Los hermanos Fanjul llegaron a Estados Unidos con la lección bien aprendida. «Decidimos involucrarnos en la política de aquí porque no quisimos que nos ocurriera lo que en Cuba donde al no interferir en la política de Batista nos fue muy mal», reconoció el propio Alfy en una entrevista concedida hace unos años a Vanity Fair.
El hombre de la izquierda es uno de los 30.000 empleados del de la derecha, el rey del azúcar con pasaporte español al que otro cura patrio denuncia públicamente por el maltrato a sus trabajadores y cuya vida protagonizará Robert de Niro en una película.
Manuel Rionda Polledo tenía 16 años cuando, en 1870, decidió coger aquel barco que una vez al mes salía del muelle de Gijón cargado de mercancías y nuevos emigrantes con destino a Cuba. Atrás dejaba su pequeño pueblo asturiano, Noreña, y una familia que había depositado en él su futuro y sus ahorros. El joven no les defraudó. Dos décadas después, la Bolsa de Nueva York le bautizó como el Rey del azúcar.
Contemporáneamente, del pueblo burgalés de Cadagua, otro joven, Andrés Gómez Mena, salía en busca de su futuro como indiano. Cuando murió, en 1917, fue enterrado en La Habana tras haber dado nombre a una de las principales avenidas de la ciudad y levantado cuatro ingenios azucareros. Su hijo José continuó el imperio y en 1936 se convirtió en el Secretario de Agricultura de Cuba y presidente de la Asociación Nacional de Hacendados, el lobby más importante de la isla
La heredera de la fortuna familiar fue su hija Lilian Gómez Mena que, en 1936, se casó con Alfonso Fanjul -sobrino-nieto de Manuel Rionda- creando así el más grande consorcio azucarero que nunca tuvo Cuba.
Hoy, el resultado de está aventura a través de tres siglos y cuatro países tiene el nombre del hijo mayor del matrimonio, Alfonso Fanjul Gómez de Mena, el hombre que suministra dos de cada tres cucharadas de azúcar que se toman en EEUU, multimillonario de pasaporte español y acusado reiteradamente de explotar a los cortadores de caña.
Los hermanos Fanjul vivieron como príncipes en su juventud. Crecieron en el exclusivo y cerrado círculo creado en La Habana por la aristocracia criolla. La mansión donde vivían -con balcones neoclásicos, habitaciones estilo Luis XV, estatuas de Sèvres, kioskos chinos, cuadros de Sorolla- es hoy el Museo Nacional de Artes Decorativas tras su expropiación por los castristas.
Era la época en la que los Fanjul-Gómez de Mena ofrecían fiestas en honor de los duques de Windsor, jugaban al golf con Loel Guiness o navegaban con Errol Flynn en alguno de sus yates. Un mundo de glamour caribeño hasta que llegó Fidel…
Cuando en 1959 los barbudos guerrilleros entraron en la mansión de los Fanjul, Alfy tenía 23 años y se acababa de graduar por la Universidad de Fordham, en Nueva York. Los castristas sentaron a una mesa a toda la familia, guardaron las armas debajo y extendieron sobre ella los mapas con las propiedades de la familia. «Esto será nuestro. ¡Todo!», les comentó el jefe del comando. No hubo nada que negociar.
El patriarca de los Fanjul fue interrogado durante horas hasta que una guerrillera entró en la habitación y dijo señalándole: «Relajaros. Él no tiene ninguna relación con el tirano». Después les dejaron irse con lo puesto en sus coches. Aquel mismo verano, los Fanjul salieron hacia el exilio norteamericano con la esperanza de regresar en poco tiempo. Todavía esperan…
Se instalaron en Nueva York. La familia empezaba de nuevo pero no de cero. «Tenéis el deber de reconstruir nuestro imperio, pero ser conscientes de que el dinero sólo llegará en la próxima generación», les recordaba continuamente el patriarca que nunca más pisaría la tierra que le vio nacer. Y Alfy se quedó como encargado de esa misión.
En Florida encontraron todo lo que necesitaban para seguir con sus negocios azucareros. Compraron cientos de hectáreas de humedales en los alrededores de Miami, los desecaron y plantaron caña de azúcar. La primera zafra la obtuvieron dos años después. Y hoy los Fanjul ya controlan el 40% de la producción de azúcar en Florida donde poseen 728 kilómetros cuadrados de cañaverales a nombre de la empresa Florida Crystals. Su patrimonio supera los 1.000 millones de dólares. Alfy vive en una inmensa mansión de la exclusiva zona de West Palm Beach, valorada en 15 millones de dólares y que en su día construyó la familia alemana Krupp.
