“La Vanguardia” es el medio informativo que siempre intentaba centrarse en “el seny”, defendiendo a la burguesía catalana y el poder. La empresa de “La Vanguardia”, el Grupo Godó, es el primer receptor de subvenciones de la Generalitat.
Su dependencia de esas millonarias aportaciones ha condicionado su línea editorial; acompañaron a Mas desde su moderación pactista hasta la locura independentista. Hasta ahora.
“La Vanguardia” ha sido siempre “lo que haga falta”; monárquica y republicana, nacional y roja, revolucionaria y conservadora. El periódico de la familia de los condes de Godó, que ha sobrevivido a los vendavales políticos y pronunciamientos de la Historia reciente de España hasta ahora, es hoy ya algo más que un periódico. El grupo Godó fue el titular de las concesiones de radio y televisión en Cataluña, construyendo así un pequeño imperio regional de publicidad que sin embargo no era suficiente para llenar agujeros.
Titular de “la 8”, la cadena privada de televisión en Cataluña, ávida de inversión en el nuevo paradigma de la publicidad y la comunicación, la dependencia de las dosis se convirtió en cuestión de sobrevivencia. Y no sólo en subvenciones, que alcanzan la cifra de 3 millones de euros anuales, sino también de los miles y miles de ejemplares gratuitos de “La Vanguardia” que la administración catalana le compra para atiborrar trenes y metro, facultades universitarias y oficinas de la administración autonómica. Una administración que compraba, además, publicidad a raudales en este “su” periódico. De este modo “La Vanguardia” ha sido un fiel reflejo de la “recomendación” de los gobernantes en Cataluña, una mano con el talonario de fondos y la otra mano con la “consigna”, utilizando con perdón un término labrado en las relaciones dictatoriales de la prensa y el poder. “La Vanguardia” ha sido siempre la apuesta por el “nada cambia”, hasta que todo ha cambiado ahora.
“Catalunya dice basta” fue, por ejemplo, el titular con el que recogió este periódico que edita el Conde Godó los desafíos separatistas y las manifestaciones populares, que se duplicaron en estimaciones de asistencia y que, con esa “autoridad”, legitimaban cualquier desafío del Govern contra la ley establecida. Artur Mas no ignoraba la ley, Artur Mas era un héroe de la “democracia ahogada en la ley”. Hasta ahora. Ahora es cuando muchos catalanes comprueban que el sueño independentista no tiene más anclaje en la realidad que el futuro personal de Mas. También hasta ahora, porque el futuro personal de Mas está también en la categoría de los sueños.
“Cupaire” llaman a Mas algunos medios catalanes de pedigrí; de la especie del CUP, otra dosis de dependencia, pero esta vez de votos de la izquierda antisistema, que necesita Artur Mas para seguir su “performance” estelada. Cuando tras las hinchadas manifestaciones de cantos y banderas la gente volvía a sus casas, volvía también a la vida real; en sus lugares de trabajo, en las empresas, en la administración. Todo lo que forma parte de un “sistema” que ahora cruje y dice basta. El conde de Godó podía ir a muchos lugares acompañando al poder. Hasta que el poder pierde “el sistema” que le alimentaba. Un conde de Godó no soportaría un desafío estético que le vista de pañuelo palestino y puño en alto. Esa es la estética a la que, a pesar todavía de su corbata, engulle a Mas. Tras reventar su partido político, que perdió a sus aliados y buena parte de su militancia, sólo le quedaba entregarse él, como ha hecho a la izquierda radical contra los que, hace pocos años, se defendía, por ejemplo de su asedio al Parlament de Catalunya. Ni sus consellers le secundan. Otra cosa, además, es que la CUP acepte su caudillaje vacante, errático, a punto de despedir su potestad de President, cuando su autoridad moral saltó también por los aires con las detenciones del “3%” en la cúpula de Convergencia. Jordi Pujol era una suerte de “Papa emérito” en Cataluña. También hasta ahora.
“La Vanguardia” ha acompañado los sentimientos que el poder compraba y la burguesía fielmente seguía. Hasta ahora, perdido del poder y jugando ya con “las cosas de comer”, cuando el fin de ese viaje sentimental de los últimos años puede acabar con la llegada de una pareja de la Guardia Civil, de los Mossos o de la Policía Nacional. Poco importa el nombre que adopte la realidad, que siempre acaba imponiéndose, a pesar de las consignas en titulares repartidas en ejemplares gratuitos para quien las quiera escuchar. La burguesía, incluyendo al conde de Godó, cuando llega la policía, ya no escucha a Mas.
Autor: Francisco Pou