El vía crucis, en la tradición cristiana, es el camino de Jesús con la cruz, a su muerte; se celebra el Viernes Santo. Es un camino de caídas, levantadas, en donde se encontró con gente que le ayudó y, también, con gente que se burló de su dolor. Luego de la muerte: la resurrección y la vida.
Fuente: Correo del Caroní, martes, 30 de marzo de 2010
El vía crucis que hoy presentamos es el de una escuela común, de cualquier barriada popular venezolana. Por supuesto, no son estas escenas de dolor las únicas que viven nuestros educadores y educadoras, los alumnos, las familias atendidas, pero si queremos levantarnos, debemos hacer conciencia de los sufrimientos y caídas que se suceden en el recinto escolar, y ojalá que podamos estar nosotros -los educadores- del lado de los que ayudan a Jesús, representado en el rostro de miles de niños, niñas, adolescentes, madres y padres y… ¡también de docentes sensibles y preocupados por sus alumnos!
I Estación: ¡Otra vez estamos sin agua! Parece mentira, Venezuela es uno de los países con mayores reservorios de agua dulce en el mundo, pero en las escuelas el agua falta con mucha frecuencia y eso no deja trabajar en paz a los maestros, ni atender con calma a los alumnos. Tampoco en la comunidad hubo agua hoy, ¡pobres madres!, ¿cómo se la habrán arreglado? Ojalá sepamos ser parte del tejido social escuela-comunidad, para enfrentar juntos estos problemas.
II Estación: Rux no aprende a leer. Su nombre es criollo, pero ella es indígena. No habla bien el español. Sus padres se vinieron a la ciudad por falta de oportunidades de estudio en su comunidad. Su maestra sabe que es inteligente, pero se debe sentir muy sola en el salón. ¡Cuántas Rux hay así en América Latina y en Europa! No aceptamos las diferencias y mucho menos las valoramos. Sabemos que es posible que los distintos vivamos en paz. Pidamos porque nuestros ojos puedan «escuchar» los silencios de los diferentes y sepamos envolverlos con miradas que abracen.
III Estación: David volvió a faltar a
IV Estación: ¡Le volvieron a pegar a Del Valle! Está en segundo grado y no se concentra en el salón. Sus padres tienen problemas y la pagan con ella. ¡No sabemos cuántos sufren maltratos en sus casas! Ellos también necesitan ayuda. No basta con tener leyes si no se va a las causas, y ¡son tantas! Pidamos porque nuestra piel no se endurezca y no perdamos sensibilidad ante la violencia intrafamiliar.
V Estación: ¡Atracaron a la maestra cuando venía a la escuela! No es la primera vez, la violencia anda sobre ruedas: ¡en los autobuses! Los atracos son cotidianos. Hay algunos valientes que se enfrentan, como
VI Estación: Jhonny se muda, ¡lo amenazó una banda del barrio! Es el tercero que se nos va este año. Los adolescentes se meten en líos, o se enfrentan a las bandas, o simplemente… Como le pasó a Jhonny. Estaba en el momento equivocado en el lugar equivocado: fue testigo de un asesinato y los de la banda lo vieron. «Si hablas, te quebramos». No se atreve a salir, no se atreve a ir a la escuela. «Mejor me lo llevo», dijo su madre cuando vino a retirarlo. Hay muchas armas sueltas en el barrio, hay mucha droga y desempleo juvenil. El consumismo empuja a los jóvenes a conseguir por la fuerza lo que no pueden conseguir por otras vías. También hay grupos de jóvenes haciendo caminos de paz, más callados, menos espectaculares, con menos centrimetraje de prensa. Pidamos que estos caminos se multipliquen y se hagan más anchos que los del mal.
VII Estación: ¡El padre de Julián quedó sin trabajo! ¿Es el desempleo un problema de aprendizaje? Sí, porque todo se vuelve difícil en la casa: los padres se sienten impotentes y les cuesta canalizar su angustia, no hay para cumplir con exigencias de la escuela, los hijos más pequeños no entienden por qué otros tienen y ellos no. Ya lo decía Simón Rodríguez en el siglo antepasado: a los alumnos hay que enseñarles cosas útiles y a los papás, darles trabajo, si no los alumnos no aprenden. La pobreza extrema es tremendamente violenta. Por eso la necesidad de ser actores de una educación de calidad que pueda ofrecer herramientas para la vida.
VIII Estación: ¡No era talco, era droga! Hoy un niño encontró una bolsita con un polvo blanco en el patio de recreo, pero no era talco, como creyó al principio: era droga. ¿Cómo llegó? ¿Cuántos paquetes habrán pasado sin que lo hayamos notado en la escuela? ¿A cuántos habrán «enganchado»? El mes pasado un traficante amenazó a un alumno de 11 años: «vendes esto y algo te queda, pero si nos denuncias…» El chico buscó ayuda y no salió bien la operación. ¡Se salvó uno! Son más los sanos que los «dañados», tenemos que juntar a los primeros para que el dique sea fuerte. Las 5 horas de clase dan para construir ese dique.
IX Estación: ¡Un arma de fuego en el salón de VII A! Sí, sospechábamos que algo pasaba, pero no sabíamos que era tan grave: ¡un arma de fuego! ¿Qué hace un alumno de 14 años con una pistola en su morral? ¿De dónde la sacó? Nos dicen que en la comunidad hay adultos que «alquilan» armas a los adolescentes, incluso uno nos dijo una vez que hasta los policías las alquilaban o las vendían. Claro, ¡nadie sabe nada! «¡Usted viene y va, profe, pero yo vivo aquí», me dijo un chamo una vez, cuando investigábamos. Tenemos que lograr un desarme, no sólo de las armas, visibles, sino de las invisibles: la cultura de la violencia que se va internalizando sin que nos demos cuenta y sin pedir permiso. El domingo en la iglesia, hicieron un acto de desarme de palabras: los niños escribían palabras agresivas y las quemaban, y luego escribían palabras amigables, y se las ponían en
X Estación: ¡Mataron a Wilmer! Dicen que una bala perdida, pero, están equivocados, ¡no hay balas perdidas!, las balas siempre buscan dañar, herir, matar. Wilmer estaba en una esquina, echando cuentos con otros muchachos. No era tarde, no hacían nada malo, pero dos bandas andaban persiguiéndose por la calle, echando balas como si fueran caramelos, «ajustando cuentas», dirán después los periódicos, cuentas que pagan otros, los inocentes, una de esas balas dio con Wilmer al igual que los 8 jóvenes que mataron en enero en El Vigía. «Por equivocación», dijeron. ¿Acaso vivir es una equivocación? La mayoría de las muertes violentas en Venezuela están entre las edades de 15 a 24 años. ¿Qué país es éste en donde los maestros entierran a sus alumnos? No podemos quedarnos como si nada hubiese pasado, no es por Wilmer nada más, es por todos los jóvenes, por los que han muerto y por los que están vivos. La muerte violenta no debe ser vista en la escuela como algo normal. Educamos para