Vidas de lucha, esperanza y solidaridad en el viacrucis que los empobrecidos sufren todos los días, en este caso los migrantes van de toda Centroamérica a los Estados Unidos.
Se les llama migrantes porque a la vez que salen de un país están dejando otro atrás. Hondureños, nicaragüenses, guatemaltecos, salvadoreños… cada vez son más los centroamericanos que dejan hijos, mujeres, esposos, su patria, y muchas veces su vida en el camino que recorren para llegar a Estados Unidos.
Hace unos meses aumentaron las denuncias que amenazaron con hundir la imagen del gobierno Veracruzano por permitir que “La Bestia” (el tren) pasase por el estado. Es decir, que pasara “La Bestia” pero con todas las calamidades y crímenes que lleva con ella; muertes y mutilados en las vías, secuestros, violaciones de mujeres, robos, asesinatos… El crimen organizado no se lo piensa dos veces.
Los federales prohibieron que los migrantes se subieran al tren o incluso que el tren saliera en varios días. Aún siendo éste para ellos el medio “más rápido” para cruzar gran parte de México.
Pero si algo caracteriza a esos migrantes es su determinación y lucha en lo que quieren, y ellos quieren cruzar el país. Así que decidieron organizar un Viacrucis Migrante, que rondaba los mil migrantes de toda Centroamérica. En barca, a pie, en camiones, autobuses… Cruzando por carretera, montaña, pueblos, ciudades… Pasando por el Estado de Chiapas y Coatzacoalcos, que son zonas que cumplen los récords de asesinatos y secuestros por parte del Crimen Organizado. El miedo de pasar por allí sabiendo que eres oveja para los lobos y que puede salir un ejército de machetes en cualquier momento se transforma en cánticos, en gritos y alegría porque saben que estando juntos son menos vulnerables.
Fue impresionante ver cómo una iglesia se llena de personas que sólo cargan con una pequeña bolsa de plástico con sus pertenencias, durmiendo en el suelo. Encima de los bancos o debajo de las estatuas de los Santos. Bebés, ancianos, niños, menores viajando solos, familias enteras…
En los días que pasé con ellos, pude contemplar que pesar de que aún quedaban unas cuantas horas para ponerse de nuevo en marcha, a las 5:30 de la mañana la mayoría de los migrantes ya estaban en pie, haciendo cola para el único baño que había, recogiendo sus cosas o simplemente esperando.
El párroco de aquella iglesia, Gustavo Rodríguez Zarate me explicó que no querían paternalismo con los migrantes en aquel Viacrucis. “Si lo ensucian ellos, lo limpian ellos”, me decía. Era importante que ellos se dieran cuenta de que esa era su lucha y que la debían protagonizar ellos mismos.
Se organizaban por países. Ellos eran los que tomaban las decisiones importantes, ellos eran los que decidían no abandonar y seguir el Viacrucis hasta el final. El Padre Solalinde, la Hermana Lety y Fray Tomás los acompañaban, pero las conclusiones finales e importantes eran tomadas por los migrantes.
Pasó un tiempo hasta que entendieron que en un trozo de papel como pancarta no puedes escribir un párrafo largo, sino que hay que simplificar. Aunque desde luego no les faltaban cosas que escribir, que exigir, que denunciar…
Colgaron las pancartas que habían escrito en los cristales de unos autobuses que les pusieron las autoridades para que pasaran rápido y así evitar un mayor impacto mediático, junto con banderas de todos los países centroamericanos, y México.
“¿Por qué colgáis la bandera de México si casi no hay mexicanos en el Viacrucis?”, les pregunté. “Por respeto. Porque estamos en México, y porque muchos mexicanos están sufriendo lo mismo.”
De hecho, los gritos de “¡Viva México!” durante la marcha eran constantes.
La cabecera de la marcha impactaba. Y no por grandes frases, sino porque delante del todo iban los niños, los lisiados y la cruz. Una cruz grande, de madera y cargada por un migrante empobrecido.
“Ya no pueden buscar al pueblo migrante muerto en las vías muerto, porque el pueblo migrante hoy ha resucitado” gritaba la Hermana Lety al megáfono cuando estaban reunidos en el Ángel de la Independencia, importante monumento en la Ciudad de México.
Cuando llegaron a Los Pinos, lugar al que fueron con la intención de encontrarse con el presidente Peña Nieto, ya les estaban esperando los antidisturbios detrás de las vallas. Como si la palabra migrante fuera sinónimo de violencia.
Pero no. La no violencia era algo fundamental para los migrantes y sabían que sin ella no conseguirían nada. Simplemente plantaron la cruz, la bandera centroamericana y una pancarta frente a los antidisturbios. Y cantaron. Y aplaudieron. Y exigieron. Y se dieron ánimos unos a otros. Y cada uno rezaba en su religión, por algunos musulmanes también presentes.
Las principales pancartas decían “Cristo también fue migrante” o “la dignidad no tiene fronteras”. Y es que uno de los principales problemas que hay es la inseguridad que atemoriza a los migrantes empobrecidos mientras cruzan México.
Denuncian que los propios federales rompen pasaportes, violan mujeres y sobornan para callar las pocas voces que llegan a escucharse denunciando el tema.
Sin embargo, los migrantes no se quedaron en la calle y quisieron llevar sus testimonios de sufrimiento, de miedo, de persecución… ante los políticos. Y así es como al día siguiente cinco miembros del Senado recibieron a decenas de migrantes ante una sala del Senado Mexicano. Allí, mujeres, hombres, ancianos, jóvenes, lisiados… alzaron su voz ante un micrófono y pudieron hacerse eco de los grandes dramas que padece y lleva sufriendo durante mucho tiempo el migrante.
“Soy hondureña, he dejado a mi hija pequeña en mi país, he intentado cruzar México varias veces y vuestros federales me han violado unas cuantas veces también”, decía una madre. En ese momento no hay flashes, no hay fotos, no hay cámaras ni cuchicheos. Un testimonio de vida humillada y aplastada está hablando con toda la dignidad y contundencia del mundo.
“No queremos que nos den la visa de libre tránsito a los que vamos en este Viacrucis, porque eso sería tapar el problema que hay. Queremos que se erradique desde las causas, y es que venimos huyendo de la violencia, el narcotráfico y la pobreza de nuestros países”, son algunas de las declaraciones.
Hoy en día existen muchísimas experiencias como ésta por muchos lugares del mundo; de lucha, de esperanza, de solidaridad. Donde los empobrecidos (no pobres) se asocian y se unen para luchar juntos, para gritar juntos, para cantar al unísono. En Centroamérica, en Asia, en Oriente, en Europa… en casi cualquier parte del mundo ya hay semillas que están dando fruto.
Otra cosa es que esas semillas se quieran ocultar. Pero la corriente de lucha existe, y debe continuar.
Autor: Ester Medina