A mediados de los ochenta los Fanjul se extendieron a la República Dominicana, el lugar más parecido a su añorada Cuba, al comprar el ingenio azucarero -el Central Romana- que la multinacional norteamericana Gulf & Western tenía en la ciudad de La Romana -100.000 habitantes-, al este de la isla.
La operación costó a los Fanjul 240 millones de dólares e incluía, además del ingenio -el mayor del mundo con una producción de 300.000 toneladas de azúcar al año, y da trabajo a unas 25.000 personas- 971 kilómetros cuadrados de cañaverales y los 28 incluidos en Casa de Campo, uno de los 10 complejos residenciales más lujosos del mundo donde vivía el excéntrico fundador de la Gulf & Western, Charles Bluhdorn.
La Romana huele a feria de pueblo y sabe a ciudad de provincias. El olor a melaza quemada te invade nada más bajarte del coche. El humo que sale de las chimeneas del ingenio lo envuelve todo. Es allí donde la amargura de los cortadores de caña negros se transforma en el dulce blanco del desayuno. Pero su sudor no tiene color. Ni sus vidas. Ni su futuro, disuelto como el azúcar…
La planta de procesamiento se levanta frente al océano. Es imposible verlo desde la ciudad. En los cañaverales dominicanos, como antes en Cuba y después en Miami, viven y trabajan más de 20.000 inmigrantes haitianos. Mejor dicho: trabajan sí, 12 horas diarias cortando caña a temperaturas que llegan a los 40 grados por menos de dos euros diarios. Pero lo que es vivir… Más bien sobreviven en cabañas sin agua, luz o baño, sin médicos ni escuelas. Con miedo, odio y resignación
LUJO
El río Dulce los separa de otra realidad, otro mundo, otro planeta. Sólo hay que cruzar los 100 metros que tiene el puente que lo cruza para acceder al paraíso del hedonismo, con sus campos de golf, piscinas, jardines de ensueño, playas privadas y un millar de mansiones de las más selectas del mundo. Y, como los cañaverales, levantado sobre la tierra de los Fanjul.
Casa de Campo parece un país distinto que nada tiene que ver con los males ancestrales de la República Dominicana. No comparte ningún servicio con el resto de la ciudad. Toda la oligarquía del país -incluidos altos mandos militares y policiales, la mayoría de los candidatos a las elecciones presidenciales del año que viene, etc.- y un sin fin de artistas, políticos y deportistas extranjeros tienen allí una casa o se alquilan una a un precio medio de 1.000 euros diarios.
Allí han estado de vacaciones o en reuniones todos los presidentes norteamericanos, desde Reagan a Bush. Los reyes de España, amigos personales de los Fanjul -según reconoció a CRONICA el portavoz de Central Romana, Francisco Micheli- y otros miembros de la familia real suelen acudir allí a alguna celebración, a menos de media hora de la cruda vida de los bateyes.
Los Fanjul tienen pasaporte español, además del norteamericano. Presumen de ello. Julio Iglesias tuvo casa allí antes de mudarse a Punta Cana y el diseñador Oscar de la Renta, también. Otros nombres con casa propia son los millonarios Gustavo Cisneros y Carlos Slim.
El contraste de este tipo de vida con la de los cortadores de caña es brutal. Duele cuando lo ves desde fuera. Y debe hacer mucho daño cuando lo vives como protagonista. Más de un lado que del otro, claro. Y si no, que se lo digan a Christian Pablo, 71 años, la mitad de ellos cortando caña para la empresa de los Fanjul. Le encontramos inmovilizado sobre su cama en su cabaña del batey -palabra con el que los indios taínos, llamaban a sus comunidades y que hoy sirve para denominar los poblados donde viven los cortadores de caña- Santa Lucía, a poco menos de una hora de la ciudad. El lugar no es propiedad directa de Central Romana pero sus moradores sí trabajan para ellos.
Christian padece una trombosis que le tiene paralizado medio cuerpo. Se la diagnosticó el médico de la empresa el verano pasado. Desde entonces nadie le ha vuelto a ver. Sabe que nació en Haití de donde le trajeron para una zafra y nunca más volvió. No lee ni escribe. Ni en creole ni en español. Pero entiende los dos idiomas. Durante décadas hacía una X en la planilla semanal que la CR le entregaba para registrar la cantidad de caña cortada y lo que le pagaban por cada tonelada. Siempre se conformó con lo que le daban.
Pero a los administrativos de la empresa se les olvidó registrarle y hoy no cobra pensión. Su mujer murió y su único hijo está en la cárcel. Vive de la caridad de sus míseros vecinos y de los cuidados que su amiga Ana Liria le propina cuando puede. Su resurrección será la muerte. Porque el hombre parece un Cristo yacente, una imagen de Viernes Santo de esas que dan la razón al misionero español Cristopher Hartley Sartorius cuando dice «que todos los días matan a Cristo en los bateyes».
MISIONERO
El padre Hartley, sobrino del fundador del Partido Comunista Nicolás Sartorius, vivió ocho años entre estos cañaverales denunciando el abandono de sus moradores. Gracias a él, el mundo supo que en la isla caribeña se explota a los trabajadores de la misma forma que se hacía en los cinco siglos anteriores, cuando Colón, en su segundo viaje, llevó las primeras matas de cañas desde Canarias.
Él trajo a los congresistas norteamericanos -por algo estuvo trabajando como misionero en el Bronx neoyorquino-, a los embajadores de EEUU y España, al propio presidente del país, Leonel Fernández, al que se atrevió a decirle que se disponía a entrar «en la antesala del infierno». Sus días quedaron contados cuando empezó a utilizar a la prensa extranjera -sobre todo la publicación hace cuatro años, de un reportaje en CRONICA – para atacar a las dos principales familias azucareras de la isla: los Fanjul y los Vicini. De hecho, el año pasado fue «invitado» a abandonar el país y ahora vive temporalmente en España.
«Este es el día a día en los bateyes: centenares de braceros ancianos, que trabajaron cortando caña durante décadas para CR, que supuestamente cotizaba para su retiro, hoy, por falta de documentación y de una política institucional que canalice sus pensiones, viven de la caridad o porque el ingenio no pagó por él», asegura Hartley.
Al padre Hartley le dolieron especialmente las declaraciones de Alfy Fanjul a la revista Hola -abril de 2006- donde el dueño de Central Romana aseguraba: «Quiero que la gente que trabaja conmigo esté a gusto y que gane dinero. Y que digan: «¡Con Fanjul he ganado plata!». Hoy me siento responsable del sustento de las 30.000 personas que trabajan en nuestras empresas». O aquellas, en Vanity Fair, donde decía no tener problemas de conciencia por las condiciones en las que trabajan los cortadores de caña «porque doy una oportunidad a esa gente para vivir mejor que en sus países de origen».
O la respuesta del portavoz de Central Romana al cuestionario de CRONICA en la que afirma que: «Tenemos unidades médicas móviles que visitan todas nuestras comunidades ofreciendo atención médica gratis. Mantenemos una constante preocupación por la superación de la calidad de vida de nuestros trabajadores. Por algo, el Central Romana fue reconocido por la XII Cumbre Iberoamericana como una gerencia modelo que ha hecho grandes contribuciones al desarrollo económico y social de la R. Dominicana…».
Hartley se encoge de hombros. «Pues si esto es un modelo, cómo será el infierno…», asegura mientras contempla las miles de fotos de los bateyes que guarda en su ordenador donde hay de todo menos «calidad de vida». Aprovecha para rescatar un estudio realizado por el Centro Dominicano de Asesoría e Investigaciones, CDAI, donde se asegura que el 32% de estas comunidades no tiene agua potable; el 66% no cuenta ni siquiera con letrinas; el 16% no recibe ninguna asistencia médica y la tercera parte no ofrece escuela.
El trabajo es a destajo. CR paga a los picadores 95 pesos -poco más de dos euros- por cada tonelada de caña cortada. En el mejor de los casos, un hombre joven y sano puede cortar cuatro diarias. Y de lo que reciben todavía sufren descuentos.
«Por el seguro de un médico que no tienen. Por la luz y el agua que no les dan. Por el machete, las botas y los guantes que tienen que comprar en los colmados de la empresa. Por el azúcar que tienen que pagar tras 10 horas cortando caña. Y sin papeles ni contratos. Esta gente no firma nada. Su único sistema de supervivencia es aguantar y no tener un accidente. Porque si no trabajan no comen», asegura Noemí Méndez, abogada de CDAI.
Si la situación de los viejos es agónica, la de los niños de los bateyes dominicanos no es mucho mejor. El problema de la falta de identidad también se ceba en ellos. «La R. Dominicana no otorga la nacionalidad a los hijos de los haitianos nacidos en su territorio, en contra de lo establecido por la Constitución del país y un fallo de la Corte Interamericana de Derechos Humanos», afirma Sonia Pierre, militante pro Derechos Humanos, galardonada con el premio Robert Kennedy.
POLÍTICA
Los hermanos Fanjul llegaron a Estados Unidos con la lección bien aprendida. «Decidimos involucrarnos en la política de aquí porque no quisimos que nos ocurriera lo que en Cuba donde al no interferir en la política de Batista nos fue muy mal», reconoció el propio Alfy en una entrevista concedida hace unos años a Vanity Fair.
Por instinto de supervivencia apoyan con grandes cantidades de dinero a los principales candidatos de los dos partidos: Alfy a los demócratas y Pepe a los republicanos. Entre ambos, según el Center for Responsive Politics, han donado unos tres millones de dólares en la última década.
Tras la victoria de Clinton, en 1992, Alfy se convirtió en miembro del selecto grupo invitado por el presidente en su rancho de Little Rock, una especie de “bodeguilla” a lo bestia. Pero el apellido Fanjul -hasta entonces sólo conocido en Florida y en los círculos políticos de Washington- se hizo realmente famoso a raíz de la relación del presidente con Mónica Lewinsky.
El fiscal Starr relató en su informe cómo el 19 de febrero de 1996 «estando encerrado el presidente en su despacho con la señorita Lewinsky recibió una llamada de un cultivador de azúcar de Florida que, según la mujer, se llamaba algo así como «Mr. Fanuli»…». La prensa norteamericana se dio cuenta entonces del poder de un hombre que era capaz de interrumpir al presidente del país más poderoso del mundo en los momentos más íntimos de su relación con la becaria.
En 2000, año en el que Bush ganó sus primeras elecciones -precisamente con los cuestionados votos de Florida-, la familia apoyó más a la candidatura republicana. Al lobby cubano de Miami no le gustó la decisión de Clinton de devolver al niño Elián González a su padre en la isla y los propios Fanjul prestaron sus abogados para que el crío permaneciese en EEUU. También chocaron con los demócratas por la ecotasa que les impuso Al Gore para limpiar los pantanos de Florida que habían contaminado con su actividad azucarera. La familia paga 4,5 millones de dólares anuales por esta causa.
Bush también ha devuelto con creces estos favores. En 2002 confirmó la continuidad de las subvenciones que reciben los cultivadores del azúcar con el objetivo de ahogar económicamente las exportaciones cubanas. En concreto, los Fanjul reciben del Gobierno 65 millones de dólares al año.
Para mantener el nivel de producción en sus cañaverales de Florida, los Fanjul emplearon a miles de inmigrantes jamaicanos que traían ex profeso para trabajar en ellos en condiciones muy precarias. Periódicos como New Times acusaron a su empresa, Florida Crystals, del trato de «semi esclavos» con el que les mantenían. El escándalo saltó cuando, en noviembre de 1986, medio millar de jamaicanos de un asentamiento conocido como Vietnam hicieron una huelga para protestar por este maltrato. Poco después, en represalia, la policía les metió a punta de fusil en autobuses y los deportó.
Sindicatos, abogados y varias organizaciones se echaron encima de la familia. Los pleitos se sucedieron y los Fanjul acabaron por mecanizar las plantaciones. Sin embargo, hace cinco años un reportaje escrito en la revista Vanity Fair, firmado por Marie Brenner, volvió a poner de actualidad estos maltratos. El apellido Fanjul no salió bien parado.
El artículo tuvo tanto éxito que años después fue reconvertido en un guión cinematográfico por la actriz y ahora directora Jodie Foster, que vendió los derechos a la productora de Robert de Niro, Tribeca Films. La propia Foster encarnará a la abogada defensora de los jamaicanos -en la realidad este papel le corresponde a un hombre, el abogado Edward Tuddenham-, mientras que de Niro encarnará a Alfonso Fanjul.
El título de la película será Sugarland y será distribuida por los estudios Universal. Actualmente se encuentra en fase de pre producción y se espera que el rodaje comience antes del verano. El estreno está previsto para el año que viene si la presión de la familia Fanjul para evitarlo no prospera.
Con película o sin ella hoy los viejitos de los bateyes seguirán viviendo de la caridad de sus míseros vecinos mientras en Casa de Campo se prepara la próxima fiesta. Y el padre Christopher ya no está con ellos…
Con información de Patricia del Gallo.
JUAN CARLOS DE LA CAL. La Romana (República Dominicana)