Recuerdo las palabras de mi padre tras mi decisión de presentarme con UCD por Badajoz en las elecciones de 1977: «Hijo, ya que has decidido dar este trascendente paso, que supone que ganarás enemigos y perderás amigos y tranquilidad económica, te pido que, si sales elegido, trabajes para que los españoles olvidemos el odio y no nos matemos de nuevo entre nosotros en una guerra fraticida».
Por Luis Ramallo García
Recuerdo las palabras de mi padre tras mi decisión de presentarme con UCD por Badajoz en las elecciones de 1977: «Hijo, ya que has decidido dar este trascendente paso, que supone que ganarás enemigos y perderás amigos y tranquilidad económica, te pido que, si sales elegido, trabajes para que los españoles olvidemos el odio y no nos matemos de nuevo entre nosotros en una guerra fraticida».
Mi padre había hecho la guerra con la Falange en el frente de Extremadura, donde coincidió con los padres de otros paisanos míos que han sido militantes importantes del PCE y del PSOE. Nunca he ocultado la militancia de mi padre. Era un hombre honrado, como otros muchos que se vieron envueltos en la contienda, en uno y otro bando. Como tantos otros, fue al frente con dos hijas en este mundo y yo mismo nací en 1938. Tuvo la suerte de sobrevivir; otros muchos no.
Me habló mucho de las atrocidades de ambas partes y nunca en mi vida pública olvidé su recomendación. Trabajé para erradicar el odio y mirando hacia delante para construir una España en la que pudieran ser más felices nuestros hijos y nietos.
Es bueno mirar hacia el pasado para recordar el peligro que corrimos después de la muerte de Franco. La disyuntiva se planteó entre ruptura y reforma. De la mano de la derecha reformista, triunfó esta última. Es para mí un orgullo el enorme esfuerzo que hicimos en UCD para lograr nuestro objetivo, entre la incomprensión de los nostálgicos que nos consideraban unos traidores y el rencor de las izquierdas que nos consideraban unos franquistas.
No fue tarea fácil, pero superaron los obstáculos porque, con generosidad, patriotismo y sentido del Estado, supimos mirar de frente y no hacia atrás. Donde había odio y rencor se puso olvido y perdón, y con esta base conseguimos darnos una Constitución que –como decía el eslogan electoral de UCD- fue la suma de lo bueno de la derecha y lo bueno de la izquierda. Anhelábamos y conseguimos una Constitución que no supusiera la victoria de media España sobre la otra media, porque sabíamos que, si era así, nuestra primera ley tendría una vida muy corta como las de las otras constituciones. Y, nada más constituirse las Cortes de 1977, éstas aprobaron una amnistía excarcelando a todos los presos políticos, lo que fue el inicio de la reconciliación nacional.
UCD no pudo sobrevivir a las divisiones internas y a las calumnias e insidias del PSOE. Como ejemplo del talante de Adolfo Suárez –que ponía el interés general por encima del de su partido-, durante la gran crisis que atravesó el PSOE con la dimisión de Felipe González como secretario general nos pidió que no atacáramos a ese partido y le ayudáramos, porque España necesitaba dos grandes formaciones para la buena convivencia democrática.
Durante su mandato, González procuró no mirar hacia atrás con ideas de revancha, ni herir gratuitamente a los que habían ganado la contienda. Y con la suma de todo lo relatado se fueron apagando rencores y odios, y algunos ingenuos llegamos a pensar que habíamos enterrado para siempre el cadáver de la Guerra Civil. ¡Qué contento podía estar mi padre!
En 2004 llegó a la Presidencia José Luis Rodríguez Zapatero y, con él, un Gobierno radical que ha traído al panorama español la revisión de todo aquello que supimos construir para cimiento de la paz entre los españoles.
Zapatero parece que disfruta haciendo todo aquello que contribuya a reabrir rencores y enconar de nuevo la herida de la guerra. Un día de madrugada derriba la estatua de Franco y la misma noche homenajea a Santiago Carrillo. Otro día nos presenta la idea de revisar los juicios franquistas y se olvida de los tribunales populares republicanos que tantas vidas costaron en la derecha y en las izquierdas. En otra ocasión, llevado por el laicismo trasnochado que practica, ataca a la Iglesia y a todo lo que supone. Y así podríamos relatar un largo etcétera que sirve para enfrentar a la sociedad.
Es paradójico ver que esta puesta en escena del recuerdo sectario de la guerra lo protagoniza un ciudadano que nació cuando la contienda había terminado hacía 21 años, que tenía 15 cuando murió Franco y 18 cuando se aprobó la Constitución. Quizá sea de los pocos españoles de su generación al que se le paró el reloj y no ha madurado políticamente.
Muchos nos preguntamos de dónde nace su idea de fomentar la revancha entre sus conciudadanos. ¿Surge quizá del recuerdo de su abuelo muerto en la guerra, 20 años antes de nacer, olvidándose de que somos muchos los que tenemos muertos y nunca hemos fomentado el odio? ¿O surge este revival zapateril de una estrategia para ganar votos en la izquierda radical, o para estimular el nacimiento de un partido de extrema derecha en detrimento del PP?
La respuesta a estos interrogantes –que suponen una profunda división del pueblo español que, al parecer, es lo que pretende Zapatero- tendrá que dárnosla él. Entretanto, deberá explicarnos cómo concilia sus pregonadas ansias infinitas de paz para el mundo y su alianza de civilizaciones con lo que hace en España, que es exactamente lo contrario.
Es mucho lo que se ha hecho desde la reestructuración de la democracia para ganar la paz para el presente y el futuro. Y ya es bastante, señor Zapatero, que ponga en riesgo la unidad de España –circunstancia de la que hasta Alfonso Guerra le advierte- con su abandono del respeto a la ley y su entrega a los nacionalistas, e incluso a los amigos de ETA, para que ahora nos enfrente entre nosotros. Si el premio consiste en conservar el poder y, con ello, la Presidencia, pone de manifiesto su baja catadura moral y supone que usted sería presidente de la nada. Reflexione y cambie su idea de España y de lo que conviene hacer para nuestra convivencia pacífica, si no quiere pasar a la Historia como un mala persona y como un mal español, como ya lo consideramos muchos.