Sus convicciones católicas la han ayudado a perdonar. Una de sus mayores alegrías fue su audiencia con Benedicto XVI: «Me dijo: ‘He oído hablar de ti y he estado rezando por ti’. Estoy segura de que por eso he sido tan bendecida en mi vida».
China Keitetsi sonríe más que la última vez que nos vimos, hace tres años, fruto de la alegría de haberse reencontrado con sus dos hijos, de 16 y 10 años. No obstante, en ocasiones no consigue quitarse de encima la mirada dura y fría que exhiben todos los niños que han sido obligados a ser soldados y matar. En el mundo hay 300.000 menores que combaten en las ‘guerras olvidadas’ en lugares como la propia Uganda, donde nació hace 32 años. «A las niñas que hemos pasado por este trance, además de obligamos a matar, abusan sexualmente de nosotras. También tenemos que demostrar que somos más crueles que los chicos y aprender a reprimir los sentimientos y no llorar, para que nuestros superiores nos traten con más respeto», recuerda.
«A veces pienso que, si pudiera, me gustaría tener otra vez tres años y vivir de nuevo, pero ya es tarde», lamenta. A los nueve se fugó de su casa para escapar de los malos tratos que recibía de su padre y su madrastra, y acabó siendo reclutada a la fuerza por los guerrilleros del Ejército Nacional de Resistencia de Yoweri Museveni, actual presidente de Uganda. Resulta curioso que este dirigente, que tomó el poder por las armas en 1986 con un ejército demente de miles de niños soldado, reciba premios internacionales. De hecho, los dos libros publicados por China (uno de ellos, Mi Vida de Niña Soldado, traducido al castellano en 2005) no han agradado al gobierno, que la acusa de divulgar información falsa, pero ella no tiene miedo de señalar que «la causa de que haya tantos miles de niños esclavos es la avaricia de líderes a los que no les importa destrozar tantas vidas con tal de mantenerse en el poder.
Salir del infierno
A los 18 años, después de sufrir constantes abusos, consiguió escapar de Uganda y se refugió en Sudáfrica, de donde fue rescatada por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados quien la llevó a Dinamarca, donde reside desde 1999. «Cuando llegué allí estaba destrozada en mi alma y en mi cuerpo, y tuve que hacer un gran esfuerzo para volver a ser yo misma» sentencia. Allí tuvo que rehacer su vida y empezar la ardua tarea de confrontarse con su pasado, con ayuda de terapia psicológica «He tardado por lo menos diez años en salir de este infierno y llegar a ser la mujer que soy ahora. Cuando empecé a vivir en Europa era la primera vez que no veía soldados por la calle. También pude empezar a cuidar mi aspecto externo. Hasta aquel momento no sabía qué hacer con mi pelo cuando crecía ni había usado nunca cosméticos ni lápiz de labios, como cualquier chica que quiere presumir de ser guapa. Pedí trabajar en una escuela infantil y allí, viendo a los niños correr y jugar todo el día recuperé la alegría que nunca tuve cuando fui niña como ellos. Ahora soy libre. Puedo contar mi experiencia como niña soldado, y tengo que hacerlo, porque de lo contrario Dios me pedirá cuentas por no hablar por los miles de niños que aún siguen combatiendo en guerras en muchos lugares».
Saca a flote algunos de sus recuerdos más dolorosos: «el hombre al que acabas de capturar, de quien tus superiores te dicen que es el enemigo, maniatado y lleno de sangre, te mira suplicante para que no le mates». Pero también la pesadilla de ser un objeto sexual: «Lo que más detestaba era cuando uno de los comandantes me ordenaba, por la mañana, ‘ven a mi casa a las nueve de la noche’, y pasas todo el día deseando con todas tus fuerzas que esa hora no llegue nunca. Perdí la cuenta de cuántos hombres abusaron de mí. A los 13 años me quedé embarazada. Es un dolor que no olvidas nunca». Sus convicciones católicas la han ayudado a perdonar. Una de sus mayores alegrías fue su audiencia con Benedicto XVI: «Me dijo: ‘He oído hablar de ti y he estado rezando por ti’. Estoy segura de que por eso he sido tan bendecida en mi vida». Gracias a la organización Missio ha creado un centro para antiguos niños y niñas soldado en Byumba (Ruanda).