Un día como éste Locri no lo había visto nunca. La fuerza del coraje, las razones de la esperanza y la necesidad de paz se han unido en una larga procesión que con una semana de anticipo ha recorrido el Calvario del Viernes Santo.
Las estaciones, los lugares del doloroso trayecto hacia el Gólgota han cambiado: son las calles de Locri. Coinciden con los lugares señalados por la barbarie y la sangre de los homicidas, por la crueldad de los asaltos y ejecuciones.
Durante casi cuatro horas los locrenses han desafiado el viento helado de tramontana para lanzar un mensaje de paz y de perdón, de rabia y de esperanza. Una masa enorme de gente, que nadie esperaba, ha respondido a la llamada de Giancarlo Bregantini, un cura obrero nombrado obispo de Locri, que ha querido este Vica-Crucis para tocar los lugares del odio y de la muerte que perturban desde hace años la región. Es una provocación de amor, un reto a la ferocidad y devastación sanguinaria de la Mafia.
El obispo responde a los periodistas: «¿Miedo? y ¿por qué? Lo tiene quien está solo. Nosotros somos muchos.Podíamos reaccionar de tantos modos. El Via-Crucis expresa mejor lo que queremos decir: las calles del Calvario estaban ensangrentadas como lo están en nuestra ciudad».
La gente aumenta en la Primera Estación. Allí, tenía su puesto de vendedor ambulante Domenico Parisi. Lo fulminó un comando en una operación relámpago. Aquí se muere sin saber qué ha desencadenado la violencia.
La Palabra de Dios recuerda en esta estación que «ponemos trampas al justo porque nos avergüenza y actúa contra nuestras acciones». La voz de Locri resalta: «No nos sentimos seguros en nuestras casas, en nuestros trabajos, en nuestras calles. Amenazas verbales y señales evidentes limitan nuestra libertad».
La procesión se arrodilla, un momento de silencio, llega la Segunda Estación. Aquí mataron a un chico de 16 años. Lo vió su madre desde la ventana. Locri dice: «También nuestro pueblo arrastra cruces: prepotencia, amenaza,chantaje, homicidios. Y hay una cruz que nos pesa sobre todas: la del paro, especialmente el paro juvenil».
Es implacable la voz. Condena la petición de «favores o privilegios no debidos» y el «silencio ante la arrogancia de los violentos» porque «los autores de los delitos son una minoría, pero su acción es facilitada por un ambiente de ilegalidad generalizada».
En la Tercera Estación Jesús cae por primera vez. La voz de Locri denuncia: «También entre nosotros cae la gente: hay quien se ve obligado a dejar su propia tierra, quien tiene que cerrar su pequeña empresa o quien se suicida por no poder salir de la espiral de la usura».
Monseñor Bregantini explica en voz baja a los no creyentes el sentido de la iniciativa más allá de los símbolos. «nuestro gesto es también una polémica con los políticos que aún no dan prioridad a los problemas de la gente. Nosotros queremos contribuir diciendo desde nuestra pequeña ciudad que se concede poca atención a las personas, a la escuela, al trabajo, a una fiscalidad justa».
La estaciones continúan. El obispo ha querido hacer una parada también ante la Escuela de Magisterio repetidamente destruida. «No se construye el futuro sin una escuela que sea lugar de crecimiento y transparencia». En la Plaza del Mercado, escenario de una masacre, tres muertos, justo al lado del cine donde cuelgan los carteles de Rambo.
Se arrodillan para rezar «por los heridos y por los que dispararon» en el lugar donde un grupo de adolescentes se enfrentaron con pistolas.
En la Novena Estación la emoción sacude a la gente. Se unen a la comitiva un hombre pequeño de rostro triste, Doménico Speziale, el ex-alcalde, y su hija Francesca. Hace unos años al salir de casa el matrimonio los disparos desde unas motos acabaron con su mujer. Después de la oración el hombre se desahoga. «Aún no sabemos las razones de la muerte de mi mujer. Yo creo que la mataron porque tenían ganas de disparar. Le sucedió a ella como podía haberle sucedido a cualquiera».
En la Decimoprime-ra Estación la procesión enmudece. La Virgen Piadosa que enjuga el dolor de su hijo es la anciana Cornede, vestida de negro acaricia el retrato de su hijo Fortunato. Asesinado por su testimonio contra los soldados de la Mafia. Mons. Bregantini dice del joven mecánico: «era honesto y valiente por haber dicho lo que todos deben y pueden decir. Bendito sea, representa el coraje de una ciudad que no debe ceder al miedo».
El barrio donde está la oficina y casa de Correale, donde habitan su mujer y sus tres hijos, se llama Calvario. Es la zona más controlada por los clanes mafiosos. Sobre la fachada de Correos se ven las señales de las balas.
Aquí donde la Mafia pretende obediencia y complicidad, donde han matado a quien ha roto la consigna, Mons. Bregantini, llega encabezando a centenares de hombres y mujeres, parejas con niños, religiosos y religiosas, para implorar el fin del silencio. Es el momento más alto de un desafío que va más allá de la religiosidad, transformándose en acción civil.
Desde las escaleras de la catedral, monseñor concluye: «Hemos seguido las estaciones de los homicidios, del miedo y de los proyectos truncados. Si ha resucitado un hombre, puede resucitar un pueblo. Pedimos a cada uno de nosotros un gesto cotidiano de rescate para hacer crecer nuestra ciudad, para ser hombres y mujeres nuevos que luchan sin desesperar».
Por Merche Mas