamente, propician que el cerebro se convierta en un cerebro frágil.

El lóbulo frontal regula y organiza la información de forma lógica, de acuerdo con principios racionales, sociales, morales y éticos. Si el niño no se ve enfrentado a situaciones de responsabilidad y no sufre las consecuencias de sus elecciones, este lóbulo no tendrá la suficiente información para su desarrollo. La inmadurez del lóbulo frontal producirá que el cerebro active el área anterior de éste, dando lugar a conductas instintivas y respondiendo con impulsividad a cualquier situación que le provoque alguna amenaza o riesgo de perder su seguridad y comodidad. Estos comportamientos instintivos e impulsivos son producto de un cerebro frágil que no es capaz de afrontar los nuevos desafíos y, en consecuencia, sólo reacciona de forma irreflexiva, precipitada, irracional y despreocupada de las consecuencias de sus actos.

La actual generación de padres puede influir en el retardo madurativo del lóbulo frontal, adoptando conductas permisivas y sumisas y proporcionando a sus hijos un hogar carente de valores, virtudes y carácter. El criar niños sin responsabilidad, intolerantes a la frustración, consentidos hasta el mínimo capricho, ocasiona este retardo en el lóbulo frontal, que hará de ellos adultos incapaces de tomar decisiones importantes, con un estado de dependencia permanente hacia sus padres y los demás.

El dominio emocional y el fortalecimiento del carácter son determinantes en el desarrollo cognitivo e intelectual de la persona.

El humano es un ser que se desarrolla adecuadamente cuando establece vínculos correctos con los demás; si no resuelve esta necesidad padece sufrimientos psicológicos y resulta vulnerable social y biológicamente.

Es importante que, desde el principio, los acostumbremos a no darles todo aquello que nos piden, aunque económicamente no nos suponga problema. Los niños deben valorar las cosas, aprender a esperar, a soñar, a desear lo que quieren, a esforzarse por conseguir lo que anhelan… y a no frustrarse cuando no lo pueden obtener. De otro modo empiezan por no darle valor a las cosas y terminan por no darle valor a las personas. Es muy positivo hacerles saber que hay otros niños que no tienen juguetes, que no tienen nada, que compartir proporciona felicidad; no acaparar, ésa es una forma de regalarles la semilla de la solidaridad y de erradicar el temprano egoísmo. El niño ha de ser rico, pero en el número de sonrisas que recibe. La actividad lúdica es fundamental para el desarrollo global del niño.


Formar hijos íntegros y humanos no es tarea fácil, existe una gran presión social y familiar para educarlos en un mundo de consumismos, complacencias, mediocridades y flojera. Necesitamos padres valerosos que confronten y desafíen a otras familias en el quehacer formativo, padres que ejerzan la durísima cotidianeidad educativa. Educar exige constancia, asiduidad, entrega, disgustos y sonrisas compartidas. No admite el desánimo ni la vacación. Es un programa de vida, un marcarse objetivos e ir cumpliéndolos, repetir los ejemplos correctos sin desfallecimiento. Educar es lo más bello, es compartir, ser flexible, tener criterio, es arduo, es preocuparse, pensar, disgustarse, es tiempo y tiempo, es querer, es llorar, es ilusionarse y aplaudir. Es vida, pura vida. Es transmisión.

Dar a los niños de todo -juguetes, dinero, objetos- dejarles hacer lo que quieren, ceder ante sus deseos, es un error, pues haremos de ellos unos egoístas y caprichosos, unos consentidos. Pareciera que en la actualidad lo fundamental es complacer a los hijos para evitar enfrentarlos y contradecirlos, sin importar que eso pueda causarles confusión, y sea el origen de sus conductas egoístas, demandantes, impulsivas y hasta agresivas. Estamos enfermos de hiperhedonismo.

Han de desarrollar la humildad, entendida como el proceso de la toma de conciencia de mi ser reflejado en el otro.

Uno de los mayores errores que se pueden cometer con los niños es sobreprotegerlos. Lejos de ayudarlos, les impedimos que elaboren sus propios recursos, que sean realistas, que desarrollen su sentido común, que, en definitiva, se preparen para la vida.

Autoridad, cuyo origen latino viene del término auctoritas, significa aumentar, hacer crecer, ayudar a ser más y mejor, acrecentar. Es una postura ante los hijos de ser y estar, de mostrar coherencia, de ser paciente y firme siempre, de no dejar de educar en ningún momento y estar disponible para ayudarles cuando lo necesiten.

Esta forma de autoridad se convierte en seguridad para los hijos. Hace que crezca su autoestima. Significa decir un no decidido en las ocasiones que sea preciso, y no ceder convirtiéndolo en sí; no halagar si no hay motivos, enseñar a esforzarse, a ser ordenado. Que aprendan desde pequeños que lo que realmente vale tiene un coste, y que lo que conseguimos a través de nuestro esfuerzo tiene mucho más valor que lo logrado gratuitamente, a cambio de nada.

Cuando educamos no cabe la permisividad ni la indiferencia, ni el mirar hacia otro lado para no discutir, para no complicarnos. Los hijos necesitan que los padres actúen como figuras de autoridad, que les dirijan inculcándoles valores y normas de convivencia. No se puede presentar un estilo educativo incongruente con lo que se quiere enseñar. Dice Geoge Bernard Shaw: en la medida que aceptamos obedecer la autoridad acreditada, menos aceptamos las órdenes de personas sin autoridad acreditada.

Cuando decimos que los niños necesitan pautas, normas, reglas, hábitos, no lo hacemos con ánimo de anularlos, sino todo lo contrario; lo argumentamos desde el convencimiento de que, gracias a este modelo educativo, el niño de hoy podrá ser un adulto auténticamente libre en ese mañana que le espera.

Educar en el esfuerzo.

Los que de pequeños se esfuerzan lo mínimo, harán lo mismo de adultos. Son niños que siempre argumentan excusas. Hay que buscar el dominio de uno mismo, educar en el esfuerzo cotidiano, en el creciente fortalecimiento de la voluntad referida a todos los ámbitos, ya sean afectivos, intelectuales, deportivos, culturales, psicológicos o espirituales. Hay que desarrollar el nivel de logro que los hijos se marcan y exigirles autonomía y responsabilidad. El esfuerzo y la tenacidad son lo que da valor real a la vida; lo que se logra con trabajo y empuje se valora, y por tanto, se respeta.

El entorno familiar.

Lo que más moldea la personalidad del niño es el aprendizaje en la familia. La familia es una microsociedad donde el niño comienza a utilizar los valores de interrelación social que le van a marcar las pautas de conducta a utilizar cuando se vea inmerso en la sociedad en general. Relacionarse con un amplio número de miembros familiares favorece la correcta socialización y aporta un amplio espectro de modelos.

El niño tirano vive en familias pequeñas, suele ser intolerante, individualista, demandante de acción inmediata y tiende hacia el aislamiento y el hedonismo. Y los padres, al preocuparse por satisfacer cualquier capricho de los hijos, se convierten en padres obedientes de sus hijos.

Una familia sana es aquella en la que se puede hablar con libertad, en la que hay disgustos y se aceptan, en la que impera la sonrisa. La que comparte iniciativas y afectos y transmite motivaciones. Asistir a manifestaciones culturales, practicar deporte, comentar lo leído, ir a la iglesia, son algunas de las muchísimas actividades que dan sentido a la vida en familia. Está abierta al exterior, pero permite un clima de organización, de equilibrio, de calidez.

Es fundamental tener un posicionamiento alegre y positivo en la familia y transmitirlo a sus miembros y a la sociedad.


Una realidad actual en nuestro país es el fenómeno de los hijos tiranos en las nuevas familias venidas de otros países. Padres de otros países, con otro sostén social, viajan al denominado primer mundo, democrático en sus relaciones, donde el diálogo y el debate son la forma de interrelacionarse, y los hijos aprecian lo que estiman o interpretan como una laxitud normativa y se produce un choque generacional, cultural, religioso que puede fracturar lo que comúnmente es una evolución progresiva.

Las tres condiciones para facilitar la formación de personas individualistas son concederles todo, concederles inmediatamente y concederles sin esfuerzo.

El acto de darles a cumplir algunas obligaciones, además de las escolares, los hace más humildes, responsables y bondadosos, y por consiguiente, menos tiranos.

Hay que educar en el afecto, la tolerancia, la empatía y a administrar la capacidad para planificar, para demorar los impulsos; ésta es la auténtica prevención. Enseñar a labrar el propio ser con amor, sembrándolo de generosidad. Transmitir una fundada sospecha de la perduración de las cosas, algo con lo que convivimos, pues cuando se nos mueren los nuestros, anticipamos nuestra propia muerte. Hay que domar el sentido de la vida, incluyendo un componente vital, como la espiritualidad.

Los padres quieren lo mejor para sus hijos y se preocupan por su educación, pero algunos han errado en sus prioridades, la educación de los hijos ha de ocupar los primeros puestos. Lo fundamental no es que los hijos cuenten con recursos abundantes ni con otras ayudas, sino con nuestra implicación permanente en su vivir diario y muy especialmente en su formación. Los niños necesitan ser escuchados, demandan atención, tiempo, dedicación, ilusión, que se disfrute con ellos. Precisan normas, conceptos, que se les enseñe a debatir, a aceptar la crítica, a reírse de sí mismos; y esto no es factible si el padre y la madre están siempre ausentes, o cuando están no se dedican al niño.

Los padres son los verdaderos responsables de la educación de sus hijos y ésta no puede ser delegada en los demás.

La adolescencia, responsabilidad y amor a la verdad.

Nuestros hijos, más que nunca, se enfrentarán por ellos mismos con la pornografía, el satanismo, el materialismo, la drogadicción, la vulgaridad y la glorificación de la violencia. Necesitarán una familia valerosa que pueda decir «no» y mantenerse firme en sus reglas y normas familiares, a pesar de la presión psicológica que pueden ejercer hacia sus padres para obtener sus deseos.

No estaría mal que los jóvenes conozcan lo que cuesta cada plaza escolar, ponerlo en la puerta de cada clase.

Los padres han de hacer comprobar al hijo que es mucho más ventajoso decir la verdad (aunque suponga el reconocimiento de algo mal hecho). Como siempre, se basa en el ejemplo de los adultos, en la responsabilización, en evitar la complicidad o entender la mentira.

Dice F. Mayor Zaragoza sobre los jóvenes: El gran error ha sido que muchas veces, con la mejor voluntad, hemos hecho cosas para ellos, pero nos hemos olvidado de hacerlas con ellos y, sobre todo, que las hagan ellos mismos.

A los niños hay que ir delegándoles responsabilidades, transmitirles que asuman las consecuencias de sus actos o de su no hacer. El niño no sólo es el futuro, es el presente y en éste, hoy, debemos formarlo para que sea independiente, autónomo, al fin libre… Lo más triste es ver un niño envejecido; pero observar a un adulto infantilizado, esclavo de sus impulsos y deseos, incapaz de planificar, dependiente, resulta descorazonador. La denominada postmodernidad se sustenta en la debilidad.

Acoso a otros jóvenes. Necesidad de cultivar el CORAJE MORAL.

En el caso de los escolares que en los casos de acoso a otros jóvenes sólo intervienen como observadores, esa exposición vicaria a la violencia puede dar lugar a una conducta antisocial, pasiva ante los problemas ajenos, a relaciones entre iguales de dominio- sumisión, a unos valores poco solidarios. «Pueden ver inhibida su capacidad de distinguir conductas positivas y negativas, aceptables o deleznables. Los espectadores están o sufriendo o aprendiendo unas formas de relación que le son negativas. Ejemplo de esto es el rechazo o el aislamiento que sufren las víctimas entre sus compañeros de colegio. Se acostumbran a vivir siendo cómplices del agresor y a no ser coherentes con la valentía que exige la justicia y la dignidad humanas.Bueno será que se plantee la vivencia de la víctima, que comprenda que hay muchas formas de ayudar ( información, testimonio, no reír la gracia, apoyo…) . Hay que hacerle ver que una cosa es ser chivato y otra bien distinta denunciar unos hechos que son inaceptables. Debe sentir que no intervenir por miedo conlleva convivir con culpabilidad. Por ello, destacamos la importancia de desarrollar el CORAJE MORAL en nuestros hijos, que sean capaces de rebelarse frente a lo que observan que es inmoral.




Destacamos la importancia de desarrollar el CORAJE MORAL en nuestros hijos, que sean capaces de rebelarse frente a lo que observan que es inmoral.