El voto del señor Cayo

1926

Al terminar su novela Delibes nos dejó sin saber qué votó el señor Cayo, pero no le tembló la mano al vaticinar que aquellos jovenzuelos con chaqueta de pana terminarían siendo unos señoritos acostumbrados a un buen sueldo en Bruselas y desencantados de todo ideal
Esa novela no contrasta sólo una España rural y otra urbana, sino dos concepciones de la vida, una moral y otra que entraba en el materialismo del consumo, justificado con la buena conciencia del discurso progresista.
Hay también dos maneras de entender la vida política, como servicio o como carrera personal y medio de vida. Hay alcaldes y concejales en pueblos pequeños que acaban haciendo de conserje para sus vecinos, y lo mismo les toca arreglar una avería para que vuelva el agua un domingo, que barrer la plaza un día de fiesta. También hay a quien no se le ha conocido oficio pero sí beneficio: ocupar cargos en la burocracia de partidos y sindicatos desde la juventud. Para estos sería el acabose perder el sillón y tener que volver a una vida profesional que nunca han tenido. Unos sirven a la comunidad a través de la política, otros acaban sirviéndose de ella y siendo un lastre en sus partidos. Necesitan un sillón que los mantenga, aunque sea en ese cementerio de elefantes que es el Senado.


Que existan tantos vecinos dispuestos «a dar el cayo» por el bien común, perdiendo de su tiempo y sin cobrar un duro es motivo de esperanza; demuestra que una política vivida como compromiso moral y solidario no es una utopía y no hay que resignarse al «mal menor» como único horizonte.


 


José Ramón Peláez Sanz


Castroverde de Cerrato


(Valladolid